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Guerra vs Estado Islámico: Los motivos ocultos de la gran coalición


Por Témoris Grecko

“2016 será el año de la gran victoria final”, proclamó en la ciudad de Ramadi el primer ministro iraquí, Haider al Abadi, “cuando la presencia de Daesh (siglas en árabe de la organización autodenominada “Estado Islámico”) en Irak será eliminada”.

Era el martes 29 de diciembre del 2015. Entre bailes callejeros y desfiles de comandantes, los soldados iraquíes participaban de una emoción a la que no están acostumbrados: vencer.

A principios de junio del 2014, una campaña propagandística para provocar una ola masiva de terror precedió la ofensiva bélica de Daesh: los mandos políticos y militares iraquíes abandonaban sus posiciones, eran seguidos en la huida por la oficialidad media y, finalmente, por tropas y civiles que, ante la próxima llegada de las fuerzas islamistas, escapaban abandonando armas, tanques, vehículos artillados, abastecimientos y sucursales bancarias con millones de dólares en efectivo.

Menos de un millar de combatientes de Daesh hicieron correr dos divisiones del ejército, integradas por 30 mil hombres, para tomar la ciudad de Samarra y después Mosul, la segunda mayor ciudad de Irak y capital del norte. Desde ahí, montados en esa marea, continuaron camino al sur por el valle mesopotámico para conquistar las regiones suníes de Irak, incluida la capital de la provincia de Anbar, Ramadi.

Ahora, con batallones vueltos a organizar y entrenar por asesores estadounidenses, y con el apoyo de los bombardeos aéreos lanzados por Rusia y por la coalición internacional contra Daesh, el Ejército iraquí recuperó Ramadi después de haber ganado Tikrit en marzo.

Abu Bakr al Bagdadi, el líder de Daesh y autoproclamado califa, debió enfrentar una sensación a la que sus súbditos, de manera similar, están desacostumbrados: la derrota. “Bendición divina” que “es una prueba predestinada”, la interpretó en una grabación de 23 minutos difundida por los suyos el domingo 27. “Tengan confianza en que dios les dará la victoria a aquellos que lo adoran y escuchen la buena nueva de que a nuestro Estado le está yendo bien. Mientras más dura se vuelva la guerra en su contra, (nuestro Estado) se volverá más puro y bravío”.

Su tarea era realizar el control de daños para proteger, en lo posible, la mística ganadora de Daesh, que es una de sus más útiles herramientas de reclutamiento. Y la de su rival Abadi, capitalizar el éxito para alimentar las esperanzas de su gente y el ánimo de sus soldados: “Vamos en camino de liberar Mosul y ése será el golpe definitivo y fatal contra Daesh”.

En el cumplimiento de sus deberes propagandísticos, ninguno de ambos hombres hablaba con pleno fundamento, sin embargo. Bagdadi sabe que en contra de su organización se ha montado una alianza de facto formidable, la más amplia que se haya visto jamás en Medio Oriente, uniendo prácticamente a todas las repúblicas, teocracias y monarquías del área, a todas sus etnias y sectas religiosas, y a las potencias imperialistas que suelen meter las manos en los asuntos locales, en el objetivo común de acabar con la amenaza de la fuerza contemporánea más sanguinaria y destructiva en una región abundante en fuerzas sanguinarias y destructivas.

Y Abadi entiende que el camino de Mosul dista mucho de ser de fácil recorrido, que las condiciones del norte son mucho más complicadas que las que encontró en el centro del país, y sobre todo: que si bien todos los aliados pretenden derrotar a Daesh, para muchos –demasiados quizá- ésa no es la prioridad y utilizan esta guerra como excusa para prepararse para otras guerras, las que vendrán después.

El año empezó con una aguda escalada diplomática que enfrenta a Irán con Arabia Saudí, a causa de la ejecución de un clérigo chií por los saudíes. Esto es evidencia de las profundas fisuras existentes entre los coaligados y de que, dentro de esta guerra, se agitan ya otras guerras.

UNA RUTA MÁS DIFÍCIL

Daesh “ha perdido el 40% del territorio que controlaba en Irak y el 20% del que tenía en Siria”, aseguró a la prensa el coronel Steve Warren, portavoz de la coalición de 14 países dirigida por Estados Unidos, el martes 5 de enero. “El enemigo está debilitado y a la defensiva”, añadió. Sin embargo, según el consenso de los observadores, cuentas más realistas indican que Daesh ha perdido un 15% de lo que dominaba en mayo del 2015, en su momento de mayor expansión.

“La victoria decisiva será derrotar a estos tipos en un área mayor y tomar Raqqa (capital de la parte de Siria dominada por Estado Islámico) y Mosul”, dice James Jeffrey, quien fue embajador estadounidense en Irak del 2010 al 2012 y ahora es investigador del Washington Institute for Near East Policy. “Ha sido necesario mucho tiempo para tomar Ramadi. Daesh no colocó grandes fuerzas (militares) en Ramadi. Ramadi es un éxito pero el tiempo no está de nuestro lado”.

La ecuación se invierte: si en Ramadi, Daesh sólo contaba con algunos cientos de hombres, en Mosul dispone de varios miles; y las fuerzas iraquíes, nutridas en el centro del país, cerca de Bagdad, son escasas en el norte y están separadas de Mosul por un cinturón de terreno controlado por sus enemigos

El ejército del primer ministro necesita del apoyo de las milicias de la mayoría demográfica chií, a la que Abadi pertenece; de las milicias kurdas del GRK (Gobierno de la Región del Kurdistán, formalmente autónomo) y de las tribus suníes: Daesh se originó en la margen más extrema del sunismo y pretende representar a la secta suní en la lucha contra sus enemigos. El antecesor de Abadi al frente del gobierno, Nouri al Maliki, también chií, cometió el grave error de confrontarse con los kurdos y de perseguir a los suníes, con lo que creó el caldo de descontento que fortaleció a Daesh. El desfonde del ejército iraquí y la guerra relámpago con la que Daesh conquistó el norte y gran parte del centro del país, y que le permitió llegar a las puertas de Bagdad, ocurrió bajo el mandato de Maliki y condujo a su caída.

Abadi asumió el poder, en septiembre del 2014, con la promesa de enmendar las fracturas y reunificar a todas las facciones, convenciendo a las tribus suníes de retirarle el apoyo a Daesh (que algunas le habían otorgado) y devolvérselo al gobierno central, condición indispensable para poder enfrentar a las fuerzas de Estado Islámico.

Lo consiguió en la provincia suní de Anbar: las tribus lucharon hombro a hombro con el ejército. Pero con las de la región de Mosul, los lazos establecidos por el “califa” parecen ser más sólidos: en gran medida mediante la coerción y el terror, y en parte compartiendo el botín de guerra, Abu Bakr al Bagdadi ha consolidado su relación con los jeques locales.

HACIA LA ACCIÓN DECISIVA

El primer ministro ha manifestado su confianza en “la unidad de las fuerzas iraquíes”. Pero en realidad, cada quien está jugando en beneficio propio: las milicias chiíes, para resguardar su predominio sobre el gobierno iraquí; las tribus suníes, para preservar su autonomía precisamente frente a ese predominio chií; y el Gobierno de la Región del Kurdistán (GRK), para avanzar el proyecto de crear una nación independiente de los kurdos.

No es casual que esto sea un reflejo de lo que ocurre en Siria: la línea fronteriza, llamada Sykes/Picot por los diplomáticos europeos que la trazaron hace un siglo, no es producto de una separación tradicional entre pueblos, sino de los intereses coloniales de Francia y Gran Bretaña. Entre los actos de mayor simbolismo realizados por Daesh se encuentra un video en el que sus hombres destruyen puestos fronterizos y declaran el fin de esa línea artificial.

En Siria, la secta alauí (parte de los chiíes) y las tribus y milicias suníes tienen una enemistad todavía más profunda. Si comparten el deseo de acabar con el califa Bagdadi y sus fuerzas, en sus intereses primordiales también está destruirse mutuamente. A esto se añaden otros grupos étnicos y religiosos menores con intereses propios. Los kurdos, aquí, también aspiran a asegurarse el control sobre los territorios que habitan, aunque están divididos: una minoría es leal al GRK y el grupo mayoritario, al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), la organización guerrillera que lucha por la independencia de las regiones kurdas de Turquía.

“En muchos casos, los actores (bélicos) están peleando contra Estado Islámico para mejorar sus posiciones” ante otros conflictos por venir o ya en movimiento, escribe Michael Knights, experto en Irak, también del Washington Institute for Near East Policy, en un reporte publicado el 21 de diciembre del 2015.

Como nunca había ocurrido, de orden menor a mayor, todas las tribus, sectas, naciones y potencias de y en Medio Oriente están en guerra con Daesh. Tras casi dos años de combates, deberían haberlo borrado. No obstante, sostiene Knights, “todos nuestros aliados y rivales tienen objetivos mucho más complejos que degradar y derrotar a Estado Islámico. Para ellos, la batalla de hoy es en realidad un juego de posicionamiento para la acción realmente decisiva, que empezará tan pronto como Estado Islámico sea derrotado”.

INTERESES DE POTENCIAS

Más allá de partidos kurdos, tribus suníes y milicias chiíes, los jugadores grandes que se están enfrentando son capaces de movilizar ejércitos con aviaciones y marinas armadas, e incluso de sostener enfrentamientos diplomáticos en los que se esgrime la amenaza nuclear. Palabras mayores.

En primer lugar, destaca la rivalidad entre dos potencias regionales separadas por la estrecha lengua marina que unos llamamos Golfo Pérsico y otros denominan, indignados, Golfo Arábigo: Irán, la teocracia chií heredera de la Persia histórica, y Arabia Saudí, la monarquía que se proclama campeona del sunismo.

Para los suníes, los chiíes son herejes con los que se debe volver a ajustar cuentas desde que fueron derrotados por primera vez, hace 14 siglos. Para los saudíes, además, los iraníes son el más acérrimo rival por la supremacía en región y religión, en Medio Oriente y como faro del Islam. Y si se sentían los socios preferidos de Washington hasta hace poco, el acercamiento entre el presidente iraní Hasán Rujaní, que llegó al poder en el 2013, y el del estadounidense Barack Obama, a resultas de lo cual se llegó a un acuerdo sobre el tema nuclear y se aproxima el levantamiento de las sanciones económicas que pesan sobre Irán, ha provocado la ira saudí, expresada en sonoras quejas y en la formación de una coalición de países suníes cuyo objetivo declarado es combatir a Daesh, pero que en realidad es vista como una forma de intimidar a Teherán.

El sábado 2 de enero, Arabia Saudí anunció que había ejecutado a Nimr Bakr al Nimr, un clérigo con liderazgo entre la minoría suní que habita en el reino, y que en el 2012 encabezó protestas pacíficas contra la discriminación que ésta sufre. El acto resultó una sorpresa: se justificaba con una acusación por terrorismo contra Nimr, conocido por su defensa de las vías pacíficas, y venía a atizar el fuego del conflicto con Irán: los grupos derechistas interesados en sabotear a Rujaní aprovecharon para atacar con bombas molotov la embajada saudí, y esto fue inmediatamente respondido con un rompimiento de relaciones diplomáticas protagonizado por los saudíes y sus aliados de Kuwait, Bahréin y Sudán. Estas tensiones pueden complicar todavía más el trato con las tribus suníes.

Por su parte, Turquía, Rusia e Israel han aprovechado la campaña aérea contra Daesh para bombardear a sus propios enemigos: Ankara ha golpeado a los kurdos del PKK, Rusia a todo tipo de facciones contrarias al gobierno sirio (un informe de Amnistía Internacional, del 22 de diciembre, acusó a Moscú de “atacar directamente” a civiles y haber matado a más de 200), mientras que Israel se lanzó contra sus viejos rivales de la milicia libanesa chií Hezbolá. Irán, a su vez, hace lo posible por fortalecer el eje chií que encabeza.

Knights cree que las opciones de Washington son o equilibrar a los bandos suní y chií, para que no se destruyan, o elegir a uno de ellos, pero que en cualquier caso tiene que prepararse o para disuadir los siguientes combates o para participar en ellos”.

El problema de Estados Unidos, sin embargo, es quién tendrá la capacidad de tomar las mejores decisiones: en una entrevista a la revista Foreign Policy (17/dic/2015), el ex secretario de Defensa (2013-15) de Obama, Chuck Hagel, dio inquietantes pistas sobre la confusión que reina en ese gobierno, que nunca logró definir una política estratégica sobre Siria. De hecho, según un reportaje de Seymour Hersh (London Review of Books, 7/ene/2015), el Estado Mayor Conjunto desconfió de las órdenes que le dio Obama al punto en que las desobedeció, proveyendo información de inteligencia al gobierno sirio de Bashar al Assad.

Las cosas no pintan mejor con los posibles sustitutos del presidente: la prensa estadounidense se solazó con pinceladas de humor sobre las respuestas que dieron los precandidatos republicanos en el quinto de sus debates, que “parecen ver el Medio Oriente como una especie de escenario cinematográfico para la película ‘American Sniper’, como un miserable lugar de pueblos polvorientos con tipos malos extremistas y no mucho más”, según la web Business Insider (16/dic/2015), en un artículo que tituló: “El Medio Oriente que soñaron en el debate republicano más bien no existe”.

 

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