Por Témoris Grecko (publicado en PROCESO, 24 de enero del 2016)
Con el petróleo de referencia Brent a 28 dólares por barril ($20 la mezcla mexicana), en los países que dependen de la exportación de hidrocarburos de América Latina se lee el levantamiento de las sanciones a Irán en clave catastrófica: el regreso a los mercados de la República Islámica, que antaño fue el productor número 2 de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), significará la entrada de cientos de miles de barriles de crudo cada día, en un contexto de exceso de oferta.
¿Cuánto más podrá caer el precio?, se preguntan los vendedores, especialmente aquéllos que tienen petróleos pesados y costosos de extraer, lo que les crea dificultades para competir con el petróleo ligero y barato de Irán.
El sábado 16, el Organismo Internacional de la Energía Atómica certificó que Teherán está cumpliendo con los compromisos que adquirió para detener su programa nuclear, con lo cual se abrieron las puertas para que pueda comerciar sus productos sin restricciones. Esto causó caídas sucesivas en el precio del petróleo que, para el martes 19, ya acumulaban un 8%, e hizo correr una sensación de alarma en las bolsas de valores del mundo.
En realidad, no hay consenso sobre lo que va a suceder. El Wall Street Journal prevé que, a pesar de que Irán está consciente de que su retorno hará caer más el precio, “está sediento de efectivo” y “parece deseoso de lanzar una ola de crudo en el peor momento posible”. Una ola, estima, de 600 mil barriles diarios, para empezar. En contraste, la revista Fortune calcula que serían entre 500 mil y un millón de barriles, pero que de cualquier manera “no debería ser causa de pánico” porque en los países de fuera de la OPEP, el costo de producción es mayor que el precio de venta y eso va a sacar del mercado a muchos competidores (y probablemente obligará a cancelar o suspender inversiones en proyectos caros, como los de aguas profundas y fracking en México), con lo cual se producirá un efecto de compensación.
EL ÉXITO DE LA DIPLOMACIA
Del lado iraní, obviamente, hay optimismo. El jefe de gabinete del presidente Hassan Rouhaní declaró a CNN Money que “Irán se convertirá en uno de los mercados emergentes más prometedores en las próximas décadas”, con un crecimiento anual promedio de 8%.
El diario británico The Guardian reporta que “las compañías occidentales están compitiendo como caballos de carreras por las oportunidades de inversión” que se van a abrir en el país, con representantes de unas 150 empresas de 50 naciones ya presentes allí, y Renaissance Capital, una firma rusa de inversiones, describe a Irán como “la última economía de tamaño significativo que faltaba por abrirse al capital internacional”.
Del otro lado del Golfo Pérsico (que los árabes llaman Golfo Arábigo), sin embargo, el ánimo es muy diferente, y no sólo por el posible impacto en los precios petroleros. Salvo Dubái, la ciudad de Emiratos Árabes Unidos que ha servido para evadir los embargos comerciales impuestos a Irán canalizando flujos financieros ilegales y el contrabando de mercancías, y que ahora espera beneficiarse de poder hacer estos negocios abiertamente, las capitales de todos los países suníes ven con amargo recelo los pasos para reconstruir las relaciones entre Washington y los chiíes de Teherán, sus enemigos de siempre.
Para Barack Obama, el presidente de Estados Unidos, haber puesto en modo de pausa prolongada el programa atómico iraní es una gran victoria diplomática, un hito en la lucha por la no proliferación nuclear y un alivio para su mejor amigo en la región, el Estado de Israel (aunque el primer ministro Binyamin Netanyahu no ha dejado de denunciar el acuerdo como una renuncia irresponsable que pone en peligro existencial a su país).
“Si antes Irán estaba expandiendo sistemáticamente su programa nuclear”, declaró Obama el domingo 17, “ahora hemos cortado todas y cada una de las rutas que pudo haber usado para construir una bomba, sin tener que empezar otra guerra en Medio Oriente”. La alternativa era una serie de ataques aéreos contra las instalaciones nucleares iraníes, lo que no hubiera asegurado la destrucción del programa (muchas de ellas son subterráneas y están fuera del alcance de las bombas) y muy probablemente hubiera desatado un conflicto regional que dejaría pequeño el provocado por Daesh, la organización autodenominada Estado Islámico.
Y en este último asunto, además, se cree que la distensión puede ayudar: una cooperación con Teherán mejor que la que ya ha existido (aviones estadounidenses e iraníes se turnan para hostigar a Daesh) podría conducir no sólo a la derrota de las huestes islamistas, sino a una negociación que permita ponerle fin a la guerra civil en Siria, con la creación de un gobierno de base amplia que incluya a los partidarios de Bashar al Assad (pero a él no, iría al exilio) y a los diversos grupos de la oposición (excluyendo a los afiliados a Al Qaida).
NO TAN RÁPIDO
Un Irán feliz o –lo que es más preciso- un gobierno iraní satisfecho y empoderado podrían ayudar a crear este clima favorable si coincide con una administración estadounidense con el mismo estado de ánimo.
Las cosas en ambas naciones, sin embargo, son bastante más complejas: al contrario de los países centralizados, en donde predomina una cúpula capaz de imponer sus decisiones, Estados Unidos e Irán se caracterizan por una multipolaridad interna, por tener dos o más centros de poder que están en competencia y que frecuentemente se anulan mutuamente.
Si en 1979-80, a raíz de la revolución que derrocó al sha Reza Pahlevi e instaló a los ayatolás en el poder, las relaciones bilaterales se rompieron con una toma de rehenes -los de la embajada estadounidense-, 36 años después se reencauzan con otro evento parecido, pero muy diferente: en aquella época, la devolución de los cautivos a Washington fue vista como una humillación para la gran potencia y una derrota personal de su presidente, Jimmy Carter, que lo llevó a perder las elecciones; ahora, después de que dos botes de la Marina estadounidenses fueron capturados en aguas territoriales de Irán y sus diez tripulantes detenidos, el martes 12, en lugar de que el conflicto escalara, ambos gobiernos mantuvieron la prudencia y sólo 15 horas después de varias conversaciones telefónicas entre el secretario de Estado John Kerry y el ministro de Exteriores Javad Zarif, los iraníes los liberaron con todo su equipo y armamento.
La secuencia de hechos, sin embargo, indignó a los “halcones” estadounidenses, para quienes las imágenes de sus marinos, puestos de rodillas y bajo las miras de los rifles, presentan a un Estados Unidos debilitado y buscando patéticamente reconciliarse con un enemigo envalentonado. El senador Ted Cruz, un precandidato republicano a la presidencia, aseveró que esto “refleja un patrón que hemos visto una y otra vez en la administración de Obama, de negociar con terroristas y llegar a acuerdos que ponen en peligro la seguridad de E.U.” De ganar las elecciones de noviembre, él y sus copartidarios han advertido que tratarán de revertir el pacto con Irán.
VOTAR SIN SER VOTADOS
En Irán, las cosas están todavía más complicadas. La enredada estructura de gobierno coloca por encima de todo al líder supremo, considerado representante de dios en la Tierra, que supervisa todos los demás poderes: el presidente, el parlamento, el poder judicial y dos cuerpos especiales: el Consejo Guardián y la Asamblea de Expertos. En principio, su palabra debería ser la última. Pero el actual líder supremo, el ayatolá Alí Jameneí, sucesor del fundador de la República Islámica, el ayatolá Rujolá Jomeiní, llegó a su cargo de manera que otros ayatolás consideraron irregular, y para sobrevivir con la legitimidad cuestionada depende de manejar un complicado juego de equilibrios para mantener a raya a posibles rivales.
El éxito de la apuesta por el acuerdo con Estados Unidos que hizo el presidente Rouhaní, del bando progresista, debería fortalecer las posibilidades de que su sector político obtenga una victoria en las elecciones legislativas que tendrán lugar en febrero. Por un lado, porque Washington podrá ser cada vez menos el “Gran Satán” que denunció Jomeiní -su papel de enemigo total va a irse disipando- y eso favorecerá una apertura de la sociedad en el sentido que demanda gran parte de la juventud.
Por el otro lado, más importante, porque el levantamiento de las sanciones permitirá que la economía respire y vuelva a crecer –aunque tal vez no al alegre ritmo del 8% anual-, impactando positivamente en el nivel de vida de las familias. En el corto plazo, el gobierno podrá disponer de alrededor de cien mil millones de dólares de cuentas que habían sido bloqueadas por decisión del Consejo de Seguridad de la ONU.
El optimismo, sin embargo, ha sido enfriado inesperadamente. El Consejo Guardián, cuyos doce miembros son designados de manera directa –la mitad- e indirecta –los restantes seis- por el líder supremo, tiene la función de aprobar o no a todos los candidatos para asegurarse de que cumplan con los requisitos de probidad religiosa y lealtad al sistema.
Para ocupar los 378 puestos en disputa (290 asientos de la cámara baja y 88 de la alta), se presentaron unos 12 mil aspirantes, de los cuales sólo fueron aceptados cerca de 4,700, algo más de la tercera parte, según cálculos de Reuters. Sin embargo, la vara del Consejo fue especialmente severa con los candidatos progresistas: la agencia ILNA estima que de unos 3 mil, apenas 30 pasaron la revisión: uno de cada 100. Muy lejos, aunque ganaran todos, de poder formar una fracción significativa en el Parlamento.
Todavía tienen la posibilidad de presentar una apelación para que el Consejo reconsidere sus casos. “Los primeros reportes que recibí no me hacen feliz para nada”, dijo decepcionado el presidente Rouhaní, “utilizaré todo mi poder para proteger los derechos de los candidatos”.
Pero los miembros del Consejo no responden ante él, sino ante el líder supremo. Si bien el ayatolá Jameneí apoyó a Rouhaní a lo largo del proceso de negociación sobre el programa nuclear, y validó el acuerdo final, ahora parece temeroso de que el éxito del presidente lo fortalezca en exceso, y privarlo de un bloque legislativo amplio es una forma de mantenerlo aislado y a la defensiva.
“He dicho que aquéllos que se oponen a la República Islámica también deben participar en la elección”, sostuvo el líder supremo miércoles 20, en un afán de combatir el abstencionismo. Pero desde su concepción, votar y ser votado no son derechos inseparables: “Esto no significa”, aclaró, “que los oponentes de la República Islámica deben ser electos al Parlamento. Sólo a aquéllos que creen en los valores de la República islámica se les debe permitir entrar al Parlamento”.
Para sustentar su lógica, se apoyó en el ejemplo de quien considera su enemigo: “Incluso en Estados Unidos, que dice ser la tierra de la libertad y algunas personas inocentemente aceptan eso, durante la Guerra Fría, todos aquéllos con alguna inclinación socialista hubieran sido marginados”.