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De Banderas a Denzel

Ventajas de ser un viajero latinoamericano Columna Fronteras Abiertas, de Témoris Grecko Publicado en National Geographic Traveler Latinoamérica, junio de 2013 “¡Banderas, ven acá!”, me grita la gente en algunos lugares de África cuando no conoce mi nombre. En Yangshuo, … Continue reading

Para ser un guerrero masái

Publicado en National Geographic Traveler Latinoamérica (julio 2010)

No es fácil cumplir el sueño de reintegrarse a África: hay que aprender, pero también educar

Por Témoris Grecko

Con mis amigos Laura Alessandrini, de Italia, y Mac Auwers, de Inglaterra, llegamos a Kenia por primera vez en julio de 2005. Todos teníamos intención de marcharnos: Mac siguió hacia Etiopía, yo volé a India. Ahora que regreso, cinco años después, Laura sigue aquí. Yo creo que todos nos enamoramos de África, pero algunos simplemente no se pueden ir.

Así es que tienen que crear algo que justifique su permanencia. África, madre de la humanidad, nos pide reintegrarnos a ella a través de actividades que la hagan mejor. Laura era consultora en una compañía de alcance global, The Boston Consulting Group. Decidió dejarla para emplear sus habilidades en apoyo a un grupo medioambientalista, el Fondo de Conservación Africana. Después trabajó para compañías privadas hasta que, un día, a partir de una broma (“podríamos entrenar turistas para convertirlos en guerreros masái”), ella y su amigo masái Silas Kitonga se dieron cuenta de que la idea no era una locura, que podían desarrollar un proyecto que fuera a la vez enriquecedor para el visitante extranjero y benéfico para la comunidad nativa.

Ésta es una combinación necesaria, pero difícil de alcanzar, que preocupa a quienes han sentido el llamado de África. Son muchos los que persiguen el sueño de desarrollar un negocio con esas características y que, además, deje ingresos. En Suazilandia conocí a Richard, un inglés que se casó con una mozambiqueña muy bella, se fue a vivir a la cima de un cerro en medio del hermoso valle de Ezulwini (o valle del cielo) y llevaba turistas en quadbikes (motocicletas de cuatro ruedas) a explorar regiones ignotas. Le costaba trabajo evitar el impacto ecológico, sin embargo, y no hallaba la forma de involucrar a la población local para que, en lugar de sentirse invadida por una pandilla de blancos motorizados, recibiera beneficios directos.

Más exitoso es David, un sudafricano blanco que se fue a un rincón remoto, subdesarrollado y paradisiaco de su país, la desembocadura en el océano Índico del río Bulungula, en la provincia de Transkéi, para crear su “Bulungula Incubator”: a partir de siete lindas chozas tradicionales (adaptadas para turistas pero ecológicamente sustentables), está promoviendo proyectos que permiten a los habitantes xhosas de la zona ofrecer servicios a los visitantes e invertir las ganancias en el desarrollo de su gente.

El plan de Laura y Silas va en este sentido. Su compañía Bush Adventures (www.bush-adventures.com) ha montado un campamento cerca de una boma (aldea) masái en Laikipia (cinco horas o 300 kilómetros al norte de la capital, Nairobi), donde ofrecen a grupos de no más de ocho personas entrenamientos en actividades de los guerreros masái. “No es una exhibición”, me explica Silas. “No se trata de que vayas a ver a un actor subido en un elefante o que está haciendo fuego. Vas a aprender a hacer fuego, con un guerrero masái auténtico, y vas a entender cómo tratar con un elefante”. No se trata sólo de practicar técnicas de combate, el uso del arco y la flecha o el rastreo de presas:  a uno también lo educan en el conocimiento de las plantas que usan en la medicina tradicional, en regateo y compra de ganado e incluso en danza masái.

“Al principio, los huéspedes disfrutan de las actividades”, dice Laura. “Pero a los tres o cuatro días de convivir con los masáis, entran en reflexiones sobre las diferencias, sobre cómo en Occidente estamos acostumbrados a tener tantas cosas y opciones superfluas, y que a pesar de que no las necesitamos, carecer de ellas nos puede hacer tontamente infelices”. Se aprende mucho a través del contacto con esta cultura tan sofisticada como diferente. Pero también, añade Silas, uno descubre cosas sobre sí mismo. Pone el ejemplo de la relación entre padres e hijos: “Han venido personas que han trabajado toda la vida y de pronto descubren que tienen un adolescente en casa. Pero aquí no estás en casa, estás en la sabana, sin electricidad, ni iPod, ni Nintendo. Tienes que convivir, entender los valores masái, ser capaz de sobrevivir en un medio salvaje. Padres e hijos se redescubren”.

Silas le planteó el proyecto a su comunidad en agosto de 2009. Ofreció reparar el camino de terracería (lo hicieron ellos dos con sus propias manos) y generar empleos. Obtuvo todo el apoyo. Actualmente, la compañía tiene siete trabajadores fijos y cuatro temporales. Esperan contratar a siete personas más cuando estén a máxima capacidad. Además, los visitantes pueden visitar la boma a cambio de una cuota, convivir con los aldeanos y comprar artesanías directamente de quien las hace.

“Los masáis tienen curiosidad por nuestro estilo de vida, pero no necesariamente la ambición de copiarlo”, admite Laura. “Sus valores son fuertes y no quieren renunciar a ellos. Las necesidades económicas, sin embargo, pueden poner en riesgo su cultura al forzar a los jóvenes a marcharse a la ciudad. Nosotros ofrecemos a la gente con cierta educación la oportunidad de aprovechar sus habilidades sin perder su estilo de vida, sin tener que irse de aquí. Ninguno de ellos va a olvidar el uso del arco y la flecha, pero ahora también interactúan con extranjeros y están expuestos a nuevas ideas. Nos enseñan su cultura, pero también ellos aprenden de nosotros. Es un bello acto de diálogo, un gesto de amistad”.

RECUADRO

EL APRENDIZAJE DE LAURA

“Nunca seré una mujer masái”, reconoce Laura. “Ellos entienden el comportamiento de los árboles, los patrones de la vida. Siempre yo capto sólo una fracción de lo que está pasando, mientras que ellos se dan cuenta de todo: el sonido de un animal, el movimiento de una planta, lo que ocurre en el cielo. Pero he aprendido cosas: el sentido de comunidad, aprender a ser primero parte de ella y luego un individuo. El trato de gran respeto y amabilidad, y la resolución de conflictos: hay un sentido colectivo distinto al nuestro, una idea diferente de lo que es justo. Hay muchas cosas en las que no te puedes salir con la tuya. Tienes que respetar”.

A year on the road and a birthyear with the Sun

Dear friends:

Last March 2 it was a year since I flew out of Mexico and started this second round-the-world trip. I’m in Nairobi now, which has trapped me just as it did back in 2005. And, as I decided that I will turn 40 once and only once (not tempted to repeat), I won’t have a birthday, but a birthyear with the Sun. Therefore, I’m also starting here a series of celebrations which should follow the fireball in the sky: from South to North as the Boreal Summer approaches and the Austral one heads off, and from East to West as the light chases away the darkness.

In this year I have seen things that have made me feel ever more amazed about our world, its nature and its peoples.

First of all, I watched in big close-up the Iranian Green Revolution. It was a unique chance to witness the bravery, generousity and glamour of a wonderful people rebelling against the military-religious dictatorship that rules them. If it was only for this experience, the whole trip is worth it. As long as the authoritarian regime is in place, I won’t be welcome back in Iran, which makes me very sad. But I believe in the Iranians and trust that they will get rid of that fanatic, corrupt cast of pious cheaters, liars and killers. I wrote a book on what I saw and heard, which shall be on sale in Spain (a little later in Mexico and Argentina) by mid-April. It’s title is “La ola verde. Crónica de una revolución espontánea” and it will be published in Barcelona by Los Libros del Lince. It’s in Spanish, of course, and though you can dismiss the possibility that some foreign publisher would like to acquire it and translate it into English, this is not very likely. As one English writer puts it, “we English native speakers stopped reading foreign language authors since Voltaire was alive”. Hope dies last, of course, so we’ll see.

I’ve also seen the pledge of the Uyghur people from Kashgar, pushed far from their homes as the Old City, a crucial stage on the Silk Road, was being bulldozed by the Chinese government to build huge appartment blocks in its place. I saw huge Buddhas in the Mogao caves and six-hundred metres sand dunes nearby, in Dunhuang. I crossed the snowed Pamirs and the Tian Shan, now in Kyrgyzstan, where my belongings ended in some thieves’ hands. Then, in Uzbekistan, I went to the now-defunct Aral Sea, where ship corpses strangely lie on the sand in the middle of the desert.

Iran was the highlight. But I was almost caught by the police commiting journalistic crimes and had to escape to Armenia, where I made a detour to Nagorno-Karabakh and the occupied, utterly destroyed Azeri city of Aghdam. In Georgia, I went up to Kazbegi, a wonder in the Greater Caucasus, in Georgia. Then I took a little holiday. Sort of, because I went to Barcelona to write the book, but my dear Catalina and many other friends, old and new, made me feel the most welcome.

Back on the road, I went to the Turkish Kurdistan and then to one of the most amazing cities on Earth, Istanbul, where I was also warmly received. In fact, this part of the trip makes a big contrast with the Central Asian one, which was tough for many reasons, being the main one a deep feeling of isolation. Now, and for months, I’ve met lovely people in almost every place. Like Beirut, Damascus, Aleppo, Nicosia, Tel Aviv, Accre, Jerusalem, Ramallah… and Mama Africa: it was a coming back home. Uganda, Congo (with it’s volcanic eruptions, an eclipse, gorillas), Ruanda, Uganda again… and now Kenya.

So here I am, reporting on a year on the road… and inviting everyone to join me in this birthyear with the sun…

No time for siesta. Life is fiesta!!!

The celebrations actually started in Kampala’s Backpackers on New Year’s Eve and following weeks, with Sean, Adam, Kate, Clare, The Prince Formerly Known as Frankie, Andy, Rafa, Peter, Rachel and so many more! Nakasero nights, Kololo nights… Kabalagala nights and mornings! What a start!

And then Nairobi, with Laura, Melanie, Waireri, Sheila, Waringa, Cynthia, Peaches, David, Ben, David “Hacienda”, Wendy “Paloma”, “Rodríguez” and again, Adam, who took a few days off to celebrate with me in Westlands, Langata, Hurlingham and… well, not yet, but Madhouse should appear at some point.

What next?

Well, be aware: A party! Coming soon to a venue near you!

Next in line are:
Following the Sun from South to North: up to Cairo, by mid-March; Tel Aviv, late this month; and Istanbul, late April.

Then, from East to West: Barcelona, late May; Madrid, in June; and Mexico City!!! in… well, all this is temptative, so let’s say August.

The celebrations will have covered, by then, 8 cities in four continents.

Naturally, Mexico City’s celebrations should be rather quiet, my body will be quite diminished after all this, and well, it’s 40… but I paid everything I owed and was punished for every sin in the deserts of Central Asia and Iran, this is my only 40th birthyear, and that’s my beloved city!

(And the celebrations threaten to connect with the 200th anniversary of Mexico’s independence, in September… dammit!)

So, as you see, I’m not as serious as you no doubt thought I was. And you are welcome to be as unserious as you can in any, or all, of these fiestas!

Happy bithyear!

Con amor, Témoris

Kenya and me

Kenya… Kenya traps me… I was coming to Kenya for a weekend and then a week and now two weeks. In 2005, I was coming for a month and then it became two months and then 2 and a half. What sort of spell is this? It’s going to be so hard to leave! Asante, Kenya, asante!

Jambo, Kenya!

The roads are a nightmare and the bus from Kampala to Nairobi took 14 hours, but I arrived well and still had energy to catch up with Laura, the Italian friend I travelled with by Africa in 2005, and my lovely Kenyan friends Melanie and Waireri. It’s raining here as much as it was in Uganda, out of season. This is my seventh day underwater!

El viajero sospechoso

Columna “Fronteras Abiertas” en National Geographic Traveler (julio 2009)

La policía de algunos países puede resultar más problemática que útil.

Témoris Grecko

No creo que se me pudiera acusar de prejuicioso por desconfiar cuando ese policía nos detuvo, en una carretera solitaria en medio de la nada, poco después de haber entrado en Kenia. No era porque se tratara de un hombre de casi dos metros con un fusil automático y sin más símbolos de autoridad que una boina verde con un escudo que podría haber comprado en cualquier mercado de África. O no sólo por eso: era porque las historias que había escuchado sobre las fuerzas de seguridad de ese país empezaban con episodios de corrupción y llegaban hasta el secuestro.

Además, el agente mostró un ominoso interés en mí: pidió nuestros pasaportes, miró el de Italia, el de Gran Bretaña, y cuando vio el mexicano, se detuvo en él, lo hojeó velozmente, revisó algunos sellos y miró hacia dentro de la camioneta. “¿Quién es el de México?”, soltó con sonido grave. No culpo a mis amigos, que venían en los asientos delanteros, por hacerse a un lado y señalar nerviosamente hacia atrás. No podían hacer otra cosa. Era a mí a quien le tocaba decir “yo”. Me salió un hilillo de voz, apenas audible…

Uno de los problemas que encuentra el viajero independiente es la policía y/o los militares. Debería ser al revés, dado que el visitante es una fuente de ingresos que el país necesita y al mismo tiempo, está en situación de mayor vulnerabilidad por no ser del lugar. Pero los ministerios de turismo no suelen tener suficiente influencia sobre los de seguridad, para quienes los extranjeros suelen ser –de acuerdo con el nivel de paranoia nacional– desde fuente potencial de problemas o traficantes ilegales hasta espías enemigos y terroristas. Además, de todos modos, no hay problema en abusar de ellos, porque ni votan ni se van a quedar a meterse en un pantanoso proceso legal contra nadie.

Un ejemplo está en la serie de casos relacionados con la fiebre de pánico a la influenza A, que motivó una serie de vejaciones contra viajeros mexicanos en diversos países, de manera destacada China: más de 130 personas que no presentaban síntomas ni habían podido estar en contacto con el virus, ya que habían salido de México antes de su aparición, fueron aisladas, maltratadas e incluso presentadas ante las cámaras de televisión, que difundieron sus imágenes como las de criminales.

Por las misma fechas, yo pasé por otra situación que también usaré como muestra: en un café internet de Bishkek, la capital del país centroasiático de Kirguistán, me robaron la mochila con mi Macbook (nueva), celular, gafas, dos tarjetas bancarias y otras cosas. En todo el mundo, esos sitios son escenarios frecuentes de hurto y cualquier viajero debe tener en ellos más cuidado que el que tuve yo. Y prudencia: como medida de presión para que me regresaran las cosas, amenacé con llamar a la policía. Alguien lo hizo por mí. Y sucede que ante los ojos de los agentes kirguises, un extranjero es una oportunidad de negocio ante la cual se convierten en admirables emprendedores.

Me llevaron a una estación de policía, ubicada en un sótano con celdas que me hizo sentir pena por los desaparecidos de los tiempos en que estas tierras eran parte de la Unión Soviética. Una vez ahí, perdieron todo interés en los detalles del robo y se preocuparon por los de mi viaje: revisaron mi pasaporte en busca de evidencia de malos pasos, después se fueron sobre mi guía de viajes de Asia Central y, cuando encontraron un mapa de la región, me lo mostraron como si probara mi culpabilidad: “Karta! Karta!” (¡mapa, mapa!), gritaban en ruso. No les funcionó, pero hallaron otro de Bishkek con dos marcas que hice en color fluorescente. Los señalaron indignados. ¿Edificios gubernamentales para poner bombas? “Hoteles”, respondí, “en ése dormí ayer y en este otro dormiré hoy” (si lograba salir de ahí). Después quisieron que comprobara que era dueño de mi cámara fotográfica.

Eso ya era más complicado porque no viajo con la factura de cada cosa que porto. Y porque ellos no sabían que en el estuche también traía una cámara de video. No quería que la vieran porque entonces podían sospechar algo terrible: peor que de agente de la CIA o militante de al-Qaeda, podrían acusarme de ser un peligroso periodista.

Tenía que escapar. Y la oportunidad me la dio un policía recién llegado que se presentó diciendo “I speak English”. Lo hablaba muy mal, en realidad. Pero yo le dije lo contrario, y que era un tipo mucho mejor preparado que sus compañeros, un modelo de oficial, con quien estaba encantado de hablar porque él podia ayudarme a hacerles entender a los otros que me urgía irme para llegar a una cita en 15 minutos, con el embajador de México, quien me esperaba para ayudarme a cancelar mis tarjetas…

Fue un éxito más para el Servicio Exterior de mi país. No hay un solo diplomático mexicano en toda Asia Central y el más cercano estaba en Irán, a miles de kilómetros, pero estos detectives de caja de cereal no lo sabían y el truco funcionó.

Claro que no todos los policías de todos los países son un problema. En algunos lugares, les han podido explicar la relación turismo-ingresos-presupuesto con sus salarios y son serviciales y atentos. Además debo admitir que a veces, el prejuicio sí me gana. Como ese día en Kenia, cuando el agente preguntaba por mí. Como no escuchó mi débil “yo”, tuve que sacar la cabeza por la ventana. El tipo se veía muy, muy serio. Pero cambió en un instante: su rostro oscuro se pobló de dientes blancos en una gran sonrisa, tomó mi mano con entusiasmo y dijo: “¡Nunca había visto a un mexicano! ¡Es un placer conocerte!”

Me mostró entonces su cartera: donde otros atesoran una foto de la novia o la hija, él guardaba la de Hugo Sánchez.

Premio Eurostars de Narrativa de Viajes / Eurostars Travel Narrative Prize

TEXT IN ENGLISH IN BLUE!

 

Esta tarde, 2 de octubre, en una ceremonia en el hotel Barcelona Design (ver notas en castellano en El Universal y en catalán en Avui y El Periòdico de Catalunya) en el Passeig de Gràcia, me entregaron el IV Premio Eurostars de Narrativa de Viajes. Por la noche habrá un cocktail para celebrarlo en el Grand Marina Hotel, en el World Trade Centre. Conceden el premio en conjunto el grupo hotelero Hotusa, el grupo editorial RBA y la Universitat de Barcelona. El jurado estuvo compuesto por los novelistas y poetas Ángela Vallvey y Alfredo Conde, por el decano de la Facultad de Filología, Adolfo Sotelo Vázquez, por la directora de Hotusa, Ana Sanjurjo, y por el director general de RBA, Joaquim Palau.

Esto se lo debo al libro “Los colores de África. Crónica de un encuentro con los pueblos de Sudáfrica, Kenia y Tanzania”, que relata la parte subsahariana de la vuelta al mundo que hice entre 2005 y 2007. Es una narración sobre los diversos pueblos que habitan estos países, su vida animal, los graves problemas que enfrentan (como racismo, violencia y sida) y los estimulantes esfuerzos de muchos africanos por resolverlos. En diciembre, RBA hará una primera edición de 12,000 ejemplares, que serán entregados gratuitamente a los huéspedes en las 4,000 habitaciones de los hoteles de Hotusa (en Alemania, Argentina, Austria, Bélgica, Estados Unidos, Francia, Italia, México, Portugal y República Checa) y después habrá una segunda edición que saldrá a la venta en febrero de 2009. Pueden ver el boletín oficial en castellano de RBA aquí, el de la Universitat de Barcelona, en catalán, aquí y una entrevista en Com Ràdio, la estación latina de Barcelona (toma un momento en empezar).

Tras la amable presentación que hicieron los representantes de la Universidad, de Hotusa y de RBA, el vocal del jurado, Alfredo Conde, me invitó a hacer unos comentarios. Lo dediqué a la gente que me impulsó a hacer este viaje y a escribir el libro: mis padres, mi chica Vivienne Stanton, y mis amigos Carlos Pedroza, Salvador Frausto, Catalina Gayà y Makieze Medina. También, claro está, a la hermosa gente de África que me recibió allá. Pero además a otras personas muy importantes, a quienes no conocí pero sin cuya lucha democrática me hubiera resultado muy difícil emprender mis proyectos y gozar de estas libertades: los estudiantes del movimiento de 1968, en particular quienes fueron masacrados por nuestro propio gobierno en Tlatelolco. 2 de octubre no se olvida. Por la memoria y contra de la impunidad de entonces y de hoy.

Y otra buena noticia es que el primer número de la edición latinoamericana de la revista Esquire sale a la venta en estos días y está buenísima. Carlos Pedroza, el antiguo editor de la revista Life&Style, está al frente del proyecto y me invitó a escribir una columna de temas políticos. También aparece un reportaje que hice en Ciudad Juárez, sobre la guerra del narcotráfico en México. En National Geographic Traveler, mi columna mensual discute el tema de los tesoros artísticos robados que se exhiben en los museos de los países ricos, mientras que en la revista Quo aparece un artículo mío sobre los esfuerzos para prohibir las bombas de racimo.

Éste es un pequeño video que hizo la división audiovisual de RBA para acompañar el anuncio:

 

 

 

This afternoon, 2 October, a ceremony was held at the Barcelona Design Hotel, on Barcelona’s aristocratical Passeig de Gràcia, to announce the winner of the 4th Eurostars Travel Narrative Prize (see the story in Spanish in El Universal and in catalan in El Periòdico de Catalunya), which somehow happened to be me. This evening we’ll have a celebration a cocktail at the Grand Marina Hotel, in Barcelona’s World Trade Centre. The decision was made by a jury composed of two novelists and poets, Alfredo Conde and Ángela Vallvey, the University of Barcelona’s Faculty of Philogy director, Adolfo Sotelo Vázquez, Hotusa Hotel’s director Ana Sanjurjo, and RBA publishing group’s director general Joaquim Palau. These three institutions (the hoteliers, the publishers and the University) award this prize yearly.

I owe this to my book “The colours of Africa: a chronicle of an encounter with the peoples of South Africa, Tanzania and Kanya”. It’s a narration on the diverse peoples who inhabit these countries, their wildlife and cultures, the grave problems they face (such as racism, violence and AIDS) and the motivating efforts the Africans make to overcome them, an example for many of us outside. The book will be first published by RBA and will be given for free to the guests in the Hotusa’s 4,000 rooms (in Argentina, Austria, Belgium, Czech Republic, France, Germany, Italy, Mexico, Portugal and USA), before being available for sale. You can read the Hotusa’s communiqué here (in English). And the video above was produced by RBA’s audiovisual division.

After the kind presentation by the representatives of these three institutions and the jury, I was invited to say a few words. I dedicated this prize to the people who motivated me to do this trip and write the book: my parents, my girlfriend Vivienne Stanton and my friends Carlos Pedroza, Salvador Frausto, Catalina Gayà and Makieze Medina. Also, of course, I dedicated it to the beautiful people I met in Africa, those I travelled with and those who received me with love there. Yet, I dedicated it to others I never met, but whose democratic struggle allowed me to enjoy the freedom to launch my projects: the 1968 movement students, in particular those who were massacred by our own government in Tlatelolco exactly 40 years ago: may 2 October never be forgotten.

Another good news is that Esquire magazine’s Latin American edition’s first issue is coming out on these days and looks fantastic! My good friend Carlos Pedroza is the editor general and he invited me to write a political column. Also, it includes a story I wrote in Ciudad Juárez on violence and narcotrafficking. Plus, my monthly column in National Geographic Traveler (Latin American edition) discusses the topic of stolen artistic treasures in rich-countries’ museums, and Quo magazine published my story on the efforts to ban cluster bombs from Earth.

El novelista y poeta Alfredo Conde; el presidente de Hotusa, Amancio López; la vicerrectora de Política Científica de la Universitat de Barcelona, Carme Muñoz Lahoz; y el director general de RBA Libros, Joaquim Palau.

 

 

 

 

Hace 19 años yo tenía 19 años

Hace 19 años, yo tenía 19 años. Y pasé por este mismo lugar, que ahora sobrevuelo. Había estado esa noche durmiendo a la vera de la carretera, cerca de Burdeos, y, al despertarme, me había sentido bien descansado, con muy buen ánimo. Mi alimento en esos días consistía en un cuadrito de chocolate cada seis horas, para tener energía. Después conseguí que me levantara en su coche una joven pareja española que prometió llevarme hasta Madrid. Yo no podía creer mi suerte. Pero las cosas salieron mal y, en ese 1989 en el que todavía existía una frontera entre Francia y España, la atravesé de la forma más improvisada e inesperada, usando mi paraguas para hacerme pasar por un tráiler, soportando una helada tormenta en la cordillera de los Pirineos, sin mostrar el pasaporte y, literalmente, de mojado (ver la historia aquí).

Hoy, viajo en Delta. “Pago mis impuestos, tengo pasaporte”, cantaba Sabina. El vuelo de Atlanta a Barcelona siguió una ruta que no esperaba, entró desde el Atlántico Norte por Burdeos y ahora veo los lagos de los Pirineos y las aldeas andorranas 10 mil metros abajo. No tengo frío ni nada húmedo. Una hermosa australiana toma mi mano. Tampoco dormiré en la calle: nos reservaron una habitación en el Grand Marina Hotel del World Trade Center barcelonés, en el puerto. Su página web presume que se trata de uno de los 500 mejores hoteles del mundo, según la revista T&L. Y en uno de sus salones montarán un cocktail en mi honor el jueves por la noche, para entregarme el Premio Eurostars de Narrativa de Viajes que conceden la Universitat de Barcelona, Eurostars Hotels y RBA Libros.

Con gusto, vamos a dejar que nos consientan. A pesar de ello, me sigo sintiendo mucho más cercano a mi yo de 19 años, el de hace 19 años, que a cualquier vecino de habitación que podamos tener. He cambiado, pero me parezco a mí en muchos aspectos. En Barcelona nos encontraremos con nuestros amigos Marzia y Edmundo, que por casualidad estarán ahí al mismo tiempo para iniciar su viaje de seis meses a India. No van a hoteles de mil estrellas, sino a buscar el techo que les pueda ofrecer ese país. Como yo hace tres años. Fue duro, pero me da tanta nostalgia. Y ganas de repetir. A fin de cuentas, mi hermano tuvo razón cuando me dijo no muy en broma que: “Está genial que duermas en uno de los 500 mejores hoteles del mundo. Porque, de los 500 peores, ¡seguro que varios conoces!”