Por Témoris Grecko / La Habana
A fines de los años 80, mis tías Charo y Carmen me dieron un casete de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Se lo había vendido un taxista que lo grabó en uno de los primeros conciertos, tal vez el primerísimo, que los trovadorers dieron en México. Yo era un niño y crecí con su influencia, a lo largo de décadas canté sus canciones, tengo varias completas y muchos fragmentos de otras en la memoria. Era parte no sólo de mi formación musical y literaria, sino también política: ellos contribuyeron a darle márgenes a mi concepción del mundo. Una parte fundamental de esta construcción era darle apoyo incondicional a la Revolución cubana, a la que llamaré desde ahora la R. en este artículo. Esto se alimentaba por dos vías: la de la izquierda, para la que la R. era una causa vital, y la de México, para la que Cuba es tan importante como un asunto interno. Mis padres y mis tíos eran y son fieles creyentes de la causa. Para un chico como yo no había más opciones: tenía que amar a Cuba e idolatrar la R.
Al crecer y recibir más información, pude empezar a adquirir una perspectiva un poco más crítica. Bueno, tal vez no todo está perfecto allá, pensé. Fui a Cuba, por vez primera, en 1997, con mi gran amigo Adolfo, al Festival Internacional de la Juventud y los Estudiantes, y pude constatar que había descontento, deterioro, autoritarismo e intolerancia. Regresé en 2004. Aún así, Pablo me daba razones para seguir creyendo cuando aceptaba y justificaba: “No vivo en una sociedad perfecta / yo pido que no se le dé ese nombre / si algo me hace sentir ésta / es porque la hacen mujeres y hombres”.
Me motivaba, además, la mística de la R., una de las más poderosas que todavía persisten en nuestros días: la resistencia de la pequeña isla frente al imperio y la figura de Che, pero también la siempre impresionante gesta guerrillera de Fidel, su elocuencia y carisma, sus maravillosos desplantes frente a Estados Unidos y a los mediocres y prepotentes presidentillos latinoamericanos. En la primera Cumbre Iberoamericana, en Guadalajara, un caricaturista sentó al gordo Endara, Cristiani, Menem, Salinas de Gortari, Fujimori y tantas glorias de la época, sobre una banca larga, y a Fidel en el extremo, con mayor peso que los demás, levantándolos y haciéndolos desequilibrar. Palomo lo dibujó ganando en solitario un partido de tenis contra una veintena de rivales. A todos nos provocaba orgullo y risa, a la vez. (Lo de la risa es sorprendente en alguien que parece incapaz de reír.) Lo que le hizo a Fox cuando reveló la conversación telefónica fue un abuso imperdonable de la confidencialidad, pero en muchos de nosotros prevaleció el gozo de ver cómo fue exhibida la imbecilidad del mexicano.
Tuve que ir a Cuba por tercera ocasión, vivir en ella por un tiempo, recorrerla de Occidente a Oriente, y presenciar el aniversario 50 de la R., experimentar la vida diaria de los cubanos, preguntarles qué piensan, siente y sueñan, para que finalmente terminaran de caer mis ataduras románticas (más que ideológicas) y me pudiera dar cuenta de que la Revolución dejó de existir hace mucho, cuando perdió el sentido de evolución, cuando sólo se quedó la R., cuando Fidel se creyó lo de Brecht (traído hasta todos nosotros por el servicio de Silvio) de que hay hombres que son imprescindibles, cuando millones de cubanos nacieron, crecieron y maduraron sometidos al añejado sueño adolescente de un grupúsculo de ancianos.
No sabemos si Fidel está vivo o sólo incapacitado. La última de sus “reflexiones”, antes diarias, apareció en Granma el 16 de diciembre, lo que llevó a Ginés Górriz a concluir que, por lo menos, hay “muerte reflexiva”. Aunque parezca brutal, miles de cubanos creen, como yo, que la parca podría hacerles un gran favor si optara por llevarse un combo y limpiara el gobierno de un guadañazo para dejar el espacio a la gente joven que siempre ha sido relegada. A la generación inmediata siguiente le pasa lo mismo que al príncipe Charles de Inglaterra, frustrado ad eternum por una madre – reina excesivamente longeva y tristemente insensible. Cuando llegue a rey, si no muere antes que ella, ya será demasiado viejo. Uno se pregunta si no sería mejor dejar paso de una vez a los que vienen detrás.
Porque la expresión más viva (vaya paradoja) de que quienes llevaron la Revolución a la cumbre también la condujeron cuesta abajo, la despojaron de 9 de sus letras y la dejaron simplemente como la R., es la cúpula del liderazgo cubano. En el discurso del 50 aniversario de la R., en Santiago (no lo pudimos escuchar en directo porque sólo dejaron pasar invitados al Parque Céspedes y no encontramos un cubano que lo quisiera ver por tele, así que sólo conseguimos mirar la repetición), Raúl demostró su cansancio, su frustración, su vacío de ideas. Todo fue resistencia, resistir, resistan cubanos. Y la foto de portada del Granma del día siguiente fue la primera fila de los asistentes, tomada en contrapicada: un sexteto de aburridos viejitos en uniforme militar, sentados en frágiles sillas portátiles.

¿Por qué siguen los ancianos, con sus viejas hazañas de la guerrilla de los años 50 en la Sierra Maestra, aferrados al poder? El discurso revolucionario insiste en la fe en los jóvenes, en el pueblo y en la “estructura del liderazgo”, es decir, en los cuadros medios y bajos. Cuando Fidel, de 82 años, fue obligado por su enfermedad a dejar el poder (activo), por fin, puso a Raúl, de 77 años, como presidente. De alguna forma, obró el encantamiento de hacer que millones de personas, fieles y contrarios, tomaran como natural que el líder le heredara el poder a su hermano, tras apenas molestarse en simular un proceso de relevo institucional. Pero bueno, la gente sabía que Raúl vendría después. Sus esperanzas, como nos dijeron varios, estaban en ver a un joven (o, por lo menos, a alguien menos viejo) en la Vicepresidencia, aunque fuera uno de los pupilos, digamos Lage o Alarcón. Se creía que tendría un mayor contacto con la realidad de la gente. Y, ¡oh!, ¡ideas frescas!, porque lo que ha envejecido terriblemente también son las ideas. Pero no. Ahí quedó José Ramón Machado Ventura, otro héroe de la Sierra Maestra, donde combatió bajo las órdenes de Raúl, y que es un año mayor que él: tiene 78 años.
¿Y la confianza en los jóvenes? Mmmm, no parece haber mucha. Otra, ¿y la confianza en la estructura de liderazgo? ¿Por qué no se permite que los cuadros lleguen al poder? Más aún, ¿y la confianza en el pueblo?
Lo que se demuestra es que no existe ninguna de las tres confianzas. La parte medular del discurso de Raúl en el aniversario fue apelar a todos los héroes caídos en la lucha para advertir a los jóvenes de que la R. puede ser destruida y exigirles que se mantengan firmes en los principio de la R., “que no se reblandezcan con los cantos de sirena del enemigo” (o sea, que le crean nada a Obama) porque si no, “les faltará la autoridad moral que sólo otorgan las masas a quienes no ceden en la lucha” y “pudieran terminar siendo impotentes ante los peligros externos e internos, e incapaces de preservar la obra fruto de la sangre y el sacrificio de muchas generaciones de cubanos”. Raúl y su pequeño senado de cabecera están aterrorizados porque, ¡diablos!, la muerte no es revolucionaria y se los va a llevar, caballero, ya se los está llevando. Acaso ya llegó por Fidel, no lo sabemos pero ellos sí. Y cuando se los lleve, ya no habrá manera de impedir que los jóvenes empiecen a decidir. Y están en peligro de decidir mal, porque ya no van a tener a los “imprescindibles” (“hay hombres imprescindibles”, “Fidel es uno de ellos”, dijo Raúl en el citado discurso) para guiarlos y darles manotazos cuando se equivocan.
La falta de confianza en el pueblo se demuestra también en otro aspecto. ¿Por qué se ha rehusado la cúpula a revalidar el respaldo del pueblo cubano en elecciones libres, directas y con la posibilidad de votar por opciones fuera de la R.? El Che decía que un pueblo analfabeto podía ser engañado. Ésa podría ser la justificación para evitar elecciones libres al principio, cuando todavía había Revolución. Estados Unidos trataría de influir en el proceso, de manipular al ignorante pueblo cubano y someterlo a sus caprichos (las elecciones nicaragüenses de 1989, en las que los sandinistas perdieron el poder, parecieron ser una demostración de este argumento; Porfirio Díaz, el dictador que derrocó la revolución mexicana, también decía que el pueblo no estaba listo para la democracia).
¿Vale esa afirmación 50 años más tarde? La gran mayoría de los cubanos nació después de la victoria. La Revolución los enseñó a leer y escribir, les dio salud y educación, y además, doctrina revolucionaria intensiva: durante medio siglo, los cubanos han estado “protegidos” de información exterior y sólo han recibido la que su gobierno ha estimado conveniente, desde que estaban en el círculo infantil (equivalente a jardín de niños), aprendieron a amar a los héroes revolucionarios y a comportarse de acuerdo a los principios revolucionarios, a los largo de sus vidas han cumplido con sus obligaciones revolucionarias, siempre han escuchado que en Cuba se vive bien y que el exterior es una selva peligrosa, y están más que conscientes de la “agresión imperialista” permanente y del peligro fatal de perder la independencia ante Estados Unidos. Además están los CDR (Comités de Defensa de la Revolución), los grupos que hay en cada una de todas las manzanas de Cuba, en los que se obliga a participar a todos los vecinos, y que vigilan que todos se porten bien.
En suma, la R. ha tenido tiempo suficiente para formar al pueblo como ha querido. ¿Y a pesar de todo tienen miedo de que la gente vote en contra? ¿Por qué no confían en su propio pueblo?
Al igual que los ancianos de la cúpula son la expresión más viva de que la R. es un cascarón vacío, de una manera trágicamente irónica, desde los abominables rincones del imperio enemigo llega un contraste dramático que exhibe la falta de evolución en la que ha caído Cuba: en noviembre, en elecciones democráticas, los estadounidenses eligieron como presidente a un hombre joven, negro y progresista. Pónganlo a un lado de los varones viejos, blancos y reaccionarios que no sueltan el poder en Cuba. A pesar de que una mayoría de la población es joven y negra, ¿alguien ve a los jóvenes y a los negros en el gobierno cubano? ¿Por qué no hay? ¿Y quién será el principal operador del presidente yankee? ¿Una mujer? ¿Alguien ve mujeres en el primer círculo del poder en Cuba? ¿Por qué no hay?


En las semanas siguientes, Mundo Abierto publicará mis “Cartas desde Cuba”, donde trataré de presentar un panorama de la situación en la isla: libertad de expresión (este post debía dedicarse a ello, pero hacía falta una introducción), bloggers y la internet, nuevos trovadores, la vida cotidiana, fracaso económico y grandes logros de la Revolución.
Para finalizar este largo texto, dejo las reflexiones de uno de un importantísimo valor de la Revolución, uno de los que más ha contribuido a extender su fama, su mística y sus mitos. El periódico español Público, creado hace poco para ofrecer la visión de izquierda que, piensan algunos, El País perdió, difundió una interesante entrevista a Pablo Milanés, de la que extraigo lo siguiente:
Hábleme de su isla, ¿cómo ha dejado Cuba?
Bastante mal. Después de tres ciclones, una crisis que no se acaba de solucionar y unos dirigentes que no hacen nada por sacar adelante el país nuevamente en medio de esta parálisis. Si a esto se agrega la crisis mundial, pues estamos bien arreglados.
¿No confía en que Raúl Castro dé un paso hacia delante?
Yo no confío ya en ningún dirigente cubano que tenga más de 75 años porque todos, en mi criterio, pasaron sus momentos de gloria, que fueron muchos, pero que ya están listos para ser retirados. Hay que pasar el testigo a las nuevas generaciones para que hagan otro socialismo, porque este socialismo ya se estancó. Ya dio todo lo que podía dar, momentos de gloria, cosas imperecederas que aún perviven en la memoria y en los hechos cotidianos del cubano, pero tenemos que hacer reformas en muchísimos frentes de la Revolución, porque nuestros dirigente ya no son capaces. Sus ideas revolucionarias de antaño se han vuelto reaccionarias y esa reacción no deja continuar, no deja avanzar a la nueva generación que viene implantando un nuevo socialismo, una nueva revolución que hay que hacer en Cuba.
Y a esos viejos revolucionarios, ¿la historia los absolverá?
Sí, creo que sí. Simplemente deben retirarse, pero no creo que haya que juzgarlos por nada. Hicieron lo que tenían que hacer en su tiempo. Simplemente, ahora no están haciendo lo que deben hacer.
¿Alberga esperanzas en la presidencia de Barack Obama?
Sí, cómo no. Soy un ciudadano negro y que Estados Unidos haya tenido una ley de derechos civiles conquistada en los años 60 y que, menos de 40 años después, ya tenga un negro presidente es tanto o más que lo que hemos logrado nosotros en Cuba, donde los negros aún no tienen ni poder real ni verdaderas oportunidades. Es una vergüenza que en Estados Unidos haya un presidente mestizo (y que los mestizos en Cuba) no hayan ejercido el poder en estos cincuenta años.
(Publicado originalmente en Mundo Abierto.)