Sájara Occidental: El desierto se calienta


Por Témoris Grecko / Smara y El Aiún, Sájara Occidental / Publicado en Esquire de enero de 2011.

El Sájara (Sahara) Occidental, la antigua colonia española que el Reino de Marruecos invadió en 1975, estaba a mitad de camino entre un agudo rompimiento social y el reinicio de la guerra por la independencia. El 29 de noviembre de 2010, Smara (la última ciudad controlada por el ejército de Marruecos antes de llegar al muro que este país construyó para mantener lejos a las milicias independentistas) era un alarmante foco de tensiones. A las 6:45 de la mañana, tres policías vestidos de civil me despertaron con golpes en la puerta de mi habitación. En francés y mientras revisaban las imágenes en mi cámara fotográfica, me ordenaron recoger el equipaje y acompañarlos a la parada de autobús para que me marchara.

Había cuidado mis movimientos para que no descubrieran que soy periodista y, como no me pareció que lo sospecharan, no sabía por qué me estaban echando. No dieron explicaciones ni me indicaron un destino; sólo querían que saliera de ahí. A las 7.30 ya iba en el único autobús diario hacia El Aaiún, el centro político y económico de la región. Ahí, en la tarde de ese mismo día, volví a ser extraoficialmente expulsado tras un incidente en el que un grupo de colonos marroquíes nacionalistas me agredió físicamente bajo una insólita acusación: la de ser un ciudadano de España miembro del derechista Partido Popular (PP). Decidieron ignorar mi pasaporte mexicano. “No le podemos brindar protección mientras permanezca en El Aaiún”, me dijeron dos policías uniformados, quienes en cambio sí me podían acompañar a mi hotel por mis cosas y a buscar otro autobús. Era como un dejà vu.

Eso estuvo a punto de convertirse en una pequeña batalla, después de que jóvenes sajaráuis autóctonos trataron de intervenir. Cualquier posibilidad de entendimiento entre ellos y los marroquíes quedó dinamitada el 8 de noviembre, cuando las fuerzas de seguridad del Reino se lanzaron a destruir el campamento de jaimas (tiendas nómadas tradicionales) de Gdeim Izik, a 15 kilómetros de El Aaiún, que había sido levantado apenas el 10 de octubre como una forma de protesta de 20 mil sajaráuis que pedían mejoras sociales. El saldo fue de más de una decena de muertos y un número indeterminado de heridos, torturados y detenidos.

Para la prensa marroquí, el resultado hasta ahora sirve a su país: “Fue un golpe genial”, me dijo Driss Beiba, un periodista para quien Marruecos obtuvo “una victoria diplomática” y “una victoria mediática”. En cambio, Ahmed R. Benchemsi, director de Telquel, el único medio impreso que desentona un poco en el coro ultranacionalista de la prensa marroquí, advierte del “peligro” de que la “población sajaráui, siempre desamparada, se vuelva hacia los que considera su último recurso: los militantes independentistas que le ofrecen un porvenir mejor”.

VIENTOS DE GUERRA

La creación del campamento de Gdeim Izik y su violento desenlace provocaron una crisis internacional que involucró a España, Francia, Estados Unidos y el Consejo de Seguridad de la ONU (y tangencialmente a México), y volvió a poner los reflectores sobre un añejo conflicto que parecía casi olvidado: la independencia del Sájara Occidental. Dos décadas de mediación de la ONU (desde 1991) no han traído ninguna salida y, la prolongación del problema ayudaba a consolidar el dominio de los ocupantes. La destrucción de las jaimas volvió a colocar el asunto frente a la comunidad internacional, grave e irresuelto.

El domingo 28 de noviembre, el día anterior a mi expulsión informal del Sájara, todas las entidades político-sociales de Marruecos (gobierno, partidos, sindicatos, etcétera) habían realizado una mega-manifestación en Casablanca (aseguraron que eran tres millones de personas) en contra de España, los medios españoles de comunicación y el PP, al que acusan de liderar una campaña antimarroquí.

El lunes, cuando los policías “sugirieron” que me fuera, pensé que tenía margen para rehusarme. Pero esos jóvenes sajaráuis, que tampoco escuchaban que no soy español ni del PP, se dispusieron a defenderme por serlo. Los marroquíes los recibieron a gritos: “¡Arrepentidos de la madre patria!”. Me iba a convertir en el motivo de una pelea étnica. A gritos les exigí a mis autonombrados defensores que se retiraran y tuve que hacerlo yo también.

Era un día especial. La ciudad estaba entrando en conmoción, y no por causa mía: los equipos de fútbol Barcelona y Real Madrid iban a enfrentarse y las calles se vaciaban para que se llenaran los salones de té que mostraban el partido, era como si el destino del Sájara se disputara allí. Apenas empezaba a trascender que esa mañana en Smara, los alumnos sajaráuis de un instituto de nivel bachillerato habían sido atacados por una turba de colonos marroquíes. Horas después pasó lo mismo en dos escuelas de El Aaiún. Decenas de adolescentes, principalmente chicas sajaráuis, yacían en el hospital. Aunque las autoridades aseguraron que los enfrentamientos habían sido espontáneos, el hecho de que se hubieran preocupado por mi presencia –era el único occidental en Smara y probablemente en El Aaiún también— me hacía preguntarme si no sabían que algo se preparaba y preferían no tener testigos foráneos.

Si no lo sabían, es probable que lo anticiparan. Los sajaráuis respondieron a la desatrucción del campamento con motines callejeros, en los que hubo asesinatos con una saña que nunca se había visto. Una gran parte de la población sajaráui que, después de 35 años de conflicto, parecía haberse conformado con la dominación marroquí, ahora se siente vejada. Los colonos marroquíes, por su parte, se sienten exaltados por la “victoria” en Gdeim Izik y aprovechan cada oportunidad de asestarles golpes morales y físicos a los sajaráuis.

La convivencia entre marroquíes y sajaráuis me hizo recordar las que vi entre chinos y uigures, o entre israelíes y palestinos: una comunidad dominadora y otra dominada que viven a espaldas una de la otra, dispuestas a apuñalarse cuando se pueda. Los independentistas del Frente Polisario (Frente por la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro) amenazaron con reanudar la guerra.

“Los enviaremos de vuelta a Marruecos, a todos y a balazos”, me dijo Aziz, un joven sajaráui de Smara. “Ejecución sumaria”, gritó Ahmed, un marroquí en El Aaiún, frente a los jóvenes sajaráuis que pretendían defenderme, “¡sumisión a (el rey) Mohammed VI o tendrán que ser ejecutados!”

EL APLASTAMIENTO DE LAS JAIMAS

En 1991, con la guerra estancada tras 16 años de hostilidades (ver recuadro), Marruecos y el Frente Polisario accedieron a entrar en un proceso de paz dirigido por la ONU, que creó una fuerza de cascos azules para que se interpusiera entre los contendientes.

Transcurrieron seis años antes de que Marruecos aceptara que los habitantes decidieran democráticamente si se independizaban o no, pero el problema pasó a ser quién podía votar: el Polisario sólo aceptaba a quienes vivían ahí (unos 74 mil mayores de edad) antes de la Marcha Verde con la que Marruecos invadió en 1975, pero este país quería incluir a decenas de miles de colonos que había estado asentando.

En 2003, un segundo intento de la ONU fracasó porque, para Marruecos, el referendo ya era “innecesario”. Finalmente, tras casi 20 años sin resultados, Christopher Ross, enviado especial de Naciones Unidas, logró que las partes se comprometieran a realizar una “reunión informal” de aproximación en Manhasett, Estados Unidos, el 8 y 9 de noviembre de 2010. Justo cuando Marruecos desmanteló violentamente el campamento de Gdeim Izik.

Decenas de miles de sajaráuis habitan en campamentos de refugiados en Tindouf, la zona de Argelia desde donde opera el Frente Polisario. Pero otros tantos viven en la zona controlada por Marruecos, del lado occidental del muro. La disputa sobre quién tiene derecho a vivir ahí ha impedido que se hagan censos, pero se calcula que en El Aaiún hay 200 mil personas, de las que sólo la quinta parte son sajaráuis.

Hoy conforman la capa marginada de la sociedad. La forma de atraer a colonos marroquíes al Sájara (mucho menos desarrollado que Marruecos, desértico, lejano, deshabitado) fue que el gobierno les diera ventajas fiscales y apoyos económicos, con lo que subsidió la creación de una clase social superior. Para reemplazar a los chioukhs sajaráuis (líderes tribales) que se marcharon a Tindouf, importó a una elite prefabricada que ocupó los puestos burocráticos y políticos.

Sin embargo, tres décadas y media produjeron un desgaste en las aspiraciones independentistas que los diplomáticos estadounidenses pudieron constatar, según un cable filtrado por la web Wikileaks: los sajaráuis que viven bajo control marroquí aspiran más “al autogobierno que a la autodeterminación”, afirmaba en agosto de 2009 el encargado de negocios de EU en Rabat, la capital marroquí. “Desean más protección de su identidad y no tener un ejército y unas embajadas. La pequeña minoría pro-Polisario que se hace oír contaba antes con el apoyo de la mayoría silenciosa sajaráui, sobre todo durante los episodios de represión”. Sin embargo, sigue el documento, a mediados de 2009 estaba “más bien intrigada por la perspectiva de la autonomía”.

Esto le dio un contenido predominantemente social y apolítico al campamento de Gdeim Izik que sorprendió a los observadores: desde que fue creado el 10 de octubre de 2010, cuando sajaráuis de todo el territorio empezaron a reunirse en ese lugar y a montar sus jaimas, quedó bien claro que demandaban tierras, viviendas, empleos y oportunidades, pero no la independencia. Sus líderes eran jóvenes desconocidos que conformaron un eficaz comité de organización para atender asuntos como la basura y el aprovisionamiento. Aunque políticos y periodistas marroquíes buscaban signos de intervención del Polisario, parecía que era marginal o nula.

Desconcertadas, las autoridades optaron por regular el fenómeno, sin aplastarlo: levantaron un muro protegido por policías alrededor del grupo de 3,500 jaimas y establecieron un control sobre las personas y productos que ingresaban y salían. Una tarde, varios adolescentes que lo cruzaron en un vehículo todoterreno fueron tiroteados: los marroquíes los acusaron de haber disparado contra ellos, los sajaráuis dijeron que los chicos sólo se habían saltado el retén.

Se abrió un proceso de diálogo que no avanzaba porque –se quejaban los sajaráuis– los ponían a hablar con funcionarios menores que no podían tomar decisiones. Así se llegó a una fecha clave (6 de noviembre, 35 aniversario de la Marcha Verde) que pasó sin incidentes, con un discurso del rey en el que reivindicó su soberanía sobre el Sájara sin hacer referencias al campamento de Gdeim Izik.

El día ocho, antes del amanecer, helicópteros sobrevolaron las jaimas y con altavoces exigieron a las mujeres y los niños que se retiraran. Poco después, centenares de policías avanzaron sobre las tiendas, apoyados por tanquetas con cañones lanza- agua y otros vehículos. Muchos jóvenes resistieron. Las fotografías muestran llamas, humo, basura, desolación. Según Marruecos, sus agentes iban desarmados. Los videos grabados por cuatro activistas (tres españoles y un mexicano) de los grupos de solidaridad Thawra y Resistencia Saharáui muestran que algunos elementos sí portaban armas de fuego, aunque no se los ve disparando. En otras imágenes se ve a personas aparentemente heridas de bala.

Las mujeres y los niños, así como los hombres que pudieron escapar, recorrieron a pie los 15 kilómetros hasta El Aaiún. Ahí, la población sajaráui indignada tomó las calles en un motín que superó los únicos dos antecedentes de rebeliones callejeras, en 1999 y 2005. Asediaron edificios públicos, incendiaron estaciones de televisión, atacaron propiedades de colonos marroquíes.

Inicialmente, las fuerzas de seguridad se vieron desbordadas, pero a las 11 de la mañana la intervención del ejército comenzó a cambiar la situación. Entonces fueron los paramilitares nacionalistas marroquíes, con protección o indulgencia policial, según constató la ONG Human Rights Watch, quienes se lanzaron a perseguir sajaráuis. Durante días, militantes y agentes del orden irrumpieron en casas para golpear y detener a posibles participantes en las protestas.

¿VICTORIA MEDIÁTICA?
Las noticias emergieron para crear confusión. No era extraño que la versión del gobierno marroquí –diez policías y un sajaráui muertos– fuera contradictoria con la de los opositores, de 19 víctimas mortales sajaráuis y cientos de desaparecidos, cadáveres arrojados a los canales y personas atropelladas intencionalmente. El problema fue que no había observadores independientes que pudieran aportar datos confiables.

Eso es responsabilidad de Marreucos, que impidió la presencia de la prensa extranjera desde que la creación del campamento empezó a conocerse. Primero, de una forma infantil: los corresponsales de medios españoles en Rabat iban al aeropuerto con boletos para El Aaiún, sólo para encontrar que “un robot” de Royal Air Maroc, la aerolínea nacional, había cancelado sus reservaciones “por error”.

Después, el bloqueo se hizo oficial: un equipo de la española Antena 3 que había logrado colarse por tierra fue expulsado; al corresponsal del diario ABC le cancelaron su acreditación; a sus colegas de otros medios les advirtieron que les ocurriría lo mismo si trataban de viajar al Sájara; a varios turistas españoles les impidieron la entrada al país cuando sospecharon que eran reporteros; también detuvieron y echaron del país a diputados del Parlamento Europeo.

El 5 de noviembre, dos periodistas españoles fueron atacados por civiles con patadas y piedras en el tribunal de justicia en Casablanca, cuando cubrían el juicio contra varios independentistas sajaráuis. En lugar de proceder contra los culpables, el gobierno marroquí difundió una nota en la que justificaba la agresión, alegando que los extranjeros habían captado imágenes del proceso sin la debida autorización. Y el 28 de noviembre, se realizó con apoyo oficial la mega-marcha de Casablanca contra los medios hispanos, el PP (identificado como principal promotor del apoyo a los sajaráuis) y España en general.

La prensa ibérica, al igual que su opinión pública, simpatiza con la causa sajaráui. Impedida de cubrir los hechos directamente, utilizó las informaciones que le ofrecían los activistas españoles y sajaráuis, dándoles un peso igual o mayor que a las del gobierno marroquí. Dentro de Marruecos, el contraste entre la versión oficial (asumida como verdadera) y la que presentaban los medios españoles provocó indignación. Y dos graves errores parecieron confirmar la sospecha de que todo esto demostraba una campaña antimarroquí.

El 15 de noviembre, Antena 3 utilizó una foto de cadáveres amontonados para demostrar que sí habían asesinado a sajaráuis… pero la imagen había sido publicada en enero por un diario marroquí y se trataba en realidad de un asesinato del fuero común en Casablanca. No fue lo peor: el día 13, la agencia española EFE difundió una escena impactante de niños con las cabezas destrozadas a balazos… que correspondía a la invasión de Gaza por Israel, casi tres años atrás. El Mundo, La Vanguardia, El País… la prensa peninsular la reprodujo sin cautela. Y sin saber que EFE la había tomado del blog de Thawra, el grupo español de apoyo a los sajaráuis (que aseguró que “asumimos nuestro error” por publicar esa foto, pero les echó la culpa a “los Servicios de Inteligencia marroquíes que han divulgado dos fotos falsas”).

“Así se sella la gran victoria mediática de Marruecos”, considera Driss Beiba, un periodista de la revista marroquí Le Reporter, en nuestra conversación del mismo día 15. “La prensa española quedó desnuda con sus mentiras y los mensajes del Polisario fueron desmontados”.

Los errores del otro no son aciertos propios, sin embargo. Entre los medios marroquíes, tal vez sólo el semanario Telquel hizo un trabajo medianamente honesto. En contraste, la revista Challenge afirmó: “Cuando todos los medios de un país muestran un sesgo, cuando deforman las realidades y hacen los mismos ‘análisis’ sobre la situación de un tercer país, eso ya no es periodismo, sino propaganda seguramente retribuida”. En ese mismo número, su director, Kamal Lahlou, celebró en un editorial que “en Marruecos, la reacción es unánime (…) Los partidos demandan firmeza (…) los medios, sin excepción, siguen la misma línea (…) Este consenso constituye la más grande fuerza de Marruecos y hay que rechazar todo lo que pueda constituir una fisura en el edificio”.

En otras palabras, el consenso en los medios de otro país es detestable, en los del propio hay que exigirlo.

Ésa es la línea impuesta desde el trono. Hay dos temas legalmente intocables para cualquier marroquí: la familia real y la marroquinidad del Sájara. Por si quedaran dudas, el rey Mohammed VI las despejó el 6 de noviembre de 2009, al declarar: “No hay más lugar para la ambigüedad y la duplicidad. No hay un justo medio entre el patriotismo y la traición. No podemos gozar los derechos de la ciudadanía y repudiarlos a la vez en complicidad con los enemigos de la patria”.

En los últimos años, el gobierno ha cerrado periódicos y encarcelado periodistas por cosas nimias, como informar sobre el estado de salud del monarca o dibujarlo de pie frente a una estrella de la bandera de Marruecos, que alguien creyó que parecía una estrella de David. Al abordar el conflicto por el Sájara, los medios marroquíes saben que no pueden darse el lujo de parecer tibios en la condena del enemigo.

En el discurso, el bloqueo periodístico se dirige a los españoles por su supuesta parcialidad, pero en la práctica va contra la prensa independiente en general. El 30 de octubre, le prohibieron actuar en el país al canal de noticias en árabe Al Jazeera por haber difundido un informe crítico sobre derechos humanos en el reino, preparado por Human Rights Watch. Y en general, cualquiera que aceptó ser periodista al ingresar en Marruecos fue rechazado. Yo no lo dije y de todos modos tuve que esperar dos semanas, tras el desmantelamiento del campamento, para entrar en la región del Sájara, pues estaba cerrada para todos los extranjeros.

En realidad, la “victoria mediática” que celebran algunos marroquíes fue sólo de consumo interno. En el país, muchos (a juzgar por la asistencia a la manifestación de Casablanca) creen que sólo ellos saben la verdad de lo que ocurrió. No se percibe así en el extranjero. Thomas Riley, embajador de 2004 a 2009 del país protector de Marruecos, Estados Unidos, le informó a su gobierno en un cable confidencial: “Dado que la ley marroquí se aplica de manera esporádica, pero con regularidad, para sofocar la libertad de prensa, es improbable que nadie en la comunidad de la prensa independiente se quede tranquilo con la declaración de (el ministro de Comunicación) Naciri de que las condenas a prisión serán utilizadas con moderación”.

¿VICTORIA DIPLOMÁTICA?
“El golpe genial de las autoridades marroquíes –volvemos a Driss Beiba– fue no perder jamás de vista la partida que se jugaba delante de la ONU”. Mi interlocutor se refería a la primera “reunión informal” entre el gobierno y el Polisario, que estaba programada para el 8 de noviembre pasado en Estados Unidos y debería abrir la puerta a la resolución del conflicto.

En la versión oficial, las acciones respecto a las jaimas de Gdeim Izik no tuvieron que ver con cálculo político alguno. El ministro del Interior, Taïeb Cherkaoui, dijo que habían decidido permitir que crearan el campamento “porque esta forma de manifestación entra en el marco de la libertad de expresión”. Pero cuando, según él, “milicias encapuchadas” tomaron el control, se corría el riesgo de que se convirtiera en un “Estado dentro del Estado”. En ese momento, las autoridades declararon que todos los niños, mujeres y ancianos del campamento no estaban ahí por voluntad propia, sino “secuestrados”, y decidieron intervenir “para liberarlos”. En todo caso, decían, si alguien quería utilizar el asunto en la “reunión informal” de Manhasset, ése era el Polisario, para sabotearla.

El análisis que hicieron los medios marroquíes para congratularse por esta “victoria diplomática”, sin embargo, revela cálculos menos inocentes. “Los responsables marroquíes tenían que evitar caer en una trampa que pusiera en su contra a la ONU”, explica Beiba, “y además atrapar a los que la ponían. Esta era toda su estrategia. De ahí la idea de dialogar con los del campamento hasta que revelaran su juego”.

En su perspectiva, haber desmantelado las jaimas de Gdeim Izik con armas de fuego hubiera sido “un desastre para Marruecos”, en tanto que el hecho de que “todas las víctimas hubieran sido miembros de los cuerpos de seguridad” (según la versión marroquí) demostró “de qué lado viene la violencia”.

El gobierno difundió un video en el que supuestos sajaráuis degollan a un policía indefenso y orinan sobre el cadáver de otro, con una saña que ni siquiera se vio durante los años de guerra del Polisario (el Frente nunca ha atacado a la población civil; en los años de guerra, bajo el rey Hasán II, fue Marruecos el que desapareció y torturó personas, asesinó opositores sajaráuis y marroquíes, e incluso disolvió cadáveres en ácido, al estilo mafioso). Esta violencia, afirma Beiba en consonancia con sus colegas, es prueba de que “a los separatistas los están organizando desde fuera, les enseñan métodos nuevos con la violencia de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI)”. (El gobierno marroquí trata de asentar la idea de que AQMI, la rama de Al Qaeda en África Occidental, se ha asociado al Polisario.)

Así se selló este “éxito de relaciones internacionales”, dijo el periodista, que se evidencia en que la “reunión informal” se celebró con el resultado previsto (nada, es decir, se volverán a ver en enero, sin acuerdos sustantivos, como en los pasados 20 años), sin consecuencias para Marruecos.

Las habría, no obstante. Al día siguiente de esta conversación (del 15 de noviembre), el Consejo de Seguridad de la ONU celebró una reunión urgente, solicitada por México, para discutir el tema, en la que “deploró la violencia en Gdeim Izik”. El Polisario encontró la resolución ambigua, pero era sólo la primera de una serie de eventos que ponen en entredicho la “victoria diplomática”.

El día 18, aunque el gobierno socialista de España mantenía un criticado respaldo a Marruecos, el PP encabezó a todos los partidos políticos al condenar la acción marroquí, y de esta forma abrió la puerta para que, el 25, el Parlamento Europeo pidiera una investigación independiente a cargo de la ONU. Dos días más tarde, Human Rights Watch emitió un informe en el que documenta que las fuerzas de seguridad practicaron torturas y otras violaciones de los derechos humanos de los sajaráuis. Y el 3 de diciembre, los cables diplomáticos filtrados por WikiLeaks demostraron que los estadounidenses creen que Al Qaeda amenaza al Polisario, no que está asociándose con él, como sugiere Marruecos.)

La indignación por la resolución europarlamentaria estremeció a los marroquíes, que en respuesta se manifestaron masivamente en Casablanca el domingo 28.

VICTORIA DE NADIE
Yo había entrado al Sájara días antes, el 24 de noviembre, en cuanto se permitió el acceso de extranjeros. Pero no de periodistas. Sólo tras la insistencia del gobierno español, Marruecos permitió la llegada de apenas dos reporteros, Tomás Bárbulo, de El País, y Ana Romero, de El Mundo, el día 20. Fue ridículo que España buscara o aceptara algo así: ocurría demasiado tarde, excluyendo a los corresponsales con experiencia y contactos en el Sájara, y bajo condiciones muy limitadas. Además, los dos enviados tuvieron que trabajar bajo vigilancia perpetua de espías del gobierno y presiones directas de funcionarios.

El domingo 28, Ana Romero se refugió en la casa de un diplomático español en El Aaiún: “Temo por mi integridad física. Cuando veo a gente siguiéndome, no sé quiénes son. Vine invitada por el gobierno español y el de Marruecos y ahora se me está intentando echar con unas prácticas estalinistas”, dijo en una entrevista de radio.

La persecución contra los sajaráuis no había terminado. Quizás la del gobierno central sí, pero los nacionalistas marroquíes seguían con lo suyo. En Smara, el 29, los colonos hicieron una marcha hacia el Instituto Mulay Rachid, como otras que habían estado realizando diariamente para echarles en cara a los sajaráuis que sus tierras ahora son de Marruecos. Pero esta vez, algo fue distinto. Las autoridades dicen que los alumnos arrojaron piedras contra los manifestantes. Los sajaráuis dicen que no hubo provocación. Los videos grabados con teléfonos móviles muestran a los chicos en el recreo cuando los marroquíes irrumpen en el patio armados con palos, a los estudiantes que se repliegan hacia los salones y tratan de bloquear las entradas inútilmente con sillas y mesas, y a muchachos heridos en el hospital. Lo mismo ocurrió casi simultáneamente en otras dos escuelas de El Aaiún, mientras a mí me expulsaban y Ana Romero tenía que protegerse.

La prensa marroquí no tuvo espacio para el asunto. Pero es una indicación del estado de ánimo. Los colonos se encuentran exaltados por el desmantelamiento de Agadym Izik, lo que ven como una victoria que los invita a humillar a los aplastados. Para los sajaráuis, se trató de una afrenta innecesaria que demuestra que no hay lugar para ellos en un Sájara marroquí.

Pude hablar con jóvenes independentistas a las cinco de la mañana del 28 de noviembre, en Smara. Había sido muy difícil porque, aunque yo no estaba identificado como periodista y no tenía espía individual en El Aaiún (donde funcionaba una especie de marca zonal y era sólo al cambiar de ubicación que se me acercaban policías de civil a hacerme preguntas y revisar las imágenes que tenía en mi cámara), en Smara sí me impusieron marca personal: es una ciudad militarizada que además estaba en alerta porque el Polisario, que se ubica sólo unos kilómetros más adelante, detrás del muro, había declarado (el 19 de noviembre) que tiene “armas, hombres y voluntad suficientes” para reiniciar la guerra y “detener la limpieza étnica”, como “piden los jóvenes sajaráuis”.

Smara se encuentra tan en alerta y repleta de soldados (el 50 por ciento del ejército marroquí está en el Sájara, creen los diplomáticos de Estados Unidos) que no hay lugar para ellos en las barracas, así que en la noche del sábado 27, no había una habitación libre y tuve que pasarla en un internet café hasta que lo cerraron a las cuatro de la mañana. Entonces descubrí que mi marca podía ser personal, pero no de 24 horas.

En la libertad de la madrugada pude acercarme a conversar con los primeros jóvenes que salían a la calle, en el mercado callejero del Boulevard du Stade y en la avenida Hasán II. Para ellos hubiera sido peligroso hablar conmigo en otro momento, pero en la oscuridad, un grupo me rodeó para expresar a borbotones de castellano lo que no les dejan decir en el idioma impuesto por Marruecos, el francés. Y es guerra.

Muchos marroquíes pueden tratar de creerse que han ganado una victoria diplomática y otra mediática. No hay quien diga, en contraste, que están ahora más cerca de ganarse a los sajaráuis. La violencia en Gdeim Izik es una derrota amplia de su proyecto de consolidación de su dominio mediante la asimilación de los dominados. Todos estos chicos sajaráuis tenían una lista de agravios: golpizas, violaciones de hermanas, desapariciones de parientes o amigos, robos, despojos. Resienten el perpetuo estado de sitio en que vive Smara. Criticaban que en la escuela los obliguen a aprender como propia la historia del invasor. Decían que todavía en octubre pensaban que lo más sencillo era buscar mejoras dentro de Marruecos. La destrucción de las jaimas cambió su perspectiva: “Nos damos cuenta de que sólo el Polisario nos puede defender, ni la ONU ni nadie más”.

Ahmed R. Benchemsi lo ha percibido. Él se manifiesta a favor de la marroquinidad del Sájara, no hay duda. No podría ser de otra forma: es director de Telquel, un semanario en francés cuya versión en árabe, Nichane, cerró en septiembre a causa de un boicot publicitario “orquestado por el Estado marroquí”, explica. Telquel asume la línea oficial en términos generales, pero en lo particular adopta matices. Como recordar las causas sociales del descontento sajaráui. Y advertir de los peligros: “Si la expresión independentista en el Sájara se convierte mañana en terrorismo, al estilo irlandés o vasco, el Estado marroquí sera culpable”.

(RECUADRO)
EL LEGADO ENVENENADO DE FRANCO
Los españoles se sienten comprometidos por su mala descolonización del Sájara. Mientras Francia y Gran Bretaña salieron de sus territorios africanos en los años 50 y 60, las dictaduras de España y Portugal se aferraron a los suyos hasta sus propias caídas a mediados de los 70.

El Frente Polisario (Frente Por la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro –las dos provincias en las que estaba dividido el entonces Sájara Español), que sostenía una guerra por la independencia, parecía el interlocutor adecuado para acordar la liberación. Pero Francisco Franco no lo permitió. La versión más aceptada afirma que prefirió entregárselo a Hasán II, entonces rey de Marruecos. Otra historia afirma que, en realidad, Franco agonizaba en su lecho de muerte cuando Hasán II aprovechó la oportunidad para retar el domino español, y los asustados ministros franquistas no supieron responder.

El 16 de octubre de 1975, una resolución de la Corte Internacional de La Haya determinó que los sajaráuis deberían decidir en un referendo si querían la independencia o pertenecer a Marruecos. El rey marroquí no esperó: convocó a su pueblo a tomar el Sájara, alegando derechos históricos, y el 6 de noviembre 350 mil personas desarmadas realizaron la “Marcha Verde” sobre la frontera, cerca del El Aaiún.

Los soldados españoles recibieron la orden de no responder para evitar el derramamiento de sangre. Eso es lo que vio el mundo. Tardó en saberse que, en paralelo, unidades militares marroquíes habían penetrado desde el 31 de octubre por el este, con rumbo a Smara, donde se enfrentaron a quienes sí estaban interesados en resistir, los independentistas del Polisario. El 14 de noviembre, mediante los acuerdos de Madrid, España aceptó dividir el Sájara Occidental entre Marruecos (que ocupó dos terceras partes) y Mauritania, a cambio de concesiones para explotar los únicos dos recursos naturales de la región: minas de fosfatos y bancos de pesca.

El Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la resolución de La Haya, mientras que el Polisario declaró, por su lado, la creación de la República Árabe Sajaráui Democrática, con respaldo de la vecina Argelia (en cuyo territorio de Tindouf se estableció el gobierno sajaráui en el exilio). Esto ya complicaba la cosas porque esta nación y Marruecos tienen disputas territoriales (en Marruecos, los mapas no muestran los límites orientales del país, como si su territorio se extendiera sobre Argelia) y una animadversión histórica. Pero el asunto, además, se enredó con la guerra fría. Marruecos era el único socio de Estados Unidos en la región y recibió su apoyo y el de Francia. Argelia, por su lado, estaba alineada con la Unión Soviética y otros gobiernos de esa órbita, como Libia y Mali, favorecieron al Polisario.

Mauritania era el jugador más débil y, tras un ataque sajaráui contra su capital, Nouakchott, que provocó la caída de su gobierno en un golpe militar, se retiró del Sájara Occidental en 1979. Su territorio, no obstante, fue ocupado por Marruecos, que en los años 80 comenzó la construcción de un muro de 2,700 kilómetros de longitud y tres metros de altura (dotado con búnkeres, fuertes, aeródromos, campos minados y modernos sistemas de detección) para impedir las incursiones que el Polisario hacía desde su zona de control. Esto llevó el conflicto a un estancamiento, económicamente costoso para ambas partes, y las forzó a entrar en el proceso de diálogo conducido por la ONU que en 2011 cumple dos décadas sin llegar a nada.

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