Por Témoris Grecko / Ramala (publicado en Proceso, 2 de octubre de 2011)
El retorno del presidente yemení, Ali Abdullah Saleh, a su país, después de pasar casi cuatro meses en un hospital de Riad, la capital de Arabia Saudí, parece haber sido una jugada fallida de este reino para terminar con la violencia en su vecino del sur. Produjo, en cambio, una intensificación de los combates que constituyen la antesala de la guerra civil.
El alzamiento popular que inició el 27 de enero ha sido “secuestrado” por dos facciones que pertenecían al régimen y ahora son sus rivales, y que, además, están enfrentadas entre sí, según Human Rights Watch. Junto con el gobierno, han creado un conflicto a tres bandas donde lo último que importa son las reivindicaciones populares y que podría precipitar a Yemen, advierte la organización civil, a una situación de caos permanente y de Estado fallido como la que afecta a la cercana Somalia, y de la que podrían salir beneficiados los extremistas de Al Qaeda.
El martes 27, el Consejo de Seguridad de la ONU pidió a todas las facciones detener la violencia, pero no llegó a plantearse la imposición de sanciones contra Saleh y sus allegados. Tampoco han surtido efecto las presiones del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG, un órgano regional, dominado por Arabia Saudí, que reúne a los países árabes del Golfo Pérsico), que mantiene un plan de facilitar la dimisión de Saleh y una transición ordenada, a cambio de no someter al presidente a juicio en la Corte Criminal Internacional (un privilegio que no le fue ofrecido al libio Muamar Gadafi).
DISPUTA SUCESORIA
Saleh salió de Yemen el 3 de junio, un día después de haber sufrido quemaduras y heridas de metralla en un ataque con lanzagranadas contra el complejo presidencial. Los observadores pensaron que era una retirada definitiva, pues los saudíes, que eran los primeros interesados en estabilizar Yemen y son los arquitectos del plan del CCG, lo retendrían como “huésped” forzado y que sus seguidores no tendrían más remedio que negociar con la oposición.
Esto no ocurrió así. Su hijo, Ahmed Saleh, quien está al mando del cuerpo militar de élite Guardia Republicana, se trasladó al palacio presidencial, asumió la autoridad de facto y endureció la represión contra los manifestantes desarmados.
El movimiento popular sostenía demandas similares a las de otros protagonistas de la “primavera árabe” (libertades democráticas, oportunidades económicas, alto a la corrupción y lucha contra la pobreza), pero la deserción de personalidades importantes del régimen y su paso a la revolución significó el “secuestro” de la misma, según escribió Letta Tayler, investigadora de Human Rights Watch a cargo de Yemen, en un artículo publicado en la revista Foreign Policy y reproducido en el sitio web de HRW el lunes 26.
Los estudiantes y otros manifestantes “son las caras públicas del movimiento”, dice Tayler, “y también son las víctimas primarias de la violencia que ha desatado el gobierno”, pero su lucha “se ha visto opacada por un juego de poder entre los tres principales contendientes para gobernar el país: el general Ali Muhsin al-Ahmar, un comandante renegado del ejército que fue alguna vez un confidente del presidente; Hamid al-Ahmar, un empresario multimillonario de la tribu (más grande del país) Hashid; y el hijo mayor de Saleh, Ahmed”.
Tanto el general Al-Ahmar como el hombre de negocios Al-Ahmar (no tienen parentesco) eran cercanos aliados del presidente que rompieron con él para apoyar la revolución, uno con soldados y el otro con dinero. Sin embargo, “ambos hombres están imbricados en la misma estructura de poder que los manifestantes quieren desmontar”, afirma Tayler.
Su paso a la oposición no tiene que ver con los valores del movimiento, sino con sus aspiraciones presidenciales, frente a las cuales se presenta Ahmed Saleh, quien con su Guardia Republicana ha lanzado los más sangrientos ataques contra los manifestantes pacíficos. El padre, Ali Abdullah Saleh, lleva 33 años gobernando Yemen y cumple 70 años de edad en 2012. Ya el 2 de febrero, en un intento de aplacar a los insurrectos, anunció que no se presentaría en las elecciones de 2013. La disputa por sucederlo se venía calentando desde tiempo antes del alzamiento popular.
HACIA LA GUERRA CIVIL
El viernes 23, cuando la atención del mundo estaba en la intervención de los mandatarios palestino e israelí ante la ONU, en Nueva York, el presidente Saleh viajaba de Riad a Sana’a, la capital de Yemen, donde de inmediato emitió un llamado a un cese al fuego y dijo que la única solución era negociar. Muchos yemeníes salieron a las calles a celebrar su retorno. El domingo 25, en su primer discurso (apareció en televisión con la cabeza cubierta por un pañuelo tradicional y las manos escondidas tras ramos de flores, lo que evitó que mostrara sus heridas), aseguró que venía “con la paloma de la paz y una rama de olivo” y que estaba dispuesto a ceder el poder tras elecciones adelantadas.
El periodista Jamal Jubran, del diario libanés Al Akhbar, dio a conocer ese mismo día que Saleh había logrado convencer a los saudíes de que la única persona capaz de terminar con la violencia en Yemen era él, después que que su hijo Ahmed había rechazado el enésimo intento del CCG por mediar para llegar a un acuerdo. “Los repetidos intentos de Ahmed de bloquear un cese al fuego”, escribió Jubran, “estaban diseñados para abrir el camino para el retorno de su padre, con la bendición de Arabia Saudí y Estados Unidos”.
(El diario Financial Times publicó una versión difícil de creer el miércoles 28: un alto funcionario de Estados Unidos, no identificado, dijo que Saleh “engañó a los saudíes diciéndoles que iba al aeropuerto para otra cosa”.)
La palabra de Saleh no valía mucho. Ya en tres ocasiones, había prometido en falso firmar el plan del CCG. De manera sintomática, ese domingo, la alocución paficificadora de Saleh fue acompañada por un ataque de la Guardia Republicana de su hijo Ahmed contra una multitudinaria manifestación pacífica en rechazo al regreso del presidente. El saldo fue de un muerto y 17 heridos de bala. El día anterior, sábado, ofensivas de sus fuerzas contra soldados del general Al-Ahmar y combatientes tribales dejaron 40 víctimas fatales. En total, en esa semana hubo más de 100 muertes en los combates.
El general Al Ahmar, que desertó en marzo después de que francotiradores mataron a 52 manifestantes, dio un paso hacia la confrontación armada al ordenar a sus hombres proteger futuros actos opositores. El enviado del diario The Guardian, Tom Finn, reportó que una marcha de decenas de miles de personas, en Sana’a el martes 27, “está flanqueada por cientos de tropas. Nunca había visto a los manifestantes tan bien cuidados. La sensación aquí es que los hombres del general están guardando la revolución, que sin ellos serían masacrados. Eso puede ser verdad o no, pero es la vibra que siento”.
Human Rights Watch percibe estos eventos como un descenso hacia la guerra civil, que sólo podrá ser evitada si Washington y Riad, con la ONU y el CCG, imponen sanciones sobre Saleh y sus asociados para forzarlos a marcharse y les hacen ver a las distintas facciones que “no tolerarán que hagan caso omiso de (su deber de) contenerse”. De lo contrario, advierte Tayler, “Yemen podría convertirse en una Somalia, un estado fallido en el que los militantes islamistas han impuesto su dominio y la hambruna y el conflicto han devastado a la población. En ese escenario, el caos de la última semana podría ser una probada de la matanza y el sufrimiento por venir”.