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Sájara Occidental: El desierto se calienta

Por Témoris Grecko / Smara y El Aiún, Sájara Occidental / Publicado en Esquire de enero de 2011.

El Sájara (Sahara) Occidental, la antigua colonia española que el Reino de Marruecos invadió en 1975, estaba a mitad de camino entre un agudo rompimiento social y el reinicio de la guerra por la independencia. El 29 de noviembre de 2010, Smara (la última ciudad controlada por el ejército de Marruecos antes de llegar al muro que este país construyó para mantener lejos a las milicias independentistas) era un alarmante foco de tensiones. A las 6:45 de la mañana, tres policías vestidos de civil me despertaron con golpes en la puerta de mi habitación. En francés y mientras revisaban las imágenes en mi cámara fotográfica, me ordenaron recoger el equipaje y acompañarlos a la parada de autobús para que me marchara.

Había cuidado mis movimientos para que no descubrieran que soy periodista y, como no me pareció que lo sospecharan, no sabía por qué me estaban echando. No dieron explicaciones ni me indicaron un destino; sólo querían que saliera de ahí. A las 7.30 ya iba en el único autobús diario hacia El Aaiún, el centro político y económico de la región. Ahí, en la tarde de ese mismo día, volví a ser extraoficialmente expulsado tras un incidente en el que un grupo de colonos marroquíes nacionalistas me agredió físicamente bajo una insólita acusación: la de ser un ciudadano de España miembro del derechista Partido Popular (PP). Decidieron ignorar mi pasaporte mexicano. “No le podemos brindar protección mientras permanezca en El Aaiún”, me dijeron dos policías uniformados, quienes en cambio sí me podían acompañar a mi hotel por mis cosas y a buscar otro autobús. Era como un dejà vu.

Eso estuvo a punto de convertirse en una pequeña batalla, después de que jóvenes sajaráuis autóctonos trataron de intervenir. Cualquier posibilidad de entendimiento entre ellos y los marroquíes quedó dinamitada el 8 de noviembre, cuando las fuerzas de seguridad del Reino se lanzaron a destruir el campamento de jaimas (tiendas nómadas tradicionales) de Gdeim Izik, a 15 kilómetros de El Aaiún, que había sido levantado apenas el 10 de octubre como una forma de protesta de 20 mil sajaráuis que pedían mejoras sociales. El saldo fue de más de una decena de muertos y un número indeterminado de heridos, torturados y detenidos.

Para la prensa marroquí, el resultado hasta ahora sirve a su país: “Fue un golpe genial”, me dijo Driss Beiba, un periodista para quien Marruecos obtuvo “una victoria diplomática” y “una victoria mediática”. En cambio, Ahmed R. Benchemsi, director de Telquel, el único medio impreso que desentona un poco en el coro ultranacionalista de la prensa marroquí, advierte del “peligro” de que la “población sajaráui, siempre desamparada, se vuelva hacia los que considera su último recurso: los militantes independentistas que le ofrecen un porvenir mejor”.

VIENTOS DE GUERRA

La creación del campamento de Gdeim Izik y su violento desenlace provocaron una crisis internacional que involucró a España, Francia, Estados Unidos y el Consejo de Seguridad de la ONU (y tangencialmente a México), y volvió a poner los reflectores sobre un añejo conflicto que parecía casi olvidado: la independencia del Sájara Occidental. Dos décadas de mediación de la ONU (desde 1991) no han traído ninguna salida y, la prolongación del problema ayudaba a consolidar el dominio de los ocupantes. La destrucción de las jaimas volvió a colocar el asunto frente a la comunidad internacional, grave e irresuelto.

El domingo 28 de noviembre, el día anterior a mi expulsión informal del Sájara, todas las entidades político-sociales de Marruecos (gobierno, partidos, sindicatos, etcétera) habían realizado una mega-manifestación en Casablanca (aseguraron que eran tres millones de personas) en contra de España, los medios españoles de comunicación y el PP, al que acusan de liderar una campaña antimarroquí.

El lunes, cuando los policías “sugirieron” que me fuera, pensé que tenía margen para rehusarme. Pero esos jóvenes sajaráuis, que tampoco escuchaban que no soy español ni del PP, se dispusieron a defenderme por serlo. Los marroquíes los recibieron a gritos: “¡Arrepentidos de la madre patria!”. Me iba a convertir en el motivo de una pelea étnica. A gritos les exigí a mis autonombrados defensores que se retiraran y tuve que hacerlo yo también.

Era un día especial. La ciudad estaba entrando en conmoción, y no por causa mía: los equipos de fútbol Barcelona y Real Madrid iban a enfrentarse y las calles se vaciaban para que se llenaran los salones de té que mostraban el partido, era como si el destino del Sájara se disputara allí. Apenas empezaba a trascender que esa mañana en Smara, los alumnos sajaráuis de un instituto de nivel bachillerato habían sido atacados por una turba de colonos marroquíes. Horas después pasó lo mismo en dos escuelas de El Aaiún. Decenas de adolescentes, principalmente chicas sajaráuis, yacían en el hospital. Aunque las autoridades aseguraron que los enfrentamientos habían sido espontáneos, el hecho de que se hubieran preocupado por mi presencia –era el único occidental en Smara y probablemente en El Aaiún también— me hacía preguntarme si no sabían que algo se preparaba y preferían no tener testigos foráneos.

Si no lo sabían, es probable que lo anticiparan. Los sajaráuis respondieron a la desatrucción del campamento con motines callejeros, en los que hubo asesinatos con una saña que nunca se había visto. Una gran parte de la población sajaráui que, después de 35 años de conflicto, parecía haberse conformado con la dominación marroquí, ahora se siente vejada. Los colonos marroquíes, por su parte, se sienten exaltados por la “victoria” en Gdeim Izik y aprovechan cada oportunidad de asestarles golpes morales y físicos a los sajaráuis.

La convivencia entre marroquíes y sajaráuis me hizo recordar las que vi entre chinos y uigures, o entre israelíes y palestinos: una comunidad dominadora y otra dominada que viven a espaldas una de la otra, dispuestas a apuñalarse cuando se pueda. Los independentistas del Frente Polisario (Frente por la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro) amenazaron con reanudar la guerra.

“Los enviaremos de vuelta a Marruecos, a todos y a balazos”, me dijo Aziz, un joven sajaráui de Smara. “Ejecución sumaria”, gritó Ahmed, un marroquí en El Aaiún, frente a los jóvenes sajaráuis que pretendían defenderme, “¡sumisión a (el rey) Mohammed VI o tendrán que ser ejecutados!”

EL APLASTAMIENTO DE LAS JAIMAS

En 1991, con la guerra estancada tras 16 años de hostilidades (ver recuadro), Marruecos y el Frente Polisario accedieron a entrar en un proceso de paz dirigido por la ONU, que creó una fuerza de cascos azules para que se interpusiera entre los contendientes.

Transcurrieron seis años antes de que Marruecos aceptara que los habitantes decidieran democráticamente si se independizaban o no, pero el problema pasó a ser quién podía votar: el Polisario sólo aceptaba a quienes vivían ahí (unos 74 mil mayores de edad) antes de la Marcha Verde con la que Marruecos invadió en 1975, pero este país quería incluir a decenas de miles de colonos que había estado asentando.

En 2003, un segundo intento de la ONU fracasó porque, para Marruecos, el referendo ya era “innecesario”. Finalmente, tras casi 20 años sin resultados, Christopher Ross, enviado especial de Naciones Unidas, logró que las partes se comprometieran a realizar una “reunión informal” de aproximación en Manhasett, Estados Unidos, el 8 y 9 de noviembre de 2010. Justo cuando Marruecos desmanteló violentamente el campamento de Gdeim Izik.

Decenas de miles de sajaráuis habitan en campamentos de refugiados en Tindouf, la zona de Argelia desde donde opera el Frente Polisario. Pero otros tantos viven en la zona controlada por Marruecos, del lado occidental del muro. La disputa sobre quién tiene derecho a vivir ahí ha impedido que se hagan censos, pero se calcula que en El Aaiún hay 200 mil personas, de las que sólo la quinta parte son sajaráuis.

Hoy conforman la capa marginada de la sociedad. La forma de atraer a colonos marroquíes al Sájara (mucho menos desarrollado que Marruecos, desértico, lejano, deshabitado) fue que el gobierno les diera ventajas fiscales y apoyos económicos, con lo que subsidió la creación de una clase social superior. Para reemplazar a los chioukhs sajaráuis (líderes tribales) que se marcharon a Tindouf, importó a una elite prefabricada que ocupó los puestos burocráticos y políticos.

Sin embargo, tres décadas y media produjeron un desgaste en las aspiraciones independentistas que los diplomáticos estadounidenses pudieron constatar, según un cable filtrado por la web Wikileaks: los sajaráuis que viven bajo control marroquí aspiran más “al autogobierno que a la autodeterminación”, afirmaba en agosto de 2009 el encargado de negocios de EU en Rabat, la capital marroquí. “Desean más protección de su identidad y no tener un ejército y unas embajadas. La pequeña minoría pro-Polisario que se hace oír contaba antes con el apoyo de la mayoría silenciosa sajaráui, sobre todo durante los episodios de represión”. Sin embargo, sigue el documento, a mediados de 2009 estaba “más bien intrigada por la perspectiva de la autonomía”.

Esto le dio un contenido predominantemente social y apolítico al campamento de Gdeim Izik que sorprendió a los observadores: desde que fue creado el 10 de octubre de 2010, cuando sajaráuis de todo el territorio empezaron a reunirse en ese lugar y a montar sus jaimas, quedó bien claro que demandaban tierras, viviendas, empleos y oportunidades, pero no la independencia. Sus líderes eran jóvenes desconocidos que conformaron un eficaz comité de organización para atender asuntos como la basura y el aprovisionamiento. Aunque políticos y periodistas marroquíes buscaban signos de intervención del Polisario, parecía que era marginal o nula.

Desconcertadas, las autoridades optaron por regular el fenómeno, sin aplastarlo: levantaron un muro protegido por policías alrededor del grupo de 3,500 jaimas y establecieron un control sobre las personas y productos que ingresaban y salían. Una tarde, varios adolescentes que lo cruzaron en un vehículo todoterreno fueron tiroteados: los marroquíes los acusaron de haber disparado contra ellos, los sajaráuis dijeron que los chicos sólo se habían saltado el retén.

Se abrió un proceso de diálogo que no avanzaba porque –se quejaban los sajaráuis– los ponían a hablar con funcionarios menores que no podían tomar decisiones. Así se llegó a una fecha clave (6 de noviembre, 35 aniversario de la Marcha Verde) que pasó sin incidentes, con un discurso del rey en el que reivindicó su soberanía sobre el Sájara sin hacer referencias al campamento de Gdeim Izik.

El día ocho, antes del amanecer, helicópteros sobrevolaron las jaimas y con altavoces exigieron a las mujeres y los niños que se retiraran. Poco después, centenares de policías avanzaron sobre las tiendas, apoyados por tanquetas con cañones lanza- agua y otros vehículos. Muchos jóvenes resistieron. Las fotografías muestran llamas, humo, basura, desolación. Según Marruecos, sus agentes iban desarmados. Los videos grabados por cuatro activistas (tres españoles y un mexicano) de los grupos de solidaridad Thawra y Resistencia Saharáui muestran que algunos elementos sí portaban armas de fuego, aunque no se los ve disparando. En otras imágenes se ve a personas aparentemente heridas de bala.

Las mujeres y los niños, así como los hombres que pudieron escapar, recorrieron a pie los 15 kilómetros hasta El Aaiún. Ahí, la población sajaráui indignada tomó las calles en un motín que superó los únicos dos antecedentes de rebeliones callejeras, en 1999 y 2005. Asediaron edificios públicos, incendiaron estaciones de televisión, atacaron propiedades de colonos marroquíes.

Inicialmente, las fuerzas de seguridad se vieron desbordadas, pero a las 11 de la mañana la intervención del ejército comenzó a cambiar la situación. Entonces fueron los paramilitares nacionalistas marroquíes, con protección o indulgencia policial, según constató la ONG Human Rights Watch, quienes se lanzaron a perseguir sajaráuis. Durante días, militantes y agentes del orden irrumpieron en casas para golpear y detener a posibles participantes en las protestas.

¿VICTORIA MEDIÁTICA?
Las noticias emergieron para crear confusión. No era extraño que la versión del gobierno marroquí –diez policías y un sajaráui muertos– fuera contradictoria con la de los opositores, de 19 víctimas mortales sajaráuis y cientos de desaparecidos, cadáveres arrojados a los canales y personas atropelladas intencionalmente. El problema fue que no había observadores independientes que pudieran aportar datos confiables.

Eso es responsabilidad de Marreucos, que impidió la presencia de la prensa extranjera desde que la creación del campamento empezó a conocerse. Primero, de una forma infantil: los corresponsales de medios españoles en Rabat iban al aeropuerto con boletos para El Aaiún, sólo para encontrar que “un robot” de Royal Air Maroc, la aerolínea nacional, había cancelado sus reservaciones “por error”.

Después, el bloqueo se hizo oficial: un equipo de la española Antena 3 que había logrado colarse por tierra fue expulsado; al corresponsal del diario ABC le cancelaron su acreditación; a sus colegas de otros medios les advirtieron que les ocurriría lo mismo si trataban de viajar al Sájara; a varios turistas españoles les impidieron la entrada al país cuando sospecharon que eran reporteros; también detuvieron y echaron del país a diputados del Parlamento Europeo.

El 5 de noviembre, dos periodistas españoles fueron atacados por civiles con patadas y piedras en el tribunal de justicia en Casablanca, cuando cubrían el juicio contra varios independentistas sajaráuis. En lugar de proceder contra los culpables, el gobierno marroquí difundió una nota en la que justificaba la agresión, alegando que los extranjeros habían captado imágenes del proceso sin la debida autorización. Y el 28 de noviembre, se realizó con apoyo oficial la mega-marcha de Casablanca contra los medios hispanos, el PP (identificado como principal promotor del apoyo a los sajaráuis) y España en general.

La prensa ibérica, al igual que su opinión pública, simpatiza con la causa sajaráui. Impedida de cubrir los hechos directamente, utilizó las informaciones que le ofrecían los activistas españoles y sajaráuis, dándoles un peso igual o mayor que a las del gobierno marroquí. Dentro de Marruecos, el contraste entre la versión oficial (asumida como verdadera) y la que presentaban los medios españoles provocó indignación. Y dos graves errores parecieron confirmar la sospecha de que todo esto demostraba una campaña antimarroquí.

El 15 de noviembre, Antena 3 utilizó una foto de cadáveres amontonados para demostrar que sí habían asesinado a sajaráuis… pero la imagen había sido publicada en enero por un diario marroquí y se trataba en realidad de un asesinato del fuero común en Casablanca. No fue lo peor: el día 13, la agencia española EFE difundió una escena impactante de niños con las cabezas destrozadas a balazos… que correspondía a la invasión de Gaza por Israel, casi tres años atrás. El Mundo, La Vanguardia, El País… la prensa peninsular la reprodujo sin cautela. Y sin saber que EFE la había tomado del blog de Thawra, el grupo español de apoyo a los sajaráuis (que aseguró que “asumimos nuestro error” por publicar esa foto, pero les echó la culpa a “los Servicios de Inteligencia marroquíes que han divulgado dos fotos falsas”).

“Así se sella la gran victoria mediática de Marruecos”, considera Driss Beiba, un periodista de la revista marroquí Le Reporter, en nuestra conversación del mismo día 15. “La prensa española quedó desnuda con sus mentiras y los mensajes del Polisario fueron desmontados”.

Los errores del otro no son aciertos propios, sin embargo. Entre los medios marroquíes, tal vez sólo el semanario Telquel hizo un trabajo medianamente honesto. En contraste, la revista Challenge afirmó: “Cuando todos los medios de un país muestran un sesgo, cuando deforman las realidades y hacen los mismos ‘análisis’ sobre la situación de un tercer país, eso ya no es periodismo, sino propaganda seguramente retribuida”. En ese mismo número, su director, Kamal Lahlou, celebró en un editorial que “en Marruecos, la reacción es unánime (…) Los partidos demandan firmeza (…) los medios, sin excepción, siguen la misma línea (…) Este consenso constituye la más grande fuerza de Marruecos y hay que rechazar todo lo que pueda constituir una fisura en el edificio”.

En otras palabras, el consenso en los medios de otro país es detestable, en los del propio hay que exigirlo.

Ésa es la línea impuesta desde el trono. Hay dos temas legalmente intocables para cualquier marroquí: la familia real y la marroquinidad del Sájara. Por si quedaran dudas, el rey Mohammed VI las despejó el 6 de noviembre de 2009, al declarar: “No hay más lugar para la ambigüedad y la duplicidad. No hay un justo medio entre el patriotismo y la traición. No podemos gozar los derechos de la ciudadanía y repudiarlos a la vez en complicidad con los enemigos de la patria”.

En los últimos años, el gobierno ha cerrado periódicos y encarcelado periodistas por cosas nimias, como informar sobre el estado de salud del monarca o dibujarlo de pie frente a una estrella de la bandera de Marruecos, que alguien creyó que parecía una estrella de David. Al abordar el conflicto por el Sájara, los medios marroquíes saben que no pueden darse el lujo de parecer tibios en la condena del enemigo.

En el discurso, el bloqueo periodístico se dirige a los españoles por su supuesta parcialidad, pero en la práctica va contra la prensa independiente en general. El 30 de octubre, le prohibieron actuar en el país al canal de noticias en árabe Al Jazeera por haber difundido un informe crítico sobre derechos humanos en el reino, preparado por Human Rights Watch. Y en general, cualquiera que aceptó ser periodista al ingresar en Marruecos fue rechazado. Yo no lo dije y de todos modos tuve que esperar dos semanas, tras el desmantelamiento del campamento, para entrar en la región del Sájara, pues estaba cerrada para todos los extranjeros.

En realidad, la “victoria mediática” que celebran algunos marroquíes fue sólo de consumo interno. En el país, muchos (a juzgar por la asistencia a la manifestación de Casablanca) creen que sólo ellos saben la verdad de lo que ocurrió. No se percibe así en el extranjero. Thomas Riley, embajador de 2004 a 2009 del país protector de Marruecos, Estados Unidos, le informó a su gobierno en un cable confidencial: “Dado que la ley marroquí se aplica de manera esporádica, pero con regularidad, para sofocar la libertad de prensa, es improbable que nadie en la comunidad de la prensa independiente se quede tranquilo con la declaración de (el ministro de Comunicación) Naciri de que las condenas a prisión serán utilizadas con moderación”.

¿VICTORIA DIPLOMÁTICA?
“El golpe genial de las autoridades marroquíes –volvemos a Driss Beiba– fue no perder jamás de vista la partida que se jugaba delante de la ONU”. Mi interlocutor se refería a la primera “reunión informal” entre el gobierno y el Polisario, que estaba programada para el 8 de noviembre pasado en Estados Unidos y debería abrir la puerta a la resolución del conflicto.

En la versión oficial, las acciones respecto a las jaimas de Gdeim Izik no tuvieron que ver con cálculo político alguno. El ministro del Interior, Taïeb Cherkaoui, dijo que habían decidido permitir que crearan el campamento “porque esta forma de manifestación entra en el marco de la libertad de expresión”. Pero cuando, según él, “milicias encapuchadas” tomaron el control, se corría el riesgo de que se convirtiera en un “Estado dentro del Estado”. En ese momento, las autoridades declararon que todos los niños, mujeres y ancianos del campamento no estaban ahí por voluntad propia, sino “secuestrados”, y decidieron intervenir “para liberarlos”. En todo caso, decían, si alguien quería utilizar el asunto en la “reunión informal” de Manhasset, ése era el Polisario, para sabotearla.

El análisis que hicieron los medios marroquíes para congratularse por esta “victoria diplomática”, sin embargo, revela cálculos menos inocentes. “Los responsables marroquíes tenían que evitar caer en una trampa que pusiera en su contra a la ONU”, explica Beiba, “y además atrapar a los que la ponían. Esta era toda su estrategia. De ahí la idea de dialogar con los del campamento hasta que revelaran su juego”.

En su perspectiva, haber desmantelado las jaimas de Gdeim Izik con armas de fuego hubiera sido “un desastre para Marruecos”, en tanto que el hecho de que “todas las víctimas hubieran sido miembros de los cuerpos de seguridad” (según la versión marroquí) demostró “de qué lado viene la violencia”.

El gobierno difundió un video en el que supuestos sajaráuis degollan a un policía indefenso y orinan sobre el cadáver de otro, con una saña que ni siquiera se vio durante los años de guerra del Polisario (el Frente nunca ha atacado a la población civil; en los años de guerra, bajo el rey Hasán II, fue Marruecos el que desapareció y torturó personas, asesinó opositores sajaráuis y marroquíes, e incluso disolvió cadáveres en ácido, al estilo mafioso). Esta violencia, afirma Beiba en consonancia con sus colegas, es prueba de que “a los separatistas los están organizando desde fuera, les enseñan métodos nuevos con la violencia de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI)”. (El gobierno marroquí trata de asentar la idea de que AQMI, la rama de Al Qaeda en África Occidental, se ha asociado al Polisario.)

Así se selló este “éxito de relaciones internacionales”, dijo el periodista, que se evidencia en que la “reunión informal” se celebró con el resultado previsto (nada, es decir, se volverán a ver en enero, sin acuerdos sustantivos, como en los pasados 20 años), sin consecuencias para Marruecos.

Las habría, no obstante. Al día siguiente de esta conversación (del 15 de noviembre), el Consejo de Seguridad de la ONU celebró una reunión urgente, solicitada por México, para discutir el tema, en la que “deploró la violencia en Gdeim Izik”. El Polisario encontró la resolución ambigua, pero era sólo la primera de una serie de eventos que ponen en entredicho la “victoria diplomática”.

El día 18, aunque el gobierno socialista de España mantenía un criticado respaldo a Marruecos, el PP encabezó a todos los partidos políticos al condenar la acción marroquí, y de esta forma abrió la puerta para que, el 25, el Parlamento Europeo pidiera una investigación independiente a cargo de la ONU. Dos días más tarde, Human Rights Watch emitió un informe en el que documenta que las fuerzas de seguridad practicaron torturas y otras violaciones de los derechos humanos de los sajaráuis. Y el 3 de diciembre, los cables diplomáticos filtrados por WikiLeaks demostraron que los estadounidenses creen que Al Qaeda amenaza al Polisario, no que está asociándose con él, como sugiere Marruecos.)

La indignación por la resolución europarlamentaria estremeció a los marroquíes, que en respuesta se manifestaron masivamente en Casablanca el domingo 28.

VICTORIA DE NADIE
Yo había entrado al Sájara días antes, el 24 de noviembre, en cuanto se permitió el acceso de extranjeros. Pero no de periodistas. Sólo tras la insistencia del gobierno español, Marruecos permitió la llegada de apenas dos reporteros, Tomás Bárbulo, de El País, y Ana Romero, de El Mundo, el día 20. Fue ridículo que España buscara o aceptara algo así: ocurría demasiado tarde, excluyendo a los corresponsales con experiencia y contactos en el Sájara, y bajo condiciones muy limitadas. Además, los dos enviados tuvieron que trabajar bajo vigilancia perpetua de espías del gobierno y presiones directas de funcionarios.

El domingo 28, Ana Romero se refugió en la casa de un diplomático español en El Aaiún: “Temo por mi integridad física. Cuando veo a gente siguiéndome, no sé quiénes son. Vine invitada por el gobierno español y el de Marruecos y ahora se me está intentando echar con unas prácticas estalinistas”, dijo en una entrevista de radio.

La persecución contra los sajaráuis no había terminado. Quizás la del gobierno central sí, pero los nacionalistas marroquíes seguían con lo suyo. En Smara, el 29, los colonos hicieron una marcha hacia el Instituto Mulay Rachid, como otras que habían estado realizando diariamente para echarles en cara a los sajaráuis que sus tierras ahora son de Marruecos. Pero esta vez, algo fue distinto. Las autoridades dicen que los alumnos arrojaron piedras contra los manifestantes. Los sajaráuis dicen que no hubo provocación. Los videos grabados con teléfonos móviles muestran a los chicos en el recreo cuando los marroquíes irrumpen en el patio armados con palos, a los estudiantes que se repliegan hacia los salones y tratan de bloquear las entradas inútilmente con sillas y mesas, y a muchachos heridos en el hospital. Lo mismo ocurrió casi simultáneamente en otras dos escuelas de El Aaiún, mientras a mí me expulsaban y Ana Romero tenía que protegerse.

La prensa marroquí no tuvo espacio para el asunto. Pero es una indicación del estado de ánimo. Los colonos se encuentran exaltados por el desmantelamiento de Agadym Izik, lo que ven como una victoria que los invita a humillar a los aplastados. Para los sajaráuis, se trató de una afrenta innecesaria que demuestra que no hay lugar para ellos en un Sájara marroquí.

Pude hablar con jóvenes independentistas a las cinco de la mañana del 28 de noviembre, en Smara. Había sido muy difícil porque, aunque yo no estaba identificado como periodista y no tenía espía individual en El Aaiún (donde funcionaba una especie de marca zonal y era sólo al cambiar de ubicación que se me acercaban policías de civil a hacerme preguntas y revisar las imágenes que tenía en mi cámara), en Smara sí me impusieron marca personal: es una ciudad militarizada que además estaba en alerta porque el Polisario, que se ubica sólo unos kilómetros más adelante, detrás del muro, había declarado (el 19 de noviembre) que tiene “armas, hombres y voluntad suficientes” para reiniciar la guerra y “detener la limpieza étnica”, como “piden los jóvenes sajaráuis”.

Smara se encuentra tan en alerta y repleta de soldados (el 50 por ciento del ejército marroquí está en el Sájara, creen los diplomáticos de Estados Unidos) que no hay lugar para ellos en las barracas, así que en la noche del sábado 27, no había una habitación libre y tuve que pasarla en un internet café hasta que lo cerraron a las cuatro de la mañana. Entonces descubrí que mi marca podía ser personal, pero no de 24 horas.

En la libertad de la madrugada pude acercarme a conversar con los primeros jóvenes que salían a la calle, en el mercado callejero del Boulevard du Stade y en la avenida Hasán II. Para ellos hubiera sido peligroso hablar conmigo en otro momento, pero en la oscuridad, un grupo me rodeó para expresar a borbotones de castellano lo que no les dejan decir en el idioma impuesto por Marruecos, el francés. Y es guerra.

Muchos marroquíes pueden tratar de creerse que han ganado una victoria diplomática y otra mediática. No hay quien diga, en contraste, que están ahora más cerca de ganarse a los sajaráuis. La violencia en Gdeim Izik es una derrota amplia de su proyecto de consolidación de su dominio mediante la asimilación de los dominados. Todos estos chicos sajaráuis tenían una lista de agravios: golpizas, violaciones de hermanas, desapariciones de parientes o amigos, robos, despojos. Resienten el perpetuo estado de sitio en que vive Smara. Criticaban que en la escuela los obliguen a aprender como propia la historia del invasor. Decían que todavía en octubre pensaban que lo más sencillo era buscar mejoras dentro de Marruecos. La destrucción de las jaimas cambió su perspectiva: “Nos damos cuenta de que sólo el Polisario nos puede defender, ni la ONU ni nadie más”.

Ahmed R. Benchemsi lo ha percibido. Él se manifiesta a favor de la marroquinidad del Sájara, no hay duda. No podría ser de otra forma: es director de Telquel, un semanario en francés cuya versión en árabe, Nichane, cerró en septiembre a causa de un boicot publicitario “orquestado por el Estado marroquí”, explica. Telquel asume la línea oficial en términos generales, pero en lo particular adopta matices. Como recordar las causas sociales del descontento sajaráui. Y advertir de los peligros: “Si la expresión independentista en el Sájara se convierte mañana en terrorismo, al estilo irlandés o vasco, el Estado marroquí sera culpable”.

(RECUADRO)
EL LEGADO ENVENENADO DE FRANCO
Los españoles se sienten comprometidos por su mala descolonización del Sájara. Mientras Francia y Gran Bretaña salieron de sus territorios africanos en los años 50 y 60, las dictaduras de España y Portugal se aferraron a los suyos hasta sus propias caídas a mediados de los 70.

El Frente Polisario (Frente Por la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro –las dos provincias en las que estaba dividido el entonces Sájara Español), que sostenía una guerra por la independencia, parecía el interlocutor adecuado para acordar la liberación. Pero Francisco Franco no lo permitió. La versión más aceptada afirma que prefirió entregárselo a Hasán II, entonces rey de Marruecos. Otra historia afirma que, en realidad, Franco agonizaba en su lecho de muerte cuando Hasán II aprovechó la oportunidad para retar el domino español, y los asustados ministros franquistas no supieron responder.

El 16 de octubre de 1975, una resolución de la Corte Internacional de La Haya determinó que los sajaráuis deberían decidir en un referendo si querían la independencia o pertenecer a Marruecos. El rey marroquí no esperó: convocó a su pueblo a tomar el Sájara, alegando derechos históricos, y el 6 de noviembre 350 mil personas desarmadas realizaron la “Marcha Verde” sobre la frontera, cerca del El Aaiún.

Los soldados españoles recibieron la orden de no responder para evitar el derramamiento de sangre. Eso es lo que vio el mundo. Tardó en saberse que, en paralelo, unidades militares marroquíes habían penetrado desde el 31 de octubre por el este, con rumbo a Smara, donde se enfrentaron a quienes sí estaban interesados en resistir, los independentistas del Polisario. El 14 de noviembre, mediante los acuerdos de Madrid, España aceptó dividir el Sájara Occidental entre Marruecos (que ocupó dos terceras partes) y Mauritania, a cambio de concesiones para explotar los únicos dos recursos naturales de la región: minas de fosfatos y bancos de pesca.

El Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la resolución de La Haya, mientras que el Polisario declaró, por su lado, la creación de la República Árabe Sajaráui Democrática, con respaldo de la vecina Argelia (en cuyo territorio de Tindouf se estableció el gobierno sajaráui en el exilio). Esto ya complicaba la cosas porque esta nación y Marruecos tienen disputas territoriales (en Marruecos, los mapas no muestran los límites orientales del país, como si su territorio se extendiera sobre Argelia) y una animadversión histórica. Pero el asunto, además, se enredó con la guerra fría. Marruecos era el único socio de Estados Unidos en la región y recibió su apoyo y el de Francia. Argelia, por su lado, estaba alineada con la Unión Soviética y otros gobiernos de esa órbita, como Libia y Mali, favorecieron al Polisario.

Mauritania era el jugador más débil y, tras un ataque sajaráui contra su capital, Nouakchott, que provocó la caída de su gobierno en un golpe militar, se retiró del Sájara Occidental en 1979. Su territorio, no obstante, fue ocupado por Marruecos, que en los años 80 comenzó la construcción de un muro de 2,700 kilómetros de longitud y tres metros de altura (dotado con búnkeres, fuertes, aeródromos, campos minados y modernos sistemas de detección) para impedir las incursiones que el Polisario hacía desde su zona de control. Esto llevó el conflicto a un estancamiento, económicamente costoso para ambas partes, y las forzó a entrar en el proceso de diálogo conducido por la ONU que en 2011 cumple dos décadas sin llegar a nada.

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África Occidental: Tras las huellas de Al Qaeda

PARTE UNO  La muerte de Osama bin Laden no es la de la red terrorista que fundó. Sus combatientes todavía tienen el respaldo de predicadores y civiles en regiones como África Occidental. Nuestro colaborador recorrió seis países del Sahara para … Continue reading

Tras las huellas de Al Qaeda. Parte 1 de 3

TRAS LAS HUELLAS DE AL QAEDA

PARTE UNO

La muerte de Osama bin Laden no es la de la red terrorista que fundó. Sus combatientes todavía tienen el respaldo de predicadores y civiles en regiones como África Occidental. Nuestro colaborador recorrió seis países del Sahara para averiguar por qué. Presentamos esta peligrosa aventura en tres partes.

(Éste es el texto de la versión completa. Aquí puedes encontrar el pdf de la que fue publicada, con mis fotos.)

Ve a la parte 2 de 3

Ve a la parte 3 de 3

Texto y fotos de Témoris Grecko

Publicado en Esquire Latinoamérica – Junio 2011

El paisaje que tenía frente a mí era desértico-apocalíptico. Sabía que entre el puesto fronterizo en el Sahara Occidental (territorio ocupado por Marruecos) y el de Mauritania, había una seca franja de arena de varios kilómetros de anchura, repleta de campos minados. Lo que no esperaba era encontrar las dunas medio enterradas por capas de bolsas y botellas de plástico, y salpicadas con pequeños cerros de vehículos abandonados: hierros, espejos, asientos, neumáticos y parabrisas deformados y decolorados por el efecto del óxido y el viento.

De pronto, como cadáveres levantándose en el cementerio, dos de los coches se movieron hacia mí, tratando de alcanzarme con sus metálicos dedos retorcidos. Los hombres que los conducían me pidieron cien dirhams (13 dólares) para llevarme hasta el puerto de Nouâdhibou, la ciudad más próxima en Mauritania. Aunque no parecía mucho, era más de lo que le propondrían a un lugareño. Querían aprovecharse de que era mediodía, la temperatura rondaba los 40 grados y de mis hombros colgaban dos mochilas de aspecto pesado. ¿Quién querría caminar esos miles de metros de territorio ardiente hasta la frontera mauritana?

No tenía ganas de darles gusto. Sobre todo, me sentía fuerte, motivado, capaz. Estaba empezando un viaje peligroso. Tal vez inconscientemente deseaba demostrarme que estaba listo para lo que me había propuesto realizar: recorrer el Magreb (“el oeste”, los países musulmanes que hay entre Libia y el Océano Atlántico) en busca de la base popular y las estrategias de proselitismo de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), la organización terrorista del desierto del Sahara que se había convertido en la rama local de Al Qaeda.

Había leído reportes alarmantes sobre su crecimiento en esta extensa región, de los importantes golpes que había asestado a los ejércitos de los países de la zona, de que traía locos a los espías y militares de Francia y Estados Unidos (EU), y de que había secuestrado y asesinado a decenas de occidentales. Lo que me parecía extraño era que –como se afirmaba– la población local estuviera apoyando a una organización tan agresiva y extremista, cuando su jefe espiritual Osama bin Laden jamás había mostrado preocupación por los graves problemas de esta parte del mundo, y cuando el Islam en África Occidental, con una fuerte influencia de la secta sufí, se caracteriza por ser moderado y tolerante. ¿Quién era la gente que apoyaba a Al Qaeda y cómo se habían ganado su simpatía?

Una y otra vez rechacé las ofertas de los conductores. “Con mis piernas es suficiente”, les decía. Y seguí el camino marcado por las ruedas en la arena: si no me desviaba, no tendría por qué pararme sobre una mina.

En algún momento en que me detuve a descansar y limpiarme el sudor, un avión cruzó el cielo sin nubes. Pensé que volaría de Casablanca (Marruecos) a Dakar (Senegal) en dos o tres horas, lo que a mí me estaba tomando muchos días. No sentí envidia. Sus pasajeros no verían como yo el encuentro del Sahara con el Atlántico. Tampoco tendrían la oportunidad de conocer a tantos africanos musulmanes que, si uno cree lo que nos cuenta la televisión en notas de 90 segundos, son nuestros enemigos declarados, los seguidores de Al Qaeda, sus potenciales reclutas, dispuestos a hacerse estallar sólo por el gusto de destruir las vidas de las buenas personas de Occidente.

Desde lo alto de una duna pude divisar al mismo tiempo los dos puestos de frontera, el de los marroquíes, al norte, y el de los mauritanos, al sur. Había leído que varias de esas naciones se estaban desintegrando para convertirse en estados fallidos en poder de milicias islamistas y sujetos a la peor interpretación de la sharía, la ley musulmana. “España, preocupada por la aparición de un Estado sin control en el Magreb”, tituló por esos días (6/dic/2010) el diario El País una nota que daba cuenta de las inquietudes de su gobierno, según los cables diplomáticos estadounidenses revelados por Wikileaks. Se decía en el primer párrafo: “Mauritania está en riesgo de ser una segunda Somalia”.

A los guardias mauritanos les pareció muy divertido verme llegar a pie. Eran los representantes de un Estado que mal o bien funciona. No me miraban con rencor, sino con aire cómico. “Nouakchott (la capital) queda a 450 kilómetros”, bromeaban, “caminando te vas a tardar un poco”. “Hoy sólo llego hasta el puerto de Nouâdhibou (a 70 kilómetros)”, les seguí el juego, “denme agua y esta tarde nos vemos allá para que les invite un té”. Sí, me sentía fuerte. Y había empezado bien.

EN EL SITIO DEL SECUESTRO CON UN SOLDADO

Más allá de chinos haciendo negocios y barcos ilegalmente abandonados por sus armadores en una reserva natural amenazada, no vi nada foráneo en Nouâdhibou. Seguí dos noches después hacia Nouakchott: lo único que hay de especial en la desolación del kilómetro 40 de la carretera que une esas dos ciudades es un pequeño puesto militar, uno de los ocho en los que tuvimos que detenernos en la carretera entre esas dos ciudades. El gobierno mauritano quiere hacer sentir su presencia, aunque sospecho que el objetivo es impresionarnos a nosotros, los extranjeros. Junto a la pesca y algo de minería, el modesto turismo y los voluntarios europeos que ayudan al desarrollo son sus únicas fuentes de ingreso, por lo que desea que contemos a todo el mundo que el país es seguro, para que regresen los viajeros que espantó Al Qaeda.

Una breve conversación con un soldado reforzó mi sensación de que lo ven más como una necesidad político-turística que de seguridad. “Lo del ataque contra los españoles fue algo extraordinario”, aseguró, “esa gente (los secuestradores) no eran mauritanos. Vinieron de Malí”.

Exactamente allí, un año antes, el 29 de noviembre de 2009, habían secuestrado a tres catalanes. Los militantes de Al Qaeda conocían los movimientos de su objetivo, el grupo español de ayuda al desarrollo Acció Solidària, que llevaba toneladas de productos en donación y había publicado su itinerario en su página web. Barcelona, su punto de origen, es un centro de actividad del salafismo (una secta musulmana extremista de la que han salido muchos dirigentes de Al Qaeda) y es posible que, desde allá, algunos de sus integrantes estuvieran enviando información a AQMI. Además, el convoy era muy visible porque estaba formado por tres todoterrenos, uno al frente y dos al final, y nueve camiones. Sus integrantes estaban contentos porque venían escuchando el partido Barcelona-Real Madrid, y el primero anotó.

El sonido de los disparos dirigidos contra el último vehículo de la caravana, que se había rezagado unos 300 metros, quedó medio ahogado por el ruido de la transmisión. Los agresores se movían en dos todoterrenos con los que bloquearon el paso y exigieron a los ocupantes, Alicia Gámez, Roque Pascual y Albert Vilalta, que descendieran de su Land Rover. Los dos primeros obedecieron, pero Albert alertó por radio al resto de la caravana: “¡Metralletas, metralletas!” Una ráfaga lo hizo pagar por ello, con balas que lo hirieron en el tobillo, la rodilla y la pierna.

El aviso de Albert, y la aproximación de un camión con matrícula marroquí, salvó la vida del resto de los tripulantes del convoy, según Mustafá Chafi, un funcionario de Burkina Faso que medió para obtener la liberación de los rehenes, que tuvo lugar nueve meses más tarde. En conversación con Beatriz Mesa, reportera de El Periódico de Catalunya, Chafi afirmó que “la caravana tuvo una suerte terrible, porque AQMI quería matar a casi todos los miembros de la expedición. Pretendía interceptar el último vehículo del convoy, apresar a un número indeterminado de rehenes y adelantar la caravana disparando a los ocupantes de los otros vehículos”. La inquietud por la posible reacción de los demás españoles, y la presencia del vehículo pesado que se acercaba, hicieron que los terroristas se marcharan con sus tres víctimas, que quedaron en poder de un temido emir de Al Qaeda, Mojtar Belmojtar, conocido por su nombre de guerra Belaouer (“El Tuerto”, porque perdió un ojo en Afganistán).

“Nunca habían estado aquí y nunca van a volver (la gente de AQMI)”, me convencía el soldado, un negro de la etnia wolof de unos 25 años. En cada puesto militar, yo sólo tenía que mostrar mi pasaporte y explicar que era un turista. Para los demás pasajeros del minibús, sin embargo, los controles eran una molestia. Tenían que depositar su equipaje en el piso, abrir los bultos y vaciarlos, desordenando todo sobre la arena para demostrar que no traían armas. Los policías, tan hambrientos como todos en Mauritania con excepción de los gobernantes, los escasos ricos y los occidentales, solían secuestrar alguna maleta y esconderla en una camioneta o una tienda de campaña. Nuestro conductor daba muestras de querer arrancar y marcharse, el dueño del veliz se ponía nervioso y al final les daba dinero para recuperarlo.

“Es por tu seguridad”, me dijo una anciana muy amable, también pasajera del minibús, que hasta ese momento se había salvado de la extorsión.

CAFÉ TUBA CON ALI

El nombre oficial de este país es República Islámica de Mauritania y, entre otras cosas, está prohibido el alcohol sin excepciones. Así que no hubo cerveza para sacarme el polvo de la garganta y aliviar la resequedad del ambiente. Es una de las naciones más pobres del mundo, con escasos recursos naturales que sostengan su economía y muchísimo desierto para que vaguen bandidos, contrabandistas y, de vez en cuando, los militantes de AQMI. Padece la maldición de sus generales, que agravan la inestabilidad con sucesivos golpes de Estado.

Si hay extremistas, no los encontré en los lugares donde estuve. Los terroristas, insistía la gente con la que hablaba, vienen de Malí. Ese país se había convertido a sus ojos en fuente de peligros y mala fama para Mauritania. “Aquí todo el mundo odia a Al Qaeda”, me dijo un comerciante de la capital. “Si quieres arriesgar la cabeza y buscar a sus simpatizantes, ve allá”. Y señaló al oriente, en dirección a Malí.

Antes de ir a ese país estuve en Senegal, donde encontré que sería díficil para AQMI penetrar porque el Islam está controlado por hermandades herméticas, con gran dominio de la vida pública. Semanas después, en su capital, Dakar me subí a un autobús que debería ponerme en 24 horas –según prometieron– en la de Malí, Bamako. África es un continente donde el tiempo es relativo y hay que asumir que algo va a pasar. Las 24 horas se convirtieron en 44, que se hicieron más pesadas porque me tocó viajar en la parte trasera, no había ventilación, las ventanas estaban selladas, el vehículo venía atestado de gente y había bebés… ¡Vaya arma de destrucción masiva que puede ser un bebé sin pañal!

Como único occidental entre unas 70 personas apretujadas, supuse que podría detectar las señales de rechazo, de odio contra el colonizador o desprecio hacia el infiel. Nada: sus gestos hacia mí sólo eran de cortesía.

Llegamos a la población de Diboli, ya del lado de Malí, donde se encuentra el puesto fronterizo de ese país, a las 3 am y tuvimos que esperar hasta las 8.30 para que abriera. Estaba en pleno Sahel, la alargada banda semiárida que separa al desierto de las selvas centroafricanas, y compartí el amanecer con el primer tuareg que conocí, un hombre llamado Ali, con sendos vasos de café tuba, una popular mezcla con gengibre y otras especias.

Era importante para mí. Los tuaregs, algo menos de 6 millones de personas, son un pueblo nómada que había vagado libre por el desierto del Sahara desde hacía 2500 años, que en 1905 cayó bajo dominación francesa y que otro día, en 1960, encontró que su territorio había sido dividido entre seis nuevas repúblicas: Mauritania, Malí, Argelia, Níger, Libia y Burkina Faso. Bajo la denuncia de que los pueblos sedentarios que gobiernan estas naciones los explotan, los tuaregs han protagonizado varias rebeliones, tres en Malí (1961-64, 1990-95 y 2007-08) y otra en Níger, que terminó apenas en mayo de 2009.

Aunque los orígenes de AQMI, en los años 90, se encuentran entre grupos árabes y bereberes de Argelia, ha movido sus bases hacia el sur y ahora se esconde en áreas de Malí tradicionalmente habitadas por tuaregs. La participación de bandidos de esta etnia en algunas operaciones de secuestro, como la de cinco franceses, un togolés y un malgache, en Níger el 16 de septiembre de 2010, ha contribuido a asentar la idea de que los tuaregs se están convirtiendo en la base popular de AQMI.

Naturalmente, uno no le pregunta al primero que encuentra si pertenece o simpatiza con Al Qaeda. Pero no me costó trabajo obtener la opinión de Ali. Pregunté, tras una hora de conversación, si eran ciertos los rumores de que AQMI estaba actuando desde zona tuareg. Lamenté lo dicho cuando vi la turbación que provoqué en él. Hasta que soltó: “Si mi hermano menor, o uno de mis hijos, o cualquiera de los míos menor que yo, presta algún tipo de ayuda a Al Qaeda, yo con mis manos y mi propio cuchillo le cortaré la garganta”.

Se me cayó el café tuba sobre las piernas. Pero no me quejé.

BAJO LAS ESTRELLAS CON SHINDOUK

Me adentré en Malí con rumbo a la antiquísima ciudad tuareg de Tombuctú, a golpe de extenuantes jornadas en autobús y, ya en el río Níger, en lancha. Diez días más tarde, llegué al puerto de Diré, último de la región del Sahel antes de entrar en el Sahara. El sitio bullía con personajes de todas las tribus de la cuenca fluvial porque había mercado. Es uno de los más bellos que he visto en mis años de visitas a África: activo, colorido, pacífico y casi ajeno al mundo moderno. Sólo las motonetas me recordaban en qué siglo estaba.

Era 4 de enero de 2011. Ya veía que Malí era el país islámico poco desarrollado más tolerante de los que había visitado. La precisión es necesaria, porque ciudades musulmanas bien incorporadas a la economía global, como Estambul y Beirut, son sumamente abiertas en el sentido religioso. Malí está a la cola del mundo, en el lugar 160 de un total de 169 naciones evaluadas en el índice de desarrollo humano de la ONU (en un rango de 0 a 1, Malí tiene apenas 0.309, por debajo de la media del África Subsahariana, con 0.389). Sus habitantes, sin embargo, son muy corteses con el extranjero, sin importar su credo.

“Ustedes, cristianos, tienen el mismo dios único que nosotros, musulmanes”, me dijo Oumar, el mayor entre un grupo de ancianos que me invitó a sentarme a conversar. “Y lo mismo pasa con los judíos. Somos el mismo pueblo, pero la torpeza de los hombres divide lo que dios quiere unir”. En su visión, todos somos islámicos, porque Islam significa “sumisión a dios”, y eso es lo que hace quien practica una religión.

Temeroso de que se me fuera la lancha, agradecí y me marché. Me estaba preguntando si esa amabilidad era excepcional cuando encontré a otro septeto de hombres, entre los que se encontraba el colombiano Esteban, otro pasajero de mi pequeña nave. Y también me invitaron a la charla. Me abrazaron, quisieron que hiciéramos fotos con ellos… ¿no era Malí una nación de fanáticos y terroristas?

Nada me hacía percibir que así fuera. Menos aún en el hogar de Shindouk y Miranda, un matrimonio tuareg-canadiense que funciona con la suavidad y la colaboración de personas que se entienden muy bien. Han construido su casa en el límite norte de Tombuctú: es la última de ladrillo, antes de los pequeños complejos familiares de los tuaregs sedentarizados y de sus vecinos de la etnia songhaï, con cercas y chozas hechas de barro y hojas.

La fama legendaria de Tombuctú, rica ciudad que controlaba el comercio por caravana en lo profundo del desierto del Sahara, llegó a Europa y entusiasmó a muchos. Entre 1588 y 1853, al menos 43 viajeros occidentales intentaron llegar a ella. Sólo cuatro lo lograron, y el primero, en 1826, fue asesinado por los tuaregs, que temían con razón que atrajera la colonización europea.

Uno no se imaginaba tal violencia sentado al fuego con Shindouk y Miranda, y con las mujeres y los niños de su amplia familia extendida: cuando un pariente tiene recursos es normal que los demás —hermanos, primos, tíos, sobrinos— se sientan invitados a su mesa. Entre los pueblos de los desiertos del mundo, la ayuda mutua es vital para la supervivencia, y esto incluye una poderosa tradición de hospitalidad hacia el extraño: hoy eres tú quien llega sediento a mi jaima (tienda desmontable). Mañana serás tú quien me recoja y me dé agua.

En la cultura tuareg, contar historias es la forma de transmitir la tradición. Frente a las llamas y bajo la brillantez de la vía láctea, escuchar la sabiduría de Shindouk, un hombre de algo más de cincuenta años, me brindó un emocionante momento de intimidad, de asomo a las caravanas de la sal y a los tiempos de la colonización francesa, al desconcierto de los nómadas a quienes se les impone la ley de los sedentarios, al malestar que da pie a la insurrección. Su voz era de cuero y acero, de suave piel de oveja que envuelve la navaja, sabia y persuasiva, y mientras resonaba en los oídos mi mirada subía del fuego al cielo para encontrar que las estrellas, en su irregular parpadeo, confirmaban el sentido de sus palabras, porque ellas han visto cada noche el penar del pueblo tuareg.

Pese a todo, la agresividad estuvo ausente de su narración. No había rencor en el sobrio recuento de Shindouk, historias en las que, a la arrogancia del colonizador europeo y del africano sedentario, el nómada responde con ingenio y buen juicio. No hay lugar para el fanatismo religioso, para el reclutamiento por la yijad, la guerra santa islámica. No le pregunté a Shindouk por Al Qaeda. Era impropia la mención de lo absurdo frente a la naturalidad del sentido común.

LOS PAPELES, LA SALSA Y LA SOMBRA

Ésta es una de las historias que nos contó Shindouk, la noche del 4 de enero, cuando estábamos sentados alrededor del fuego en Tombuctú:

El nuevo gobernador francés mandó buscar por el desierto a los jefes tuaregs para invitarlos a una reunión muy importante en la legendaria ciudad. Ahí les explicó ahora que era su país el que mandaba y que tenían que pagar impuestos. Algunos se levantaron para regresar a las dunas. Otros lo aceptaron y permanecieron allí. Pero hubo uno que quiso saber más. “Tú me dices que tengo que darte una parte de lo que tengo. Pero no me dices por qué. Y me dices que no quieres lo que tengo como lo tengo. Me dices que lo cambie por papeles de dinero. Y eres tú mismo quien hace esos papeles y me los da. Y eres tú quien los quiere de regreso. Sólo papeles. Yo ya no tendré mis cabras ni mis camellos. Pero tampoco tú los tendrás. Y no me dices por qué”.

El gobernador anotó en su libro: “Este jefe es inteligente. Habrá que tener cuidado con él”. Pasó su tiempo y se fue. Vino otro gobernador, que leyó el libro. Y tenía curiosidad por saber quién era ese jefe.

Su oportunidad llegó más adelante, cuando otro tuareg vino a Tombuctú. Traía dinero de su tribu para comprar mercancías. Al pasar frente a la casa de un dignatario de la ciudad, olió una salsa deliciosa. Era la salsa más deliciosa. Y él pensó: “Tengo que comer esa salsa”. Dio varias vueltas a la casa. Pero como valoraba su honor, no podía hacerse invitar a comer. Dio más vueltas. Hasta que compró una pieza de pan. Encontró un sitio donde se olía bien la salsa. Cerró los ojos y comió el pan imaginando que estaba bañado en la salsa.

Pero he aquí que alguien lo vio rondar la casa y advirtió al dignatario. Él llamó a la policía, que aprehendió al nómada. Fueron frente al juez. Que escuchó lo que dijo el dignatario. Después al tuareg. Y se retiró a otro cuarto a reír por la situación. Se daba cuenta de que no había delito, pero no podía desairar al dignatario.

El asunto llegó a oídos del gobernador, quien le dijo al juez: “Tengo la solución a tu problema”. Entonces mandó traer al jefe tuareg que quería conocer. Él tuvo que venir porque no tenía otra opción.

Escuchó al dignatario. Después al nómada. Y le dijo a éste: “¡Qué mal! ¡Eres culpable, muy culpable!”

Lo hizo salir a una plaza, frente a todo el pueblo, bajo el sol. Pidió que viniera el carcelero con un látigo. Y le ordenó propinar 50 latigazos. No al tuareg. Sino a su sombra.

Pues sentenció: “El nómada es culpable de haber comido el aroma de una salsa. Justo es que pague con el dolor de su sombra”.

FRENTE A LA PANTALLA CON ISSA

Para los tuaregs, el Sahara, con su extensión de 9 millones 400 mil kilómetros cuadrados (casi cinco veces México o casi cuatro veces Argentina) no es un desierto, sino muchos: el Ténéré, las montañas Aïr y las Tibesti, el Adrar des Ifoghas, entre otros. De cada uno pueden describir características específicas, como el grado de sequedad, la presencia de dunas o de rocas, la existencia de tal tipo de flora o fauna.

La pobreza ha forzado a una parte importante de los tuaregs a volverse sedentaria, pero sus costumbres siguen siendo las de un pueblo disperso en esta inmensidad. Sus festivales de música y carreras de camellos son importantes porque les dan motivo para reunirse y fortalecer los nexos de familia, clan y tribu: aprovechan para celebrar matrimonios, arreglar disputas, hacer negocios y planear expediciones.

El Festival au Désert es uno de los más importantes porque, desde 2001, ha evolucionado para incorporar a espectadores y artistas de otras partes de África y de Occidente. Por un lado, esto permite un enriquecido diálogo de la cultura de los tuaregs con las de otras partes del mundo (a partir de la exitosa banda Tinariwen, por ejemplo, su música incorporó la guitarra eléctrica y el blues), y por el otro atrae dinero del turismo, la principal fuente de ingresos en la región.

Antes de llegar, muchos asistentes extranjeros tenían dos temores: que nuestra presencia desnaturalizara el evento; y, lo más importante, que se materializaran las constantes advertencias de las potencias occidentales, en el sentido de que en Tombuctú y sus alrededores había un gran riesgo de atentado terrorista o secuestro por Al Qaeda. Ninguno se cumplió.

Los foráneos no formábamos más de un cinco por ciento, si acaso, de los 15 mil o más asistentes. Los jinetes nómadas llegaban por centenas, montando camellos, mientras que las mujeres envueltas en trajes de gran colorido ocupaban las cimas de las dunas para tener las mejores vistas. Jóvenes de múltiples tonos de piel, desde el negro ébano hasta el moreno mediterráneo, cantaban y bailaban toda la música que tocaban en el escenario. Incluso Francisco Gouygou, quien se presenta como El Charro Francés, logró una respuesta fenomenal con sus interpretaciones de rancheras y otras melodías latinas: horas después de su participación, los tuaregs seguían coreando ¡guantanamera, goguira guantanamera! (no entendieron lo de “guajira”, pero el esfuerzo es lo que vale).

A los visitantes, eso nos dio un tema de conversación recurrente: el de la sensación de seguridad que teníamos. Había algo de presencia policiaca y dos avionetas Cessna del ejército nacional hacían maniobras para hacerse notar. Era la interacción con los tuaregs, su simpatía, amabilidad y cortés curiosidad, sobre todo, lo que nos hacía sentir bienvenidos.

Con un matiz, no obstante: en Malí, como en Marruecos, Senegal y otros países francófonos, lo normal es que una clara mayoría de los viajeros esté conformada por los franceses. En Tombuctú casi no los había.

Su gobierno les había advertido que no vinieran, lo que los malienses se estaban tomando como algo personal. En Mopti, un puerto fluvial que conecta el sur y oeste de Malí con el norte y el este, y que es la base para viajar a Tombuctú, hay una industria de agencias de viaje y guías turísticos que depende principalmente del flujo procedente de Francia. Pero París ha colocado a Malí en lo más alto de la escala de riesgo.

Issa Ballo, un exitoso hombre de negocios de 37 años, que empezó a los 12 lavando coches de turistas, me mostró en su pantalla, en su oficina de Mopti, la causa de su indignación: en la sección “consejos para viajeros” de la página http://www.diplomatie.gouv.fr, del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, el mapa de Malí aparecía en tres colores. Una pequeña parte del sur, que incluye la capital, Bamako, estaba en verde, lo que indica un nivel de seguridad aceptable. Todo el norte y el este, incluidos Tombuctú y Gao, brillaban en rojo, es una zona de alto riesgo, según París. En medio, Mopti se encontraba en anaranjado, por lo que sólo debe visitarse por asuntos indispensables.

“Lo justifican porque (en septiembre de 2010) Al Qaeda secuestró a cinco franceses (en el vecino país de) Níger”, explicó el maliense de etnia bámbara, “pero eso ocurrió en Níger, ¡esto es Malí!” Debido a la advertencia gubernamental, los grandes operadores turísticos franceses, para los que trabaja la agencia Satimbe Travel, propiedad de Ballo, cancelaron sus viajes a Malí. “Ahora manejamos un 10 por ciento de todos los clientes que teníamos”.

EN LA JAIMA CON KAOCEN

Si la caída del turismo en Mopti es grave, en Tombuctú es peor. “La gente está desesperada”, me dijo Miranda, la canadiense esposa del tuareg Shindouk, que vive allí desde hace casi ocho años. “La temporada (de visitantes, que va de noviembre a febrero) ya es breve y para muchos es la única oportunidad de tener un ingreso”.

Durante siglos, la economía del Sahara se sostuvo con el comercio de las caravanas que conectaban el sur con el Mediterráneo, lo que enriqueció Tombuctú. Pero esto es historia antigua: después de las primeras expediciones portuguesas del siglo XV, los barcos europeos fueron aumentando la frecuencia de sus visitas hasta que eventualmente reemplazaron a los camellos ern el transporte de mercancías. Desde entonces, los nómadas viven en una situación precaria, que vino a agudizarse por la colonización, la presión de los pueblos sedentarios que ocupan tierras y, recientemente, por devastadoras sequías.

Ahora –coincidían varios tuaregs con Issa Ballo–, su infortunio venía por mano de AQMI y sellado por Nicolás Sarkozy, quien castigaba a Malí al declararlo sitio no visitable. El presidente francés, por su parte, no pasaba por una racha de buena fortuna. Mientras estábamos en Tombuctú, empezaron a llegar malas noticias, rumores confusos por la falta de medios de comunicación con el exterior.

Ese 7 de enero, en Niamey, la capital del vecino Níger, un comando de AQMI entró en un restaurante muy popular, “Le Toulousain”, y se llevó a dos franceses de 25 años que cenaban ahí. De acuerdo con París, los encargados del establecimiento avisaron de inmediato y un grupo del ejército nigerino persiguió y atacó a los secuestradores, sin éxito, por lo que fuerzas especiales francesas tomaron el mando de la operación y efectuaron un segundo intento de rescate, que dejó varios muertos de ambos lados. Los islamistas, dijo Sarkozy, asesinaron a sangre fría a sus víctimas, que “no tuvieron ninguna oportunidad”.

Esta versión contradice a la de Al Qaeda, según la cual sus militantes sólo mataron a uno de los rehenes, mientras que el otro falleció en el intercambio de disparos durante el combate.

El desenlace del suceso ocurrió el día 8, último del Festival en Tombuctú, donde nos visitaba Amadou Toumani Touré, el presidente del país, quien presidió la carrera de camellos para señalar su compromiso con la protección del encuentro cultural. Y dio un discurso que tuvo en cuenta los recientes atentados: “El Sahara no es solamente una zona de inseguridad, también lo es de alegría y fraternidad”, dijo.

A los tuaregs no les gustó el subtexto. “¿Zona de inseguridad?”, rugió Kaocen ag Alhabib, un viejo fuerte y carismático que conocí en una jaima, donde nos escondíamos del calor del mediodía, y que me enseñó a colocarme el taguelmoust (turbante). “¿Cómo es que da por perdido al Sahara tan fácilmente?” El mandatario habló también de la importancia de evitar que Al Qaeda “atraiga a nuestros jóvenes”. “¿De qué jóvenes habla?”, se ofendía el nómada, “¿de los sureños de (la capital) Bamako, acaso? ¿Por qué sugiere que los jóvenes tuaregs simpatizan con los islamistas? Lo único que los expone a tomar un mal camino, sea el de Al Qaeda, el del bandolerismo meramente criminal o cualquier otro, es la pobreza, la falta de oportunidades en la que nos mantienen el gobierno y las potencias que explotan nuestros recursos naturales sin dejarnos nada a cambio”.

La gente de la región de Tombuctú ni siquiera había participado en la última rebelión tuareg, que se centró en la zona del pueblo de Kidal, hacia el este. “En mis años de subir y bajar por el Sahara, nunca he encontrado a alguien que simpatice con AQMI”, me dijo Guy Lankester, el dueño británico de la compañía especializada en el Magreb “From here 2 Timbuktu”. Según Kaocen, si Al Qaeda tenía algún respaldo social, más allá de su núcleo de militantes, lo encontraría en Níger: “Ve allá si quieres arriesgar la cabeza”. Lo mismo que me habían dicho en Mauritania sobre Malí.

EN LA CAMA CON EL TUERTO

Antes de ir a Níger, no obstante, la ruta me obligó a desandar el camino y volver a pasar por Mopti, donde mi estancia se iba a prolongar. Yo recorría África atento al peligro de una agresión humana, de terroristas o criminales. Otros que vienen aquí se cuidan de los leones, los rinocerontes, los hipopótamos. Pero el enemigo real, el que viene por nosotros sin que lo podamos detener, es infinitamente más pequeño.

Tardé en reconocer que me había atrapado. Había leído sobre los síntomas, pero no esperaba que llegara tan velozmente y me tirara en la cama sin darme tiempo a pensar: primero me golpeó con un fuerte dolor de cabeza, después invadió cada tejido de mi cuerpo con intensas oleadas de frío que me hacían temblar completamente fuera de control. Estaba solo, no podía salir de la habitación de mi hostal para buscar ayuda, ni levantar la voz para llamar la atención de alguien. Ese primer combate duró cinco horas.

Era el 12 de enero. Cuando el mal me dio una pausa, busqué una pista de lo que me estaba pasando. Me recordó algo que había leído de Ryszard Kapuściński, y era justo lo que me pasaba: “La primera señal de un inminente ataque de malaria es una inquietud interior que empezamos a experimentar de repente y sin ningún motivo claro. Algo nos pasa, algo malo. Si creemos en los espíritus, sabemos qué es: ha entrado en nosotros un espíritu maligno y nos ha embrujado. Nos ha paralizado y clavado (…) al cabo de poco rato, a veces de repente y sin haber dado ninguna señal de aviso, se produce el ataque. Es un súbito y violento ataque de frío. Un frío polar, ártico. Como si alguien nos cogiese desnudos, abrasados por el infierno del Sahel y del Sahara, y nos lanzase directamente al altiplano helado de Groenlandia y las Spitzberg, entre nieves, vientos y tormentas polares”.

Tenía malaria, paludismo. Era mi cuarto viaje por África y, de alguna torpe manera, ya no creía que me pudiera alcanzar el maldito mosquito anófeles. Durante días, las fiebres heladas se alternaban con fiebres ardientes, como nunca había tenido. Me sentía tan mal que en la noche prefería no poner el cerrojo a la puerta de mi habitación, para que mi amigo Sidiki Berthé, un maliense de padres dogon y bámbara, y de creencias animistas, que me visitaba dos veces diarias y me traía medicamentos, pudiera entrar si yo no respondía más. Él diagnosticó más tarde, sólo por su experiencia, que también tenía fiebre tifoidea, y cuando me forzó a someterme a un análisis se demostró que tenía razón.

En mi confusión, los datos que había recogido se me enredaban más. ¿Cómo era posible que AQMI actuara en Mauritania y en Malí sin que nadie hubiera visto a los predicadores y civiles que la apoyaban? ¿Por qué parecía que Sarkozy se comportaba tan erráticamente? ¿Actuaba con hipocresía el presidente Touré cuando defendía a los jóvenes tuaregs?

La cabeza se me partía en fragmentos. Había empezado el viaje retando al desierto del Sahara con fuerza y motivación, y ahora estaba hecho pedazos, temblando de frío en un cuarto caliente. ¿Me alcanzaría la fuerza para seguir recorriendo el Magreb? Si lograba acercarme a los simpatizantes de Al Qaeda, ¿qué tanto sería demasiado? En mis alucinaciones, a veces creía que estaba secuestrado en esa habitación.

Una tarde, vi a Belaouer, El Tuerto, el famoso emir argelino de AQMI de quien había leído espantosas historias de crueldad, sentado en mi cama. Miraba mi rostro desde muy cerca. Aproximó la mano a mi cara, secó el sudor de mi frente, me dio agua y sonrió soltando un gorjeo alegre. “Aquí no están, Témoris”. Era Sidiki, mi gran apoyo. “Descansa, toma tiempo para reponerte. Después tienes que seguir. Marcharás rumbo al este”.

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Insurrección en el Sájara (Sahara)

El gobierno marroqui prohibio que llegara la prensa al Sajara Occidental y solo habiamos dos periodistas, Ana Prieto (gracias a una negociacion del gobierno espaniol) y yo, clandestino. Esquire publico en enero mi reportaje sobre la represion contra los civiles sajarauis. Saludos desde Gao, en el este de Mali, muriendonos de calor

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d i c i ó n E n e r o 2 0 1 1 El aplastamiento de la protesta pacífica de Gdeim Izik le recordó al mundo que los sajaráuis quieren independizarse de Marruecos. Y que la guerra puede reiniciar. 106 ene•10 Soldados del Fren- te Polisario, que luchan para que el pueblo sajaráui se independice del domin

27 January at 18:27 · Like ·  · Share
    • Heidi Alegre aquí rico friito, el calor es como el de acá en verano?? saldos y besos!!

      27 January at 18:29 · Like
    • Gabriela Lara ¡Qué bien! Buena estancia…Gao suena a chino…

      27 January at 19:08 · Like
    • Vanessa Roca Pudiste entrar la final? 😮 Que genial Témoris 🙂

      27 January at 19:14 · Like
    • Teresita Rodriguez Ten mucho cuidado amigo, gracias por el español, en este idioma si entiendo un poco más. Me imagino que es bien peligroso andar po esos lares. Tu ya sabes cuanto te adrmiro por eso. Saludos

      27 January at 20:15 · Like
    • Mary Zuñiga-Chavez y aca de frio :-S un abrazo fresco Temoris!

      27 January at 20:17 · Like
    • Javier Távara Antes Irán, ahora esto. ¿Cómo te las arreglas para estar en todos los follones? ¿De verdad estás en Malí? ¿No andarás por Tunez o Egipto?

      27 January at 20:23 · Like ·  1 person
    • Ulises Escamilla Haro Completamente de acuerdo con Javier, a ver di cómo te las arreglas para entrar, a mí se me hace que eres agente secreto, no te hagas cabrón.

      27 January at 22:07 · Like
    • Témoris Grecko

      Que daria por Egipto! Pero por alguna causa las rebeliones populares no respetan mi agenda! Estoy bastante ocupado, sin embargo… despues de que hoy tuve una conversacion con gente muy extrania…
      El calor esta alucinante… peor que el de …See more
      28 January at 17:10 · Like ·  2 people
    • Gabriela Lara ‎:O…¿A qué te refieres con “gente muy extraña”?…cuéntanos más..

      28 January at 19:06 · Like
    • Témoris Grecko Ya lo verás en Esquire de… abril, creo. Pero sólo por ese encuentro valió la pena todo el viaje.

      28 January at 19:49 · Like ·  2 people
    • Gabriela Lara Ashh! Hasta abril? Adelántanos algo, àndale..:P

      28 January at 20:00 · Like

 

Celso Piña in the Western Sahara

Traversing the beautiful and endless hammada, I’m enjoying myself listening to the great Monterrey’s vallenato star Celso Piña. From desertic Northern Mexico to desertic Western Sahara, ¡cuuuuuuumbia!

 

…and kicked out from Laayoune too!

Uh uh uh! No bueno! Time to go. People are yelling at me on the streets. My crime? Speaking Spanish. I said I’m Mexican, but they think –or they pretend to think– that I’m Spanish. They also think –or pretend to think– that I’m a member of the Spanish rightist party PP. Yesterday they staged a massive demo against it.

“Pasarela Sajaraui” o “Sahrawi Fashion Show”

Wow! Sahrawi women’s dresses are stunning! I’d never heard of it! Even in this sad territory, the otherwise characterless streets look cheerful when three, five or more of them come out for a stroll.

To prove my point, I organised a catwalk show only for my blogs readers’ pleasure. The local models (all of them amateur, believe it or not) participated with genuine candour. Click here to be taken to the Pasarela Sajaraui’s photo album.



Kicked out from Smara

This morning, 06’45, three plain-clothed Moroccans who claimed to belong to the police banged my door and told me I had to leave Smara 30 minutes later. They escorted me to the bus stop, talked to the driver and waited until we left. Now I read Moroccan men attacked Sahrawi high school students, mostly female, in Smara today. Reportedly, it was an “spontaneous” clash. But I’m wondering whether they already knew this

Smara, before the Moroccan wall

There are thousands of extra soldiers in this city, the last one in the Sahara before the wall they built in the desert. The military barracks can not accomodate them all, so they have taken every single room in town. I visited all hotels and they said: “Complet. monsieur”. Got no place to sleep at tonite. So I’ll stay in this cyber till they kick me out :p