Por Témoris Grecko / Ramala, Cisjordania. Publicado en Esquire Latinoamérica, enero de 2010.
¿Quién es terrorista?
¿Soy yo el terrorista?
¿Cómo puedo ser el terrorista
cuando tú me has arrebatado mi tierra?
¿Quién es terrorista?
¡Tú eres el terrorista!
Me has quitado todo lo que poseo
mientras vives en mi propia tierra”.
Meen erhabe?” (¿quién es el terrorista?)
En una tierra asediada y empobrecida, donde los habitantes de origen árabe viven encerrados por un muro extranjero o son sometidos a una discriminación sistemática, y en la que su actividad económica padece por el estrangulamiento al que la somete el gobierno israelí y por la guerra civil que enfrenta a las facciones palestinas, se ha desarrollado un poderoso movimiento que ha adquirido la forma de una intifada hip hop, rebelde y a la vez propositiva: sorprende porque a pesar de la alienación que sufren los jóvenes locales, y a diferencia del hip hop más comercial de Occidente, su carácter no es misógino ni gangsteril, ni sus intérpretes enloquecen con las cadenas de oro, los coches de lujo y las rubias-objeto. Estas bandas musicales apoyan el combate a la violencia contra las mujeres, proponen a las jóvenes que se rebelen ante el machismo, realizan proyectos educativos como alternativa a las drogas y la delincuencia, trabajan por crear generaciones conscientes de sus derechos y, en algunos casos, tratan de superar la brecha de desconfianza con los judíos mediante la realización de diversos proyectos en conjunto.
Además, han generado una atmósfera candente en la que las chicas que bailan en los conciertos son musulmanas, se cubren de pies a cabeza (sólo dejan visibles el rostro y las manos) con pañuelos multicolores, blusas que rezan “Am I sexy?”, jeans apretados y botas de cuero.
El detonador fue una canción poderosa y polémica, “Meen erhabe?” (¿quién es el terrorista?), que fue descargada más de un millón de veces en su primer mes en disponibilidad en internet, en 2001. Árabes de otros países, como Jordania y Egipto, la han adoptado como símbolo de reivindicación, y la fuerza de su argumento (reforzado por las imágenes que le añadió Jackie Salloum, directora árabe-estadounidense del documental Slingshot Hip Hop, en un video casero disponible en YouTube) es tal que activistas de movimientos populares de Estados Unidos y Europa del mundo la han convertido en himno de lucha.
Sus autores son los MC’s de DAM, un grupo de la ciudad árabe-israelí de Lyd (Lod), el iniciador y detonador de este movimiento que en una década suma ya más de 60 grupos activos en Cisjordania, Gaza y “48” (como llaman muchos palestinos a los territorios que conforman el actual Estado de Israel, constituido tras la guerra de 1948).
La Palestina histórica, la que existió por siglos hasta que la ONU la dividió tras la Segunda Guerra Mundial, es del tamaño de Haití, pero las realidades de sus habitantes árabes cambian mucho de un lugar a otro. No es la misma, por ejemplo, la que enfrentan los palestinos que viven en 48 (Israel) y los que están en Cisjordania o Gaza. O entre los árabes israelíes, pues unos nacieron en ciudades bien establecidas, como Jaffa y Acre, y otros radican en las más marginadas, como Lyd y Ramle. Para tener un panorama del hip hop palestino más amplio, entrevisté a tres bandas de espacios distintos: G-Town, del campo de refugiados palestinos Shu’fat, una especie de limbo urbano y político entre Cisjordania y Jerusalén; DAM, la exitosa banda de Lyd; y System Ali, un grupo en el que conviven –y se enfrentan— israelíes de origen árabe, judío y ruso, originario de la ciudad de Jaffa.
DESDE EL GHETTO: G-TOWN
Los padres de Muhammad Mugrabi vivían en 48 antes de la guerra, pero la derrota palestina los expulsó de sus hogares cuando eran niños. Se mudaron a la parte de Jerusalén de mayoría árabe, Jerusalén Este. Desde Jerusalén Oeste, de predominio judío, los tanques israelíes entraron en su ciudad en 1967, tras lo cual la anexaron a su país, y mantuvieron el resto de Cisjordania bajo ocupación, y ellos tuvieron que huir de nuevo.
Llegaron a Shu’fat, un campo de refugiados que la ONU había creado un año antes, con el objeto de albergar a 3 mil personas, pero el renovado conflicto lo saturó con 30 mil. Entre ellos estaba la familia de Muhammad: “No sabemos cuándo nos forzarán a irnos de nuevo”.
Mi encuentro con este MC, líder de la banda G-Town, de 22 años de edad, ocurre en la ciudad palestina de Ramala, en un momento en el que está muy ocupado como organizador de “Basta es basta”, un festival de música y danza que convocó a cientos de muchachas para crear conciencia sobre los problemas de la violencia de género. Son las mismas chicas que, al final del evento, rodearán al chico para pedirle autógrafos, con las cabelleras cubiertas con velos blancos, negros, floreados, azules, rojos, violetas y verdes.
Shu’fat es un sitio complicado: técnicamente, está dentro de la demarcación municipal de Jerusalén que Israel creó tras la anexión, por lo cual la Autoridad Nacional Palestina (una especie de gobierno en formación para lo que será el hipotético Estado Palestino) no tiene autoridad ahí. Pero tampoco la ejercen los israelíes: “Se les hace fácil ignorarnos por lo que somos”, explica Muhammad. “Hay muchísima violencia y problemas de drogas. No hay policía de ningún tipo, ni palestina ni israelí, ni servicios sociales, salvo unas clínicas, a pesar de la sobrepoblación, porque esperan que nuestras vidas sean tan difíciles que nos den ganas de irnos. Los asentamientos israelíes nos han rodeado ya, como Neve Ya’acov y Pisgat Ze’ev, al norte, y Anatot, Almot y Ma’ale Adumim, al sur: sólo esperan que nos marchemos”.
La aparición de estos nuevos asentamientos judíos ha causado que los palestinos de Shu’fat sean considerados como un peligro para ellos. Para aislar el campo, los trabajadores lo están rodeando con el muro, llamado “de seguridad”, con el que Israel separa (y se anexa de facto) las zonas de Cisjordania que sus ciudadanos han ocupado de aquellas habitadas por árabes.
“Es un ghetto”, describe Muhammad, “y de ahí la G de G-Town”. De acuerdo con las estadìsticas del ayuntamiento de Jerusalén, Shu’fat es el área más pobre y densamente poblada de la municipalidad.
De esto habla su canción “Vengan a visitar nuestro barrio”: “Tenemos chicos / tenemos ancianos / tenemos drogas / tenemos un muro / siempre está oscuro / incluso durante el día”.
Muhammad hace hip hop desde que tenía 15 años y, tras fundar G-Town, su primera aparición profesional fue en 2006. Está consciente de que el hip hop palestino es especial: “No hablamos de chicas, de coches hermosos ni de dinero, ¡no tenemos coches! Y aunque algunos los tengan, no es de eso de lo que nos interesa hablar: estamos más preocupados por nuestros problemas políticos. La música puede traer una revolución, hará que se despierte la juventud palestina, que sea consciente de la situación y recuerde su historia, el exilio, la pérdida de nuestra tierra. También queremos romper el estereotipo sobre los palestinos, la gente alrededor del mundo cree que somos terroristas, queremos demostrar que somos normales”.
En diciembre de 2008, un año antes de nuestra entrevista, los palestinos de Cisjordania se sintieron aplastados cuando el ejército de Israel lanzó su ofensiva contra Gaza. Muhammad y sus dos compañeros de G-Town, Muhammad Abo Oun y Alaa Barhamiye, pensaron “que teníamos que hacer una canción que le diera esperanza a la gente” de allí, y la titularon “Mañana”: “Ya tuvimos suficientes ayeres / necesitamos un mañana / suficientes penas / ¡no más! / ¡no más! / Lávate la cara, Gaza / que nos dejen estar bien / es un mundo loco, loco / en el que vivimos / ¿qué es lo que ocurre? / por favor, ¡no lo hagan otra vez!”
“No queremos ir a tirar piedras (contra los soldados israelíes) y que nos den un tiro en la cabeza”, dice el MC, y por eso usan la música como una forma de acción política, de “enseñarles a los jóvenes cómo luchar por sus derechos”. Muhammad no cree que se acerque el final de la violencia, sin embargo. Es lo que me dijo también la mayor parte de la gente con la que pude hablar, tanto judíos como árabes.
“Los israelíes no quieren escuchar, no entienden, porque desde que son niños les enseñan una historia que no van a abandonar. Habrá guerra y morirá mucha gente. Sólo entonces entenderán cómo hacer la paz. Nadie quiere guerra. Pero a nosotros no nos queda más que resistir”, agregó Muhammad.
UNA MEZCLA EXPLOSIVA: SYSTEM ALI
No es que sea imposible entenderse. System Ali es una banda grande para ser de hip hop, con nueve miembros: cuatro instrumentistas (violín, guitarra, bajo, batería) y cinco MC’s. Sus orígenes sociales, étnicos y religiosos complican las cosas: tres árabes, cinco judíos y un uzbeko, musulmanes, judíos y ateos, chicos marginados unos, otros de clase acomodada.
Su sede está en Jaffa y la mayoría vive allí, pero otros radican en Tel Aviv, la ciudad conurbada frente a la que los jaffawies se sienten discriminados por su desventaja económica. “No sabes lo difícil que ha sido mantenernos juntos”, me dice Liba Ne’eman, una violinista judía de 20 años que siempre tocó música clásica hasta que descubrió el hip hop. “Yo no escribo las letras ni me siento representada por lo que cantan los MC’s”, confiesa, “porque no es mi historia personal. Pero sí me siento identificada, muy conectada con ellos”.
Neta Wiener, un joven de 22 años a quien la barba hace lucir mayor, juega el papel de integrador del conjunto, lima asperezas, los hace hablar. Nació en un kibbutz (granja colectiva judía) y desciende de una familia que escapó del horror nazi en Viena.
Apoyado en su acordeón, este MC explica que cantan en cuatro idiomas: hebreo, árabe, ruso e inglés. “Es importante que no cantemos todo en hebreo o todo en árabe”, interrumpe Yonatan Kunda, el bajista judío de 22 años. “Judíos y árabes tenemos que oírnos unos a otros. No para enfrentarnos, ni para renunciar a lo que pensamos, tan sólo para expresarnos y ser escuchados, para romper las barreras entre las diferentes comunidades étnicas de Jaffa y de Israel. Los judíos y los árabes nos encontramos todos los días en las calles de Jaffa, pero no nos mezclamos”.
El 27 de diciembre de 2008, cuando los aviones israelíes bombardeaban Gaza, los integrantes de System Ali convirtieron un concierto en Jaffa en recital de poesía improvisada: “No podíamos cantar mientras destruían las casas de la gente”, explica Neta. El evento, que fue reseñado por bloggers locales, inició con un minuto de silencio por las víctimas. Músicos y público se unieron en protesta. De ahí salió la canción “Jaffawie”, sobre la conexión entre Jaffa y Gaza: “Me encuentro camino al peligro otra vez / miro mi vida / y de pronto me doy cuenta / que no importa a dónde vaya / el horror siempre me va a encontrar / y no importa si lo quiero / siempre habrá una guerra”.
La diversidad de System Ali también es de caracteres. Amneh Jarushe, una árabe de 19 años, es una MC y compositora que parece demasiado tímida para ser hiphopper. Además, la primera impresión que uno se lleva es que su madre, siempre presente, con un velo sobre el cabello, está ahí para vigilarla (después uno siente que la mujer hubiera querido hacer lo mismo que su hija ahora, y su relación con los demás integrantes es de camaradería). Todo cambia cuando Amneh participa en el ensayo, en el estacionamiento subterráneo de un edificio de oficinas, en el barrio de Montefyori, en Tel Aviv. Y todavía más al verla cantar en un concierto en Barzilay, una famosa sala de conciertos alternativa: segura, con el micrófono en mano, Amneh es poderosa, marca el ritmo y suelta la voz en “Casa Abandonada”, una canción en la que se manifiesta contra la violencia dentro de su comunidad y pide a las jóvenes musulmanas que no dejen que las casen, que permanezcan en la escuela y escojan su propia vida.
El choque más fuerte se da, sin embargo, entre Muhammad Aghwani (22 años), nacido en Jaffa, y Enver Setibragimov (21), originario de Tashkent, Uzbekistán. Aghwani es un guerrero: un siglo atrás, su familia vino de Gaza para combatir a los turcos, que en aquel entonces dominaban Palestina. Su actitud es comprometida y militante. Setibragimov nació en la minoría rusa de su país, hijo de un musulmán y de una judía. Inmigró a Israel sólo con ella. Su identidad es confusa: uzbeko de lengua rusa, con influencias religiosas disímbolas, vino muy pequeño a un país donde le exigen hablar hebreo. Neta recuerda: “Lo primero que vieron ellos dos (Aghwani y Setibragimov) en el pizarrón, cuando llegaron al salón de clases, fue: ‘Prohibido hablar árabe o ruso’”.
¿Sería esto algo que los hiciera compartir una identidad? Una tarde, Aghwani llegó con una canción nueva, “Olvida”. Escribió sobre las cosas de las que el Estado de Israel le exige desprenderse: su cultura, su historia, su idioma. Se hizo una promesa a sí mismo de que no olvidará: “Soy un árabe de los países semitas. Mi madre es una árabe de Jaffa. Y si tú dices que pertenezco al pasado, soy el pasado, el presente y el futuro”. Setibragimov no opinaba igual. Sus antecedentes le pesaban en la vida, él sí quería quitárselos de encima, integrarse a su nueva realidad. “La discusión fue fuerte al principio”, dice Neta. Pero los dos MC’s se sentaron a colaborar “y de ahí salió una pieza en la que los dos puntos de vista se expresan y coexisten”.
Aghwani es sombrío, no obstante. Asegura que no cree en la paz entre árabes y judíos. Y al enterarse de que mi colega, Catalina Gayà, es española, le preguntó si sabía de al-Andalous (el nombre que le dieron los árabes a Andalucía cuando la dominaban). Ella respondió que sí, que España había sido musulmana durante siete siglos. “Y lo volverá a ser”, sentenció Aghwani.
El quinto MC también se llama Muhammad Mugrabi, como el fundador de G-Town, y tiene 22 años. A los 14 decidió que no seguiría el camino de amargura y confrontación que estaban tomando varios de sus amigos, porque “quiero una vida mejor para mí, para mi familia y para todos”. Ganó el tercer lugar en una competencia internacional de judo en Roma y es instructor de tenis en un club judío, donde todos los aprecian, “pero me molesta mucho que, cuando llega un nuevo miembro y me lo presentan, prefieren llamarme Mugrabi, porque no suena árabe, en lugar de Muhammad, para no asustarlo”.
Él también se confronta con Aghwani: los dos son palestinos, pero sus perspectivas chocan. “Él se queja de que han matado a amigos suyos y de que la policía lo detiene por ser árabe”, dice Mugrabi. “También han matado amigos míos, yo también soy árabe y me detiene la policía por eso, no me tratan como a un ciudadano igual, me discriminan. Pero odiar no resuelve nada. Con paz podemos ayudarnos unos a otros. La gente del otro lado (territorios palestinos) también puede venir aquí a encontrar trabajo y ganar el dinero que necesita. Todo el mundo necesita tener esperanza. Con amor, podemos dar más pasos, más pasos, y llegar todos a un mejor lugar”.
PARA LA GENERACIÓN QUE VIENE: DAM
Muchos palestinos de Gaza y Cisjordania sienten resentimiento hacia los que viven en 48 (descendientes de aquellos que lograron permanecer en sus casas tras las guerras de 1948 y 1967), porque su nivel de vida es mejor (en los territorios palestinos, por lo contrario, se padece el estrangulamiento económico que Israel utiliza como instrumento de presión) y porque, a ojos de algunos, se resignaron ante el yugo israelí. Otros, además, critican con fuerza a los grupos musicales que colaboran con sus similares israelíes o tienen tratos con judíos, independientemente del contenido de su discurso político.
DAM ha recibido este tipo de ataques. En el festival “Basta es basta”, sin embargo, el público de Ramala los recibió con grandes aplausos y coreó sus canciones (a pesar de que Tamer y Suhell Nafar, que habían salido al extranjero, estaban representados por dos sustitutos, y de los tres MC’s de la banda sólo estaba presente Mahmoud Jreri). Para fortalecer el lazo con su audiencia, desde el escenario lanzaban un grito que respondía la gente en las butacas: “DAM jayeem! Min Falestin!” (¡Aquí viene DAM! ¡Somos de Palestina!)
“DAM significa ‘eternidad’, en árabe, y ‘sangre’, en hebreo”, me dice Tamer (30 años, líder de la banda, MC desde 1997 y considerado el primer hiphopper palestino) días antes del festival, “de manera que es ‘sangre eterna’, como que estaremos aquí para siempre”. DAM también es el acrónimo de Da Arab MC’s (los MC’s árabes), por eso se escribe con mayúsculas.
Aunque el grupo fue creado en 1999, cuando Tamer invitó a su hermano Suhell (26 años) y a su amigo Mahmoud (27), fue hasta 2006 que apareció su primer álbum, “Dedication”. Otros hiphoppers me habían dicho que tenían ya cuatro CD’s, pero son compilaciones piratas, aclara Suhell: “A veces yo he ido a buscar nuestros discos para descubrir nuestra última producción”. Los conocí en el estudio donde grababan su segundo álbum oficial.
“Meen erhabe?” los hizo famosos desde 2001, sin embargo. La letra (que recuerda la lógica del poema “¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?”, del subcomandante zapatista Marcos, de 1994) es directa y no da concesiones, con líneas como éstas: “¿Quieres que me atenga a la ley? / Tú eres el testigo, el abogado y el juez / seré sentenciado a muerte”; “Debes haber olvidado / que enterraste a mis padres / bajo los escombros de nuestro hogar / y ahora que mi agonía es inmensa / me llamas terrorista”; “No estoy en contra de la paz / la paz está en contra de mí / me va a destruir”; “Peleamos por nuestra libertad / pero tú has convertido eso en un crimen / y tú, el terrorista / me llamas terrorista”.
Los miembros de DAM escuchan atentos el hip hop político de Estados Unidos y encuentran similitudes entre las situaciones que ahí se describen con las propias. Suhell explica que si en Gaza se sufre la guerra, en 48 los árabes padecen una “ocupación mental parecida a la que sufren las minorías de africanos y mexicanos en Estados Unidos”. El sistema educativo que establecieron los israelíes “nos enseña todo sobre su historia, y cuando aprendo eso, me siento muy pequeño, (los palestinos) no valemos nada. Las páginas que arrancan de nuestra historia, las ponemos en nuestras canciones”.
Todos ellos vienen de una ciudad que se llama oficialmente Lod, en hebreo, pero que para sus habitantes es coloquialmente Lyd. Es “el mayor mercado de drogas de Medio Oriente”, describe Suhell, “son comunes los ‘cajeros automáticos’: una pared con un hoyo, metes la mano con el dinero y la sacas con la mercancía”. Es considerada como una población mixta, árabe y judía, pero “hay un muro que separa el kibbutz judío, rico, y nuestros barrios pobres”.
Aunque pagan impuestos al Estado de Israel, los servicios públicos son malos y hay un descuido generalizado, aseguran los miembros de DAM, quienes formaron parte de una campaña que tuvo éxito en conseguir la construcción de un puente para atravesar un sector donde había trece vías de tren paralelas, cerca de una escuela. “Pasaban 250 trenes al día y esto provocó 13 muertes”, dijo Suhell. Sólo realizaron un documental sobre el tema hubo una reacción de las autoridades.
“Para los israelíes”, dice Tamer, “nosotros somos un cáncer. Así se dijo en el Parlamento. Nos llaman un cáncer porque somos una bomba demográfica para ellos, como árabes dentro de Israel, porque tenemos bebés”. Mientras grababa en el estudio, Tamer estaba alerta a recibir una llamada, la señal de que debía correr al hospital para ver el nacimiento de su primer hijo. “A bebés pequeños y hermosos los están llamando bomba demográfica y amenaza demográfica para la mayoría judía”, reiteró Tamer. En “Nacido aquí”, DAM canta: “Sucede simplemente que a la ciudad no le importan los árabes / porque el gobierno tiene un deseo / un máximo de judíos –en un máximo de tierra / un mínimo de árabes –en un mínimo de tierra”.
A pesar de los abusos cometidos contra los palestinos, y que quedan documentados con elocuencia en las imágenes que ilustran el video de “Meen erhabe?” (¿Quién es el terrorista?), resulta importante cuestionar a los miembros de DAM si no están haciendo una apología de los asesinatos de judíos inocentes mediante ataques palestinos indiscriminados contra objetivos civiles. En esa canción, la banda atribuye responsabilidades: “Tu incesante violación del alma árabe / finalmente la preñó / mira nacer a tu hijo / su nombre: Bombardero Suicida / ¿y así lo llamas terrorista?”
“No es terrorismo, es la reacción a una acción”, ataja Suhell. “Hay muchas circunstancias que llevaron a un hombre con una bomba a hacerse explotar”.
Tamer cuenta la historia de “Meen erhabe?”: “En 2000, el ejército israelí atacó la ciudad de Jenín y asesinó a más de mil palestinos. Y el mundo se quedó quieto, no hizo nada. Unas semanas después, un palestino se coló en Tel Aviv y estalló con una bomba que traía. Dejó 21 víctimas, chicos jóvenes, los mató. 21 contra miles de palestinos, y de pronto el mundo se detiene y dice ‘paremos la guerra, paremos el asesinato, paremos el terror’. Y nos pareció que esto era algo injusto, como cerrar un ojo y abrir el otro. Y que era como legitimar el asesinato de palestinos, pero combatir su reacción”.
“No creo que sea correcto hacerlo” (un acto terrorista como ése), aclara Suhell. “Pero lo entiendo totalmente”.
Los MC’s de DAM se manifiestan en contra del racismo y aseguran que no están en contra de los judíos, sino de los actos del gobierno israelí. Están a favor de convivir, aunque, acota Suhell, “primero déjennos existir y después hablamos. Primero tenemos que hacer esto más parejo y después podemos hablar sobre coexistencia”.
En sus inicios como MC, Tamer recibió la protección de un hiphopper judío y entre sus seguidores hay muchos más judíos. “A veces tocamos para los objetores de conciencia” (judíos-israelíes que se rehusan a hacer el servicio militar de tres años -a los árabes-israelíes no los reclutan)”. Y no sólo cantan contra el sistema, “lo hacemos porque nos vemos obligados, pero también escribimos sobre el amor”, dice Suhell, quien añade que su compromiso va más allá de la música: “No es nada más salir al escenario y después irse a dormir, seguimos haciendo trabajo para cambiar las cosas”.
“No estamos en plan de, ¡hey, somos hip hop, vamos a liberar Palestina, traeremos a los refugiados de regreso!”, reconoce Tamer, “somos realistas, es más difícil que eso. Así es que tratamos de echar a andar las mentes de la juventud para que no caiga en drogas o abandone la escuela, o haga cosas malas que maten nuestra lucha”.
Suhell continúa: “Por eso impulsamos proyectos con la gente, hacemos talleres de música, de video y otras cosas con los chicos”. Con sus amigos, crearon una organización informal que se llama Khota (paso), con la que realizan trabajos comunitarios en Lyd y en Ramle, otra ciudad árabe-israelí.
Esto tiene una vocación de cambio en el largo plazo, porque por ahora, con el diálogo estancado y los sectores extremistas ganando posiciones tanto entre israelíes (con la coalición del partido derechista Likud en el poder) como entre palestinos (con la influencia creciente de los fundamentalistas de Hamas), pocas personas piensan que una solución pueda estar próxima.
“No creo que mi generación vaya a ver la paz, tal vez la siguiente”, lamenta Suhell. “Nuestras canciones son para los chicos, con la esperanza de que cada generación conozca mejor sus derechos y pueda alcanzar un mejor arreglo”.
Y para los pequeños de todo el globo, como dice DAM en su pieza “Queremos educación”:
“Esto es para los niños en este gran mundo
perdido, que no saben lo que pasa
apenas abrieron los ojos, vieron lágrimas
apenas abrieron el corazón, sintieron dolor
apenas se nos sumaron, vieron que estamos separados.
Judíos, cristianos y musulmanes
ninguno de estos grupos quiere entender al otro.
Cada cual asegura que será el único en ir al cielo
y mientras tanto, hacen un infierno de nuestras vidas.
Pero ustedes son distintos de nosotros, sus corazones aún son puros,
así que no dejen que la suciedad los toque,
sigan pidiendo una vida plena de igualdad.
Y si alguien les pide odiar, digan ‘no,
yo soy el niño de hoy, la transformación del mañana’”.