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¿Guerra fría o caliente?


El mundo regresa a las tensiones del pasado… sin los mecanismos para contenerlas.

Las tensiones este-oeste se han elevado a niveles que no se habían visto desde el fin de la Guerra Fría, ocurrido con la disolución de la Unión Soviética en 1991. De hecho, ese concepto, que se creía reservado a la historia del siglo XX, se ha actualizado y en estos días está siendo usado con estremecedora frecuencia por dirigentes políticos y militares para acompañar los movimientos de sus piezas en el tablero de juego.

El 17 de junio, el estadounidense John Kerry, secretario de Estado del gobierno de Barack Obama, denunció la intención de Rusia de construir 40 misiles nucleares intercontinentales, y advirtió: “Nadie quiere vernos dar un paso atrás, nadie quiere, creo, regresar a un tipo de estatus de Guerra Fría”.

El día siguiente, en los ejercicios bélicos desarrollados en Polonia, que involucraron a 2,100 soldados, nueve trenes, 30 convoyes, 440 vehículos, 17 vuelos, más de 100 contenedores y nueve países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el secretario general de la alianza, Jens Stoltenberg, acusó a Rusia de “usar la fuerza para cambiar fronteras, para anexarse Crimea y desestabilizar Ucrania oriental. Y por lo tanto, la OTAN tiene que responder. Estamos respondiendo y lo hacemos con la implementación del mayor refuerzo de nuestras defensas colectivas desde el fin de la Guerra Fría”. Su anfitrión polaco, el ministro de defensa Tomasz Siemoniak, comentó que “después de décadas de paz, el periodo de calma posterior a la Guerra Fría ha terminado”.

Desde el punto de vista de Moscú, la responsabilidad es de sus rivales occidentales: “No es Rusia la que se está aproximando a las fronteras de alguien”, dijo a la prensa el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, el mismo 17 de junio. “Es la infraestructura militar de la OTAN la que se aproxima a las fronteras de Rusia. Todo esto obliga a Rusia a tomar medidas para salvaguardar sus propios intereses, su propia seguridad”.

DESTRUCCIÓN MUTUA

Más allá de las mutuas acusaciones, el periodo de acercamiento y colaboración entre Rusia y Occidente parece a punto de terminar. Existen áreas en las que estas potencias están trabajando en conjunto, forzadas por la necesidad, como en las negociaciones nucleares con Irán y en la respuesta a la amenaza que presenta la milicia autodenominada Estado Islámico, en Siria e Irak. Pero la situación actual es la de dos países que tienen un desacuerdo que no pueden resolver ni de manera diplomática ni de forma militar. Es decir, la de Guerra Fría.

En este caso, Moscú ha presentado la demanda de ejercer el derecho de decidir el destino de las repúblicas exsoviéticas, lo cual es diplomáticamente inadmisible para Occidente. Por el otro lado, los enormes arsenales nucleares de Rusia y de los Estados Unidos hacen que una solución militar sea imposible. En consecuencia, ambas naciones han recurrido a estrategias de disuasión militar basadas en el concepto de la destrucción mutua asegurada.

ERRORES DE CÁLCULO

Como en los viejos tiempos. Pero sin los viejos mecanismos de distensión.

En 1983, la OTAN realizó ejercicios militares masivos para evaluar la capacidad de la alianza de responder a una invasión soviética de Europa Occidental. Lo que no sabían quienes diseñaron la operación, que preveía el uso de armas nucleares para frenar el avance enemigo, es que ésta resultaba muy similar a la forma en que, según había anticipado la inteligencia soviética, se desarrollaría el primer golpe de una ofensiva estadounidense.

Aunque no han sido revelados los detalles de cómo se evitó que esto condujera a una guerra, expertos de ambos lados creen que el mundo estuvo al borde de una catástrofe nuclear debido a una serie de malentendidos que podían haber sido prevenidos.

Esto convenció a Moscú y a Washington de mejorar sus contactos militares y establecer canales de comunicación formales e informales para resolver situaciones de emergencia, que funcionaron eficazmente hasta el fin de la Guerra Fría. Y después desaparecieron.

Viktor Baranets, quien fue portavoz del Ministerio de Defensa ruso, dijo al diario Christian Science Monitor: “No son sólo los de comunicaciones, también otros mecanismos que solían existir han dejado de operar. No quiero sonar alarmista, pero al considerar el veloz ritmo de los eventos y la creciente agresividad de ambos lados, podríamos estar moviéndonos hacia el desastre. Es como si todos estuviéramos armando una bomba, sin que nadie sepa cuándo o cómo va a explotar. Gradualmente, nos movemos de una guerra fría a una caliente”.

En 25 años, desde los pilotos de aviones y capitanes de barco hasta los líderes políticos han olvidado los aprendizajes de la Guerra Fría. Si los militares de antes habían adquirido la templanza necesaria para evitar que los encuentros cercanos con el enemigo provocaran un incidente grave, los de hoy están en riesgo de reaccionar con violencia.

Ocurre lo mismo con los tomadores de decisiones en ambas capitales, y se está viendo en el terreno. Los agresivos intercambios verbales son seguidos por acciones de represalia, que han incluido la expulsión de diplomáticos y agregados militares, como los rusos asignados al cuartel general de la OTAN en Bruselas que tuvieron que marcharse el año pasado, cerrando otro canal de diálogo. El Pentágono ha declarado que cortar las relaciones militares con Rusia es hacer lo correcto, “en vista de sus acciones en Ucrania”, y casi todos los encuentros bilaterales han sido suspendidos.

El general estadounidense Raymond Odierno expresó su preocupación por ello, en declaraciones a la prensa el 28 de mayo: “Soy un gran convencido de que sin importar qué tan grandes sean tus desacuerdos, es vital que sigas discutiendo los temas. Desde mi punto de vista, cuando no estás hablando, las relaciones se pueden deteriorar más rápidamente porque puedes malinterpretar. No entiendes muy bien qué se está diciendo y no tienes la oportunidad de discutir los asuntos más difíciles. Creo que deberíamos estar teniendo estas conversaciones pero no es así”. La falta de comunicación, concluyó, “definitivamente incrementa el peligro de que se cometan errores de cálculo”.

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