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La era de la sed


Por Témoris Grecko / Publicado en Revista Proceso 25/feb/2018

Ya está anunciado el Día Cero del agua, el inicio de la era de la sed. No importó que los gobiernos local y nacional estuvieran en manos de partidos rivales: ambos coincidieron en ignorar las alertas, que académicos empezaron a dar en 1990. Es una tormenta perfecta, pero en seco: a la disfuncionalidad de los políticos y los funcionarios, se suman la extrema desigualdad social y, finalmente, los primeros impactos del cambio climático global, que se irán haciendo más severos con los años.

Será la primera gran ciudad del mundo en quedarse sin agua, en cuestión de semanas.

No hablamos de la capital mexicana. Todavía. Un estudio de Naciones Unidas sobre las metrópolis que están en riesgo grave de quedarse sin agua, no coloca a Ciudad de México en el segundo ni el tercer lugar. Pero sí en el séptimo. Lo que está ocurriendo en Ciudad del Cabo, en el extremo sur de África, es el espejo en el que el Valle de México se debe ver, uno de alerta ante la falta de acción y, si los sudafricanos se apresuran y tienen suerte, ejemplo de lo que se puede hacer, aunque sea poco.

Al sentirse devorados por la emergencia, los capetones buscan hoy, con desesperación, cómo retardar la llegada del Día Cero: estaba fijado en un principio para el 22 de abril, pero gracias a los esfuerzos y a esperanzadoras lluvias ocasionales, la fecha se movió al 11 de mayo, al 4 de junio y, ahora, al 9 de julio: cada mes es una pequeña victoria en una batalla que parece imposible de ganar.

Estos avances han sido posibles por cambios sumamente drásticos en las prácticas agrícolas y en las casas de las personas, que han hecho bajar el consumo de agua de la urbe de mil millones de litros diarios hace dos años, a 523 millones de litros en la actualidad. Pero aún hace falta exprimir más –claro que sin derramar ni una gota- para llegar a la cantidad que algunas estimaciones indican que permitiría aguantar mientras se busca una solución de largo plazo, que son 450 millones de litros diarios.

Parece que falta poco… pero en realidad, es muchísimo, cuando los granjeros ya han dejado de regar sus tierras (lo que provocará que se disparen los precios de los alimentos), y las familias ya no hallan qué más hacer para reducir su gasto hídrico.

Las autoridades les habían impuesto un límite de 87 litros diarios por cabeza, pero, para bajar a esos 450 millones diarios, ahora ningún habitante puede consumir más de 50, lo que se estima que es lo mínimo para sobrevivir.

Si no lo consiguen, quedarán limitados a 25 litros: el “Día Cero” significará el corte total del servicio de agua corriente y la distribución de agua en 200 puntos fijos a los que habrá que acudir caminando kilómetros.

En Sudáfrica, el consumo promedio diario por persona es de 235 litros de agua.

SI ES AMARILLO…

La única manera de llegar a 50 litros diarios es renunciando a la mayor parte de las cosas en las que uno empleaba agua. En la página coct.co/thinkwater/calculator.html, el ayuntamiento de Ciudad del Cabo colocó una calculadora con estimaciones de lo que uno gasta en cada actividad, para poder llegar al número óptimo.

Una ducha relámpago, de apenas 2 minutos, representa 20 litros de agua: es el 40% de lo que podemos usar. Lavarse con cubeta y esponja, en cambio, sólo se lleva 3 litros.

Uno puede sentirse, entonces, tentado a lavarse las manos (300 mililitros) o la cara (500 ml.) varias veces al día, pero, con un par de lo primero y una de lo segundo, ya se va más de un litro.

¿Ir al baño? Cada vez que se levanta el tapón corren 9 litros, o 4.5 si es medio jalón. Si uno va 5 veces al día, puede perder hasta 45 litros, casi la totalidad de la ración diaria. Por eso en la calculadora le han dejado escrita al usuario una frase no muy elegante, pero instructiva: “If it’s yellow, let it mellow; if it’s brown, flush it down” (si es amarillo, deja un hilillo, si es marrón, todo del tirón). Con dos medios jalones al día, el gasto se limita a nueve litros.

La misma cantidad se puede ir lavando a manos los trastes (la mitad que con una máquina) y la ropa (la lavadora gasta 55 litros), además de un litro en la limpieza de la casa, uno en cocinar y tres en lo que hace falta beber.

Uno puede pensar que, de esta forma, da un ejemplo de austeridad… pero el total es de 52 litros. Se pasó.

Falta lo que consuman las mascotas. De regar las plantas, ni hablar, ¡son 150 litros! ¿Y lavar el coche? 200 litros. Hace falta estar loco.

O hacerse a la idea de que cambiar hábitos no sólo es obligatorio, también un logro personal: el periodista Michael Morris derrocha el buen humor que uno no pensaría hallar en una situación así. En su familia, “hemos bajado el consumo por persona en 75%, te da gusto darte cuenta de cuánta agua estás ahorrando”. La última vez que llovió, un viernes a las 9 de la noche, salió corriendo con su jabón a lavar su vehículo, por primera vez en dos meses.

“Me meto a la ducha, me mojo, cierro la llave, la abro, me enjuago y ya. En menos de un minuto. Ya casi al final, ¡el agua empieza a salir tibia!”, exclama. “Usamos el agua con la que nos duchamos para vaciar el retrete. Capturamos agua de lluvia, incluso si cae muy poca lluvia, puedo reunir 200, 300 litros de agua. Tenemos una bolsa de agua en el lavamanos para captar todo lo del lavado de manos y de dientes, y así juntas un litro, litro y medio, ¡es sorprendente!”.

LA PERSISTENCIA DE LA SEPARACIÓN

Los críticos señalan que la desigualdad es uno de los factores de la crisis. El Día Cero llegó hace mucho tiempo a numerosos barrios de Ciudad del Cabo, y en algunos jamás han tenido agua corriente: generaciones han nacido y crecido en la dinámica de acarrear el agua desde muy lejos.

La joven periodista negra Suné Payne escribió un artículo, publicado en el Daily Maverick (1 de febrero), en el que denuncia que las restricciones llegaron a su distrito en 2014 y que, desde entonces, su familia de nueve miembros gasta menos de 350 litros diarios, es decir, 39 litros por persona. Señala, además, que en las zonas ricas habitadas por blancos se suele escuchar la acusación de que la culpa la tiene “la gente en los townships (grandes asentamientos informales) que no paga por su agua”. Es al revés, asegura Payne: “la gente que no desperdicia suele estar en las áreas pobres: ¿por qué desperdiciaríamos algo a lo que tenemos un acceso limitado?”

Han pasado 24 años desde que cayó el régimen racista del apartheid y empezó la etapa democrática, pero el diseño de separación étnica con el que fue construida Sudáfrica tardará todavía en ser desmontado. El Cabo fue la primera colonia europea en esta región, establecida por holandeses en 1652, y desde entonces, hubo una clara distinción en los territorios donde podían vivir dominadores –en las zonas costeras- y dominados –en los llanos, tan lejos que los empleados suelen viajar más de una hora en un pésimo sistema de transporte público para llegar a sus trabajos.

Eso no es algo que los visitantes extranjeros puedan percibir de inmediato: El Cabo es una ciudad de 4 millones de habitantes que combina la sofisticación europea con el emocionante ambiente africano, con un moderno aeropuerto, amplias autopistas, lujosos centros comerciales y restaurantes, y que fue designada Capital Mundial del Diseño en 2014. Quien tenga la tentación de conocer la lucha de liberación pero no la de ir a explorar donde habita la mayoría de la gente, podrá llegar en barco a la isla Robben, en cuya vieja prisión –hoy museo- estuvo encerrado Nelson Mandela por décadas, y que le dejará al turista la sensación de que ha conocido todo lo necesario sobre el terror del racismo y la fuerza de la resistencia.

Sin embargo, los asentamientos irregulares en las afueras se extienden por decenas de kilómetros, concentrando a gran parte de la población en condiciones de falta de servicios, hacinamiento y miseria.

En contraste, en las zonas acomodadas, el gobierno municipal ha promovido grandes esquemas de desarrollo inmobiliario que, junto con los precios, han elevado el consumo de agua. Ha sido más difícil convencer a los ricos, explica Morris, del Instituto de Relaciones Raciales. Pero se puede avergonzándolos, gracias al “visor del agua” (citymaps.capetown.gov.za/waterviewer/): un mapa en línea en el que cualquiera puede ver qué predios gastaron en exceso este mes. “De pronto, se te aparece la alcaldesa en la puerta a preguntarte qué pasa”, cuenta el periodista. “Y viene acompañada de la prensa”.

APOCALIPSIS HÍDRICO

Ciudad del Cabo obtiene su agua de un sistema de seis presas, de la que la mayor es la de Theewaterskloof. Las fotografías aéreas muestran cómo, en pocos años, se han secado en casi toda su extensión y ahora están al 12% de su capacidad. Es el resultado de una prolongada sequía, producto del cambio de patrones climáticos que provoca el calentamiento global: no es un fenómeno pasajero.

Si en el país gobierna el Congreso Nacional Africano, de Nelson Mandela, desde 1994, El Cabo fue la primera gran ciudad en romper el predominio del CNA al votar, en 2009, por la Alianza Democrática. En términos de rivalidad política, el CNA dibuja a la AD como el partido de los blancos que rechazan perder sus privilegios, en tanto que la Alianza se ve a sí misma como una organización multiétnica socialdemócrata que es la versión “honesta” del CNA, endémicamente plagado de corrupción.

La rectitud fiscal y la eficiencia han sido los caballos de batalla de la AD. Pero lo que sus funcionarios consideran grandes virtudes, han sido señaladas como la causa de que su orgullosa burocracia haya sido incapaz de escuchar las advertencias de ingenieros civiles y científicos del clima, en el sentido de que las seis presas serían muy pronto insuficientes ante la disminución de las lluvias.

Enclavado en el punto de encuentro de los océanos Atlántico e Índico, El Cabo está rodeado de agua marina y las plantas de desalinización son una alternativa, pero han sido desestimadas porque, a un precio estimado de un dólar por kilolitro, se considera que producen agua demasiado cara.

Por otro lado, el gobierno nacional del CNA tampoco pone de su parte para resolver el problema. No existen planes de construir infraestructura para transferir agua desde otras regiones. Nomvula Mokonyane, hasta ahora ministra de Agua y Sanidad, es criticada por mostrar poco interés por cumplir sus responsabilidades, y por permitir que localidades pequeñas hayan transitado antes el camino a la insuficiencia hídrica que ahora recorre El Cabo.

Optimista de hierro, Morris confía en que un nuevo plan de desalinizadoras de bolsillo (que se podrán llevar en camioneta a los sitios donde falta el agua, colocarlas junto al mar, procesar el líquido e inyectarlo al sistema local) evitará lo peor y permitirá aguantar hasta que se implementen las soluciones definitivas.

Pero si se equivoca, a partir del Día Cero, el agua corriente será cosa del pasado y el ayuntamiento distribuirá el líquido en 200 puntos fijos, a razón de 25 litros por persona. En una ciudad de 8 millones de habitantes, cada tanque tendrá que atender diariamente a 40 mil de ellos, que tendrán que transportarse hasta ahí y hacer cola. Incluidos, niños, ancianos y personas con dificultades de movilidad.

Ya existen problemas de disputas entre vecinos. Pero se teme, además, una explosión de la delincuencia, por tráfico ilegal de agua, robo del líquido e, incluso, que el crimen organizado se apodere de los puntos de distribución o de sus alrededores.

ONCE PARA LA SED

En el planeta, alrededor de mil millones de personas carecen de acceso al agua y para 2 mil 700 millones, escasea por uno o más meses al año. En 2014, una encuesta de Naciones Unidas sobre las 500 ciudades más pobladas encontró que la cuarta parte de ellas ha entrado en situación de estrés hídrico, en el que el líquido está faltándole a un sector de su población.

Once de estas urbes fueron consideradas como las que corren el mayor riesgo de quedarse sin agua, en este orden: Saô Paulo (Brasil), Bengaluru (India), Beijing (China), El Cairo (Egipto), Jakarta (Indonesia), Moscú (Rusia), Estambul (Turquía), Ciudad de México, Londres (Gran Bretaña), Tokio (Japón) y Miami (Florida).

El hecho de que Ciudad del Cabo se les haya adelantado a estas once, inadvertidamente, puede ser consuelo para algunos que crean que el estudio de la ONU tiene defectos. Pero esto no significa que algunas de esas ciudades se vayan a salvar del precipicio, por arte de magia: sólo que algunas pueden ser más veloces al saltar.

 

 

 

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