Tag Archives: Phillippines

Filipinas. El dolor de un país fragmentado

Por Témoris Grecko / Zamboanga, Mindanao, Filipinas (publicado en Esquire en Junio de 2012)

“Ibrahim, ¿ustedes me han secuestrado?”, dije en castellano, con pausada claridad para tratar de hacerme entender por mi interlocutor, un adolescente de aspecto africano y algo más de metro y medio de estatura. Me miró con temor y –lo sentí profundo— vergüenza. En sus manos sostenía un viejo fusil Kalashnikov. Él tenía que saber cuál era mi situación porque, a fin de cuentas, era quien estaba encargado de retenerme dentro de esa choza de madera.

De las cercanías, nos llegaban sonidos de gente que discutía a gritos, de movimientos bruscos, algunos golpes secos. “Jendeh ta sabe”, lamentó el muchacho, “iyo hay pregunta mi profesor”. “No sé”, quería decir en su dialecto chavacano, “yo preguntaré a mi profesor”.

No me resolvió la duda pero tampoco me sorprendió. El hecho de hallarme detenido por militantes islamistas armados en una aldea de la isla filipina de Mindanao (centro de una guerra de resistencia musulmana que se ha extendido por casi 500 años y que en las últimas décadas ha ganado fama por los actos terroristas y la toma de rehenes extranjeros) parecería suficiente para declararme víctima de rapto.

Pese a los signos ominosos, yo debía seguir confiando en Ibrahim y Hadji Gonzales Alonto, su maestro. Necesitaba tenerlos de mi lado. Habíamos hablado por horas antes de que las cosas se tornaran súbitamente inestables. Dos hombres llamaron al anciano desde fuera de la pequeña cabaña, él se levantó de un golpe, le dio órdenes al muchacho, en un chavacano veloz que no me permitió comprender, y salió. Lo quise seguir pero el joven se interpuso, mostrando nerviosismo pero también el cañón de su arma. Pensé que no se atrevería a disparar, que lo podría vencer sin dificultad tan solo utilizando mi mayor peso. Pero alguien saldría herido, y no deseaba lastimarlo ni, por supuesto, salir herido yo mismo en una situación tan confusa. El conflicto de voces alteradas que se escuchaba afuera, además, crecía en intensidad y número de personas, lo que hacía poco atractivo salir a encontrarme con él sin saber qué pasaba.

Estaba atrapado. No me habían permitido ver el camino que transitamos para llegar allí. Tenía claro que la figura de un occidental no podría pasar desapercibida, y que para algunas personas, un extraño como yo resultaría sospechoso o, peor todavía, un objetivo. Debería tratar de llegar a la vecina ciudad portuaria de Zamboanga, pero aún allí sería vulnerable, la policía me había dejado claro que no estaba a gusto con mi presencia y no tenía manera de marcharme de allí: no había asientos en los vuelos de los días inmediatos, me impedían tomar un barco y por tierra, como había llegado, quedaría muy expuesto, en vista de que mi presencia ya era conocida.

Parecía muy James Bond, pero yo no tendría pistolas, microaviones ni supermodelos vestidas de espías para amarme. Mi única opción era confiar. Desear que hubiera una explicación razonable para todo esto. Y que lo que estaba ocurriendo detrás de las frágiles tablas de la choza, fuera lo que fuese, se resolviera bien y pronto. Ya se sabe, a la hora de pedir, hacemos listas largas.

TRES NÚCLEOS DE IDENTIDAD

Escogí entrar en la isla de Mindanao por la ciudad de Cagayán de Oro porque parecía una de las más seguras. Sería una buena base para empezar a aproximarme a las zonas calientes, ubicarme en el terreno y buscar contactos. Era indispensable actuar con precaución: los movimientos islamistas de esta zona están entre los más vilipendiados y menos entendidos del mundo, y sin duda hay buenas razones para temerlos.

También para conocerlos, pensaba, porque las pocas noticias que trascienden al mundo sobre ellos se limitan a enlistar barbaridades (bombazos, secuestros, decapitaciones a sangre fría) cometidas por fanáticos irracionales en territorios remotos y aislados, sin que nos expliquen por qué suceden estas cosas. ¿Es simple sed de sangre? ¿O existen algunas causas legítimas que no han sido resueltas?

A través de personas de organismos internacionales con operaciones en la región, había logrado averiguar que entre ellos existían facciones moderadas y había establecido contacto con uno de sus miembros, a quien esperaba convertir en mi guía para entrar en ese mundo y conocer su visión de las cosas de manera directa. Quería ir a los puntos de conflicto y ver directamente cómo vive la gente allí, cuáles son los agravios, sus razones. Estaba seguro que había aspectos de la historia que no nos han llegado y que era importante considerar antes de seguir enjuiciando sumariamente a los rebeldes de Mindanao.

El vuelo desde Manila (capital de Filipinas) fue uno de ésos en los que coincide que uno tiene un asiento de ventanilla, la atmósfera es luminosa y clara, y los accidentes geográficos componen un cuadro especialmente impactante: sólo vi unas cuantas de las 7 mil islas del archipiélago filipino, pero pueden haber sido unas 200. En todas las formas: alargadas, rectangulares, con apariencia de trapecio y de isósceles, y con algunas figuras menos técnicas como un corazón. También, muchas de las más comunes en la imaginación popular: perfectamente redondas, con un brillante marco de playas de arena blanca rodeado por círculos concéntricos de aguas en tonalidades claras, verdeazuladas y oscuras, y un tupido centro de palmeras.

Era una lección maravillosamente ilustrada sobre estética y naturaleza. Y a la vez, de geografía política: ¿qué puede unir a un país tan fragmentado por las fuerzas de la Tierra? Ese salto aéreo de Manila a Cagayán de Oro me llevó sobre los tres núcleos de identidad de Filipinas: Luzón, la gran isla cristiana del norte, donde está la capital; las visayas, un heterogéneo conjunto de islas en el que Cebú, desde el aire, no destaca por su tamaño, pero que del que es su principal polo económico; y al sur, la enorme y musulmana Mindanao.

Esta división ya es suficiente para generar rivalidades, como la de los cebuanos, que sienten que por su centralidad e historia merecerían ostentar la capitalidad nacional. El problema es bastante más complejo, sin embargo, porque dentro de cada una de estas regiones hay una enorme diversidad: casi cada isla tiene caracteres particulares que la hacen diferente. En muchas de ellas, los habitantes resienten que las sedes del poder estén en otras costas. Esto ha provocado que la fragmentación geográfica se acentúe a nivel administrativo, hasta niveles sorprendentes: en este territorio de apenas 300 mil kilómetros cuadrados (como tres cuartas partes de Paraguay) hay 17 regiones, 80 provincias, 138 ciudades, 1,496 municipalidades y 42,025 barangays (la forma de gobierno más pequeña, con autoridades electas por voto popular).

Esto produce confusión. Una península de Mindanao, llamada Zamboanga a partir de la ciudad de ese nombre, de sólo 17 mil kilómetros cuadrados, se divide en cuatro provincias… a primera vista. Entre ellas, Zamboanga del Norte, Zamboanga del sur y Zamboanga Sibugay. Pero hay una más.

La página zamboanga.com nos advierte desde los primeros párrafos:

“Es independiente de cualquier provincia. La Ciudad de Zamboanga no es parte de Zamboanga del Sur, como la enlista equivocadamente el Departamento de Interior. Y no es sólo Interior quien comete este error. Las siguientes oficinas también: NSCB, COMELEC, PIA (Agencia de Información Filipina), ¡incluso la oficina del presidente de Filipinas!”

La vida en esta nación parece simple en la superficie, pero pocas cosas lo son. La historia, por ejemplo, se enseña utilizando una fecha clave como consumación de todo un proceso. Por eso aprendemos que los españoles conquistaron Filipinas el 27 de abril de 1565, cuando derrotaron a varios datus (jefes tribales) de la isla de Cebú y se asentaron allí.

Eso fue tan solo, en realidad, la creación de un establecimiento militar y comercial. Al que siguieron otros, casi siempre en las costas, desde los que por siglos sólo pudieron controlar porciones del territorio, mientras que numerosos pueblos conservaban sus independencia e identidad. Para muchos ciudadanos de Mindanao, descubriría, la pertenencia a Filipinas es una imposición que todavía resisten.

LA CIUDAD LATINA

Llegué a Cagayán de Oro. Muy tranquilo. La gente era amable con los extranjeros, no se sentían tensiones. Para preparar el siguiente paso, fui a la terminal de autobuses que sirve los destinos al oeste y sur. El único problema parecía ser logístico: no había oficinas de compañías, ni taquillas de boletos, ni tableros con horarios… tampoco encontraba a nadie que hablara inglés.

Estaba acercándome, sin embargo, a la zona de habla chavacana. “Buses to Zamboanga?”, inquirí a un chico. “¡Ése! ¡Avante!” “What time’s the departure?” “A la una”.

Iba a la ciudad de Zamboanga por dos motivos: el primero es que se encuentra geográficamente en el centro de la zona más conflictiva, cuyo eje empieza por el este en la región de Cotabato, pasa por Zamboanga y se extiende al oeste por una banda de pequeñas islas llamado el archipiélago de Sulu, que casi llega hasta Malasia. La mayoría de los despachos noticiosos sobre la violencia en el área están firmados desde Zamboanga, porque es la mayor urbe regional.

El segundo atractivo es que sus autoridades la denominan “La Ciudad Latina de Asia”, y se precia de tener un dialecto propio, el chavacano zamboangueño, derivado del español mexicano. Imaginé que el título se justificaría en actitudes, gastronomía y otros elementos que fueran familiares para mí y me facilitaran las cosas. Probablemente, quise pensar, les caería en gracia mi nacionalidad y eso me daría un mejor acceso a las personas que me interesaba conocer.

En el autobús, sin embargo, aunque la gente era amable (fueron 13 horas de viaje en las que tuve unos cinco compañeros de asiento), lo de ser mexicano no pareció sonarles a nada. Era un extranjero, simple pero no común, porque viajaba a lo largo de la península de Zamboanga y estaba solo (no podía mencionar a mi contacto en la ciudad), lo cual, más que extraño, les parecía preocupante. “El solo hecho de que vayas en este autobús ya es peligroso”, me dijo un vendedor de una compañía piramidal de productos naturistas, que insistía en darme la oportunidad de convertirme en “pequeño gran hombre de negocios”. “Lo de menos es un secuestro”, comentó al hacer una pausa en su esfuerzo filantrópico. “Pueden balacear el vehículo o hacerlo estallar”.

La realidad de la violencia de esta parte de Filipinas empezó a aclararse para mí al hablar con los otros viajeros. Hay terrorismo islamista, en efecto. Pero es sólo una parte del problema: también operan sanguinarios grupos criminales. La compañía Rural Transit Mindanao Inc., en uno de cuyos autobuses viajábamos, estaba siendo objeto de una campaña de extorsiones por la famosa banda Al Khobar, en la que el método más persuasivo era poner bombas en sus vehículos. Sólo en 2012, ya habían volado uno en enero y otro el 11 de abril. El 22 de abril, tres días antes de que yo saliera de Cagayán de Oro, el ejército aseguró haber impedido un nuevo atentado en la vecina Cotabato del Norte.

En el camino, paramos en la ciudad de Ipil, en Zamboanga Sibugay, donde el australiano Warren Rodwell fue abducido en su casa en diciembre, y por quien se pedían 2 millones de dólares (en un video difundido el 8 de mayo, un Rodwell con un ojo amoratado ruega a su gobierno que entregue el dinero). Es un rapto que se achaca también a los delincuentes, como otros con víctimas extranjeras en los años recientes, tanto en ataques en tierra como de piratas en altamar. A veces, el objetivo era venderlos a los terroristas, que pueden pedir dinero o concesiones políticas, como la liberación de militantes. En general, sin embargo, el objetivo es hacer el negocio directo. La situación de los secuestrados es algo difícil de determinar en la región y ni siquiera pude conseguir cifras actualizadas de cuántos hay.

Las luchas entre clanes son otro problema añejo: en amplias zonas de Mindanao, donde las estructuras gubernamentales son débiles, el poder está concentrado en estas redes familiares extendidas, que compiten entre sí o que están enfrentadas por antiguas ofensas.

El caso más escandaloso, e inquietantemente ocurrido poco tiempo atrás, el 23 de noviembre de 2009, es del de la llamada Masacre de Maguindanao, un suceso en el que murieron muchos más periodistas que en cualquier otro evento en la historia mundial. El político Esmael Mangudadato había osado presentar su candidatura a gobernador de la provincia de Maguindanao, a pesar de que el gobernador, Andal Ampatuan Senior, había decidido que lo sucediera su hijo, Andal Ampatuan Junior, ambos del clan Ampatuan, que controla la zona desde 2001.

Para registrarse ante la Comisión de Eleccciones, Mangudadato creyó que hacerse acompañar de periodistas le daría protección. Los seis vehículos del convoy en el que viajaba su esposa (mas no él), y otros dos coches de gente sin relación, fueron detenidos en la carretera y secuestrados por un centenar de hombres con armas. Mangudadato, quien se encontraba en otro lugar, asegura que su mujer le logró enviar un mensaje telefónico en el que decía que el propio Ampatuan Junior estaba al frente de los atacantes y que la había abofeteado.

 

Los 57 integrantes del grupo fueron secuestrados. Y después, asesinados a sangre fría. Incluidos 37 periodistas. Cinco de las mujeres, de las que cuatro eran reporteras, fueron violadas. Y la totalidad de las féminas recibieron disparos en los órganos genitales y fueron degolladas, entre ellas la hermana más joven de Mangudadato y su tía, ambas embarazadas. (Mangudadato ganó las elecciones, mientras que el juicio contra los Ampatuan Senior y Junior, que están en prisión, y 195 miembros de su clan, en libertad, se desarrolla en Manila.)

 

El hombre de la pirámide naturista persistía en su esfuerzo de hacerme rico. Yo miraba por la ventana, ya entrada la noche, pensando en la ratonera en la que me había metido pocas horas antes al recorrer el borde de la bahía que, al estrecharse, da límite a la península. Iba a llegar a Zamboanga a las dos de la mañana del jueves. Mi contacto no respondía a mis llamadas. Me imaginé en una sucia terminal a cielo abierto, solo en la oscuridad. Y me molesté por no haberme tomado el tiempo necesario para hacer las cosas con calma, prepararlo todo con precisión y tener más de una persona en quien confiar. Había querido hacerlo rápido y ahora, quedaría expuesto. En mi libreta, hice un apunte para los alumnos de mi taller de periodismo independiente: “¡No sean idiotas como yo!”

 

400 AÑOS DE RESISTENCIA

 

“A falta de sentido común, buena estrella”, me consolaba al caminar por las calles de Zamboanga, al día siguiente, viernes. No veía por ningún lado lo de “Ciudad Latina de Asia”, aparte de los muchos letreros en castellano, sin duda, y los apellidos familiares. Pero la población se divide entre cristianos y musulmanes, no hay noción de lo que es la música salsa (como era viernes, y después de meses de no bailar, abrigaba la pecaminosa e ingenua idea de hallar un club para sacarles punta a las botas) y la comida es más bien de tipo malayo (aunque con nombres como “pollo en adobo” para un ave en salsa de soya).

 

Parecía tranquila, sin embargo. La parada de autobuses era tan fea como la había imaginado, a pesar de lo cual de inmediato fui abordado por choferes de traysikol (unas motocicletas de tres ruedas, con un asiento lateral cubierto por una estructura metálica, muy coloridas, que funcionan como taxis) y escogí uno con el que pude hallar una habitación en el segundo hotel que visitamos, a pesar de la hora. La gente era amable, el tráfico (compuesto en 80% por traysikols) era domeñable para alguien bravo y la ciudad estaba junto al mar.

 

Zamboanga, fundada en el siglo XII y con 800 mil habitantes, tiene una posición estratégica relevante en esa región: está en el extremo de la península, que se adentra como un dedo en una importante ruta marítima comercial. Por eso, los españoles se asentaron aquí en 1569, poco después de establecerse en Cebú.

 

Entonces fundaron el fuerte militar del Pilar, que hoy es el único atractivo turístico local y cuya historia resume la de la región: los holandeses lo atacaron en 1646; fue abandonado en 1663; reconstruido en 1666; de nuevo en 1719; capturado por 3 mil moros (filipinos musulmanes) en 1720; cañoneado por los británicos en 1798; abandonado por los españoles en 1898; ocupado por los estadounidenses en 1899; tomado por los japoneses en 1942; y reclamado por Filipinas en 1946.

 

La supervivencia del castellano aquí se debe a que la presencia de los españoles –entre ellos muchos soldados y curas mexicanos— fue mayor y más larga aquí que en otras zonas de Filipinas. Pero nos resulta difícil entender el chavacano porque, en realidad, la base gramatical del dialecto es la lengua malaya, a la que le incorporaron palabras de español, inglés e idiomas locales, lo que es un reflejo de la complejidad cultural de Mindanao.

 

Esta región siempre ha sido distinta de las Visayas y Luzón. Más cercana a Malasia, el proceso de conversión de los habitantes al islam empezó 300 años antes que llegara el cristianismo, y de una forma distinta: los españoles arribaron con su gente a imponer su fe con la espada, y cuando fueron derrotados, muchos de ellos se marcharon. Da la impresión de que, como ocurre con el chavacano, el catolicismo en Mindanano está pegado como una capa de símbolos y rituales que apenas logra penetrar y darle forma al material espiritulal originario, que es de carácter animista.

 

Además de la ventaja temporal, los musulmanes tuvieron otra, que es haber entrado como misioneros que poco a poco fueron adaptando las costumbres locales. Esto convirtió al islam en una fe asumida como propia por los lugareños y le dio una enorme capacidad de resistencia.

 

En Mindanao, los españoles sólo estaban seguros en sus plazas fuertes, Zamboanga y Cagayán de Oro, y a veces ni siquiera allí. Como extensión de la península, hay una hilera de islas pertenecientes a Filipinas que se llama el archipiélago de Sulu, y que parece formar un puente punteado que llega hasta al reino musulmán de Malasia, en la isla de Borneo.

 

En Mindanao y las Sulu fueron creados varios estados islámicos. La lucha de España contra ellos (y sus frecuentes incursiones militares y piratas) duró 300 años, con varias dolorosas derrotas para los peninsulares, hasta que Madrid logró tomar Jolo, capital del sultanato de Sulu, en 1876.

 

Poco les duraría el gusto. En el resto de Filipinas, diversos grupos independentistas combatían a España y casi habían logrado vencerla en 1898, cuando Madrid enfrentó y perdió otra guerra, esta vez con Estados Unidos. Así tuvo que cederle a Washington las islas de Puerto Rico, Cuba y Filipinas, incluidas Mindanao y las Sulu.

 

Los revolucionarios filipinos resistieron la ocupación estadounidense hasta su derrota, en 1902. En Mindanao, la llamada “rebelión mora”, que en realidad fue una guerra de resistencia al invasor, mantuvo a las tropas estadounidenses ocupadas hasta 1913, encabezadas por el general John J. Pershing (quien saldría de allí al estado de Chihuahua, en el norte de México, a perseguir infructuosamente a Pancho Villa y sus tropas en 1914-15, y después a encabezar el ejército expedicionario de su país en Europa en la primera guerra mundial, en 1917-18).

 

BUEN CLIMA MALO

 

La clave de la resistencia musulmana, o mora, es Jolo, en la isla de Sulu, antigua capital del sultanato y bastión principal del Frente Moro de Liberación Nacional (FMLN, uno de los dos principales grupos rebeldes, que sigue armado pero está casi en paz desde 1996, dados sus diálogos con el gobierno). Era viernes, mi hombre en Zamboanga no respondía a mis llamadas, y pensé que podría verlo al regresar allí. Él me había contactado con un dirigente en Jolo y quise viajar de inmediato, el sábado, ya que no quería quedarme demasiado tiempo en un solo lugar y hacer notar mi presencia.

 

En el puerto, todo el mundo me miró. Las oficinas de las compañías navieras grandes, que van a Cebú, Manila y otros sitios, están en una calle principal. Si hay algún extranjero, no pasa de allí. Para ir a las islas Sulu, sin embargo, hace falta tomar pequeños barcos, con cuyos representantes hay que hablar casi directamente en el muelle, en los minúsculos y desvencijados cuartuchos de madera en los que despachan, al lado del estacionamiento.

 

La página web del gobierno provincial de Sulu mencionaba unos botes rápidos que tardaban tres horas en llegar. Los encargados me decían que no existían, que el más veloz tardaría tres veces más. Entre risas, preguntaban cuántos meses me quería quedar de huésped forzado de los moros. Alguien sugirió: “¿Por qué no tomas el bote ‘Bounty’?” Costaba trabajo creerlo: efectivamente, a alguien se le había ocurrido ponerle a su navío “Bounty”, o “Recompensa”, en aguas donde los secuestros piratas de personas y barcos son cosa normal.

 

Empezaba a desanimarme. Mi prisa, mi deseo de moverme rápido, se debía a la idea de que la ventaja táctica del ratón sobre el elefante (el ratón es el periodista independiente y el elefante, los grandes medios, las instituciones oficiales o las organizaciones peligrosas) es su pequeñez y velocidad, y en el pasado, estas mismas habilidades me han permitido entrar y salir de circunstancias difíciles sin apenas ser notado. Aquí ya me había visto cada extraño personaje de muelle, sin embargo. Aunque no podrían tocarme en ese momento, nada impediría que averiguaran el bote, hora de partida y destino que habría de tener.

 

Dos amables policías filipinos me terminaron de convencer. “¿A dónde desea viajar, señor? Muéstrenos su pasaporte, por favor. Nos han informado que a Jolo. No será posible, el clima está muy malo”. Era mediodía y el sol brillaba. Les mostré una impresión de la web del gobierno provincial de Sulu, donde se promueve el turismo y se dan detalles de hoteles y restaurantes. Los agentes comentaron algo entre sí en tagalog, con expresión de sorpresa y algunas risas. “El clima está muy malo. No se recomienda ir a Jolo. Le recomendamos ir a Boracay”.

 

Un gran centro turístico de playa… al otro lado del país. Mi contacto no me respondía, caras nuevas en el puerto me miraban sospechosamente, en general todo me estaba saliendo mal… mi buena estrella parecía brillar en otros cielos. Empecé a resignarme. La prudencia exigía abortar la misión. Pronto, porque me sentía muy observado. Ratón al descubierto. Elefante preparándose.

 

DESCRÉDITO AJENO

 

En Filipinas, los boletos de las aerolíneas locales se pueden vender en cualquier cajón de zapatos y hallé uno en un concurrido centro comercial, después de jugar a hacer movimientos raros que me ayudaran a perder a quien me estuviera siguiendo… aunque probablemente sólo era mi propia paranoia. Encantadoras, las chicas me informaron que sólo había asientos disponibles a partir del lunes, tres días después. Compré uno. Tendría que pasar el fin de semana en la llamada Ciudad Latina de Asia, escondiéndome como en una ratonera de Ciudad de México o Caracas.

 

Al salir, en la pantalla de mi teléfono brilló el nombre de mi extraviado contacto. ¿Por fin? Pues no. Tenía problemas y se marchaba de Zamboanga. Pero me informó que un maestro Hadji Gonzales Alonto tenía interés en hablar conmigo. Lo describió como un clérigo musulmán del Frente Moro Islámico de Liberación (FMIL), “conocedor profundo de la problemática del pueblo moro”, “muy respetado por patriotas y religiosos por igual”. Podría visitarlo en su aldea, no muy lejos de la ciudad, muy temprano por la mañana. Con el detalle de que debería seguir algunas indicaciones de seguridad. Lo cual me pareció conveniente.

 

A las cinco de la mañana del sábado, un enviado del Maestro esperaba en la oscuridad, en un vehículo fuera de mi hotel. Me hizo subir, echó la marcha y salió raudo por callejuelas, hasta detenerse en una solitaria. Ahí revisó que yo vistiera la ropa que me habían indicado y me ofreció otras prendas, como complemento.

 

Nada tipo James Bond. No era un agente de dos metros de altura, sino un adolescente muy pequeño, que apenas superaba los 150 centímetros, y no venía en una limousine blindada: era un vetusto traysikol. Mi indumentaria no estaba muy lejos de la elegancia de la del 007: sandalias, jeans y camiseta blanca, que el joven Ibrahim, como se presentó, me hizo cubrir con una camisa de manga larga, vieja y con hoyos. Y me dio una gastada gorra de beisbolista de los Dodgers de Los Ángeles. “¿No tienes una de los Yankees?”, casi me arrepentí al preguntar. Pero soltó una agradable risa que me hizo sentir confianza.

 

Tenía que acurrucarme en el asiento cubierto del tricitaxi y mirar al suelo, “para que no vean que eres extranjero”, explicó en una divertida mezcla de chavacano e inglés. Así también me prevenía de ver el camino. Él me tranquilizaba con una charla ininterrumpida, que me parecía amena a pesar de que entendía muy poco, y de que debía guardar silencio para no llamar la atención.

 

EL FMIL, del que es miembro Gonzales Alonto, es una organización escindida del Frente Moro de Liberación Nacional (FMLN), el primer grupo de la resistencia mora moderna, heredero de una tradición de lucha de 400 años. Surgió en 1969 como respuesta a una infamia: el viejo dictador de Filipinas, Ferdinando Marcos (famoso en el mundo por la colección de zapatos de su esposa, Imelda), planeaba apoderarse de Sabah, la región de Malasia más cercana al archipiélago de las islas Sulu. Para lograrlo, planeó introducir una guerrilla separatista formada por jóvenes musulmanes de las Sulu, étnicamente cercanos a algunas tribus de Sabah, a quienes engatusó con engaños: les prometió que ingresarían en una unidad de élite del ejército filipino y que ganarían buenos sueldos.

 

En diciembre de 1967, una vez en su campo de entrenamiento en la isla del Corregidor, en Luzón, los muchachos se dieron cuenta de que los entrenaban para ir a matar a otros musulmanes, y que podrían incluso acabar atacando a sus parientes. Se inconformaron y exigieron ser devueltos a sus casas, por lo cual, los 68 reclutas fueron ejecutados.

 

Esto volvió a encender el ánimo de la resistencia de la población mora en Mindanao y las Sulu, y se formó el FMLN con un nombre poco islámico: su influencia fueron los movimientos de liberación nacional de la época. En su lucha contra el grupo armado, el ejército tomó y quemó Jolo en 1974, atizando el odio de los musulmanes.

 

El diálogo de paz con el gobierno, iniciado en 1976, y el relativo secularismo del FMLN, dieron lugar al surgimiento del disidente FMIL que continuó la ofensiva militar bajo el objetivo de “reconquistar la libertad y la autodeterminación del pueblo moro” y crear un “estado islámico independiente” en Mindanao, pese a lo cual también entró en negociaciones con Manila desde 1997.

 

Gracias a estas pláticas con el FMLN, en un principio, y después con el FMIL, se estableció la Región Autónoma del Mindanao Musulmán en provincias y ciudades que optaron por incorporarse a ella mediante referendos. Diferencias sobre las facultades del gobierno regional, sin embargo, y sobre todo sentencias judiciales que han invalidado la adición de algunas zonas, han provocado importantes roces que afectan el proceso de paz. Esto ha abierto, incluso, periodos de enfrentamientos con el ejército de Filipinas, en particular en 2000, cuando el entonces presidente Joseph Estrada lanzó una “guerra total” contra el FMIL, que no pudo ganar. Actualmente, ambos grupos mantienen fuerzas propias (estimadas en 6 mil hombres para el FMLN y en 12 mil para el FMIL) con estructuras de mando militar y campos de entrenamiento.

 

Cuando las han desarrollado, sus actividades armadas han tenido principalmente un carácter de guerrilla convencional y han declarado su oposición al terrorismo, al que el FMIL considera “anti-islámico”. Algunas unidades “renegadas” del FMIL, no obstante, han sido acusadas de cometer abusos contra población civil cristiana en 2008.

 

“Por cualquier violación de derechos humanos, nuestro Comité Central ha pedido perdón”, aclaró Gonzales Alonto. “Pero ustedes los periodistas sólo hablan en el mundo sobre el terrorismo de Abu Sayyaf y su descrédito lo cubre todo”.

 

PALABRA DE DIOS

 

Tras al menos de una hora de recorrido, Ibrahim, el enviado del maestro, se había detenido y con rapidez me había ayudado a bajar para introducirme en una pequeña cabaña de madera, donde yo pasaría momentos más intensos de lo que había imaginado. El interior era sencillo: muchos tapetes del rezo, fotografías de inmensas multitudes en La Meca, un mechero para calentar te y varios recipientes de metal. Aunque no parecía una vivienda, sino un cuarto de oración, sin lecho ni mesa, Gonzales Alonto, un hombre de apariencia más juvenil que sus 52 años, le agradeció al pequeño muchacho su amabilidad por permitirnos conversar “en la discreción de tu residencia”.

 

Podía entender lo que afirmaba mi interlocutor: sin haber profundizado en el tema hasta poco tiempo atrás, mi conocimiento previo de lo que ocurría con la resistencia mora de Mindanao se limitaba a los ataques de Abu Sayyaf, otro grupo que, como el FMIL, se había escindido del FMLN por discrepar de su interés por el diálogo de paz. A diferencia del FMIL, sin embargo, siempre ha mostrado un rechazo total a cualquier salida que no implique la instauración de un estado islámico independiente en Mindanao y las Sulu.

 

Es una organización comparativamente pequeña, de 650 miembros según estimaciones de inteligencia, pero difícil de combatir porque están dispersos en la península de Zamboanga y las islas Sulu en varios grupos autónomos, laxamente sujetos a una estructura de mando flexible, que actúan bajo el principio de golpea y escóndete. Esto les ha permitido sobrevivir a varias grandes operaciones militares en su contra, en especial una en 2006 que involucró a 8 mil soldados y apoyo militar estadounidense con alta tecnología.

 

Debido a sus métodos terroristas, Abu Sayyaf ha ganado una notoriedad desproporcionada con su tamaño. Mientras el FMLN y el FMIL consideran que el apoyo popular es fundamental para sus objetivos, a Abu Sayyaf le importa poco porque cree estar siguiendo el camino marcado por dios.

 

Así ha efectuado secuestros masivos de pobladores e individuales de extranjeros y personas influyentes, masacres con bombas y saqueos de pueblos, y escandalosos descabezamientos: le ha dado marca internacional a la resistencia mora, en contra de la estrategia de las organizaciones más importantes.

 

“El que mata inocentes rompe las leyes de dios”, explicó Gonzales Alonto. “Son jóvenes sin cultura ni conocimiento, corrompidos por versiones pecaminosas del islam”.

 

En un par de horas de conversación y te, el clérigo me había explicado su versión del conflicto: el pueblo moro sufre los resultados de siglos de agresiones por parte de las potencias coloniales, principalmente españoles y estadounidenses, además de holandeses, británicos y portugueses, y recientemente, el gobierno filipino. “Podríamos haber resuelto este conflicto ya, si hubieran respetado el acuerdo de darnos plena autonomía y control sobre nuestros territorios históricos. Pero se han desdicho o los han saboteado, por eso tenemos que presionar. Y hay esperanzas, hay avances en las pláticas y tendremos una zona autónoma más grande”.

 

Objeté que muchas provincias votaron años atrás por no entrar en la Región Autónoma del Mindanao Musulmán. “Es ignorancia”, descartó. “La palabra de dios los traerá al buen camino”. ¿A los miembros de Abu Sayyaf también? “Bajo las condiciones adecuadas, podremos hablar con ellos”. ¿Y la población cristiana de Mindanao?

 

-También necesita escuchar la palabra de dios

-Pero ellos dicen ya haberla escuchado. Por eso son cristianos.

-Están equivocados.

 

Los alegatos de todas las religiones son circuitos cerrados por necesidad, porque se basan en el principio de que “mi dios es el bueno, el tuyo no”, y ese dogma fundamental cancela el entendimiento. Pero había escuchado argumentos más complejos de muchos otros clérigos de Egipto a Irán. Me recordó, en cambio, a un grupo de predicadores de Al Qaeda con los que hablé en Níger un año atrás, que planteaban ideas igualmente simples. Puede ser que en las márgenes más alejadas de su centro de origen, el islam pierda consistencia o nunca la haya ganado.

 

No era momento de confirmar esta hipótesis. La discusión se acabó con Gonzales Alonto saliendo a toda prisa cuando lo llamaron, tras ordenarle a Ibrahim que me retuviera dentro de la choza. En ese momento reparé que el avejentado Kalashnikov que el muchachito sostenía como si fuera un juguete no estaba ahí por fuerza de costumbre. Y cuando quise hacer algo, me apuntó.

 

¿Habría disparado alguna vez ese chico? El miedo y la confusión en sus ojos hacían una mezcla peligrosa. Y el escándalo crecía afuera. Personas indignadas gritando cosas que yo no entendía, pero que Ibrahim me transmitía como un nerviosismo que crecía en él.

 

Fue una hora de tensión hasta que Gonzales Alonto retornó con dos hombres que me sacaron de la choza. ¿Eso era bueno o malo? “La gente está muy enojada”, explicó, “porque ayer por la mañana, cinco muchachos quedaron mal heridos cuando les explotó una bomba que estaban fabricando en Lunzuran, una de las aldeas cercanas, y te quieren a ti”.

 

¿Y a mí por qué? “Porque están enojados y eres extranjero, alguien les avisó que estás aquí y piensan que pueden pedir dinero para dejarte ir y pagar así los gastos médicos”. ¿Y eso es lo que hacen siempre que algo pasa? ¿Son islamistas o simples criminales? “¡No son islamistas!”, atajó.

 

Me explicó que tenía que irme de Zamboanga sin acudir a las autoridades, porque provocaría un conflicto mayor: “Si vienen, la gente los recibirá de mala manera. Y a ti, los policías te harán pasar un mal rato”. Ibrahim y sus compañeros me llevaron a la ciudad, sin permitirme ver el camino. Nos detuvimos en uno de los módulos de venta de boletos de avión, donde a mi pequeño vigilante no pareció costarle mucho trabajo adelantar dos días mi reservación. Saldría a Cebú en el vuelo de la una de la tarde de ese mismo día, sábado.

 

En el aeropuerto, un gran letrero dice en chavacano: “Bienvenido a la Ciudad de Zamboanga”. Con ese nombre, esto podría verse en la región mexicana del Istmo, tierra de la Zandunga, una famosa canción tradicional. Como en aquel sitio, la pesada humedad tropical y el ritmo de la gente hacen que la vida parezca lenta en la península. Pero puede transcurrir velozmente. E irse. Esa mañana viajaba en un traysikol (mal) disfrazado de lugareño. Y pocas horas después estaba ya en el avión, inesperadamente, tras casi sumarme a la lista de secuestrados.

 

Estaba contento de poder salir de ahí. Hay lugares del mundo que parecen muy peligrosos, pero uno sabe dónde está la línea del frente o cuál es el sitio donde se juntan los tipos de cuidado. En otros, como aquí, me he sentido todo el tiempo adentro de la boca del lobo. La ventaja del periodista extranjero es que puede marcharse, escapar. Los pobladores de Zamboanga se ven obligados a vivir rodeados de una violencia tan enorme como incontrolable, que surge de muchas fuentes, con gran confusión. Tal vez es ése el sentido más aproximado de llamarla Ciudad Latina de Asia. Pues en eso también se parece al Istmo y otras partes de mi adolorido país.