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Cumbre de Seguridad Nuclear: México, el mal ejemplo


Por Témoris Grecko / La Haya (publicado en Proceso, 30 de marzo de 2014)

El robo de una fuente radioactiva de cobalto 60, ocurrida en Tepojaco, Hidalgo, el 2 de diciembre, permitió que la tercera Cumbre sobre Seguridad Nuclear –que no logró ser la última y definitiva como estaba previsto— consiguiera por lo menos celebrar algunos avances y evitar que la crisis por la anexión rusa de Crimea la opacara por completo. Esto ocurrió, sin embargo, con un importante costo de imagen para México, que se convirtió en el ejemplo de referencia para ilustrar la falta de responsabilidad en el manejo de materiales de alto peligro, y cuyo gobierno mostró desinterés en realizar un control de daños al participar con una delegación de rango menor en este evento, considerado de tal importancia que reunió a los líderes del mundo, incluidos los presidentes de Estados Unidos y de China, Barack Obama y Li Xingping.

El primer ministro neerlandés, Mark Rutte, no obtuvo algo parecido a una “declaración de La Haya”, en la que se plasmara el compromiso de los 53 países presentes de establecer altos estándares de seguridad para dificultarles las cosas a quienes aspiren a convertirse en terroristas nucleares. No hubo más que un comunicado en el que, a consecuencia del llamado “incidente mexicano”, la novedad fue un énfasis en la protección de materiales radiológicos, antes poco resaltados en comparación con los que podrían provocar una explosión atómica.

A final de cuentas, la atención estuvo en otro lado: el martes 25, Rutte abrió la conferencia de prensa de clausura del evento de dos días, destacando los modestos logros alcanzados, antes de que las preguntas de los periodistas reemplazaran el tema con el de la respuesta frente a las acciones de Rusia.

México quedó como el centro del interés de los científicos, preocupados por las vulnerabilidades que exhibió el caso del cobalto 60, y de los diplomáticos holandeses, para quienes el suceso de Tepojaco era la única herramienta para darle un contenido propio a la Cumbre. El gobierno de Enrique Peña Nieto, sin embargo, resaltó por su silencio. En lugar del presidente, acudió Juan Manuel Gómez Robledo, un embajador de carrera con rango de subsecretario, que apareció en el retrato oficial acomodado en una escalera, mientras en las posiciones frontales sonreían monarcas, presidentes y primeros ministros.

¿BAJO RIESGO?

Era un 6 de diciembre cuando un trabajador del Centro Médico de Especialidades, en la Ciudad de Chihuahua, encontró en la bodega que le habían ordenado limpiar, un aparato en desuso. Vendió una parte al dueño de un yonke (depósito de chatarra), donde después lo compró la Fundidora de Aceros Chihuahua para fabricar varilla de construcción que distribuyó a empresas de Durango, Nuevo León y San Luis Potosí. Para finales de marzo siguiente, fueron incautadas 96 toneladas de metales contaminados con cobalto 60 en 16 estados de la república. Era el invierno 1983-84.

Exactamente treinta años después, México no ha aprendido a manejar los materiales radioactivos de su industria civil. A la 01:30 del 2 de diciembre de 2013, un camión que trasladaba equipo de radioterapia en desuso fue asaltado cuando el chofer, Valentín Escamilla Ortiz, se había detenido a dormir en una estación de gasolina en la comunidad de Tepojaco, estado de Hidalgo. Había recibido el objeto en la Clínica 20 del IMSS, ubicada en Tijuana, el 28 de noviembre, y recorrido 2,750 kilómetros sin protección ni medidas de seguridad especiales.

Al reportar el suceso al Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Jaime Aguirre Gómez, director adjunto de la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardas (CNSNS), aseguró que el cabezal que contenía el compuesto químico estaba “adecuadamente blindado” en una carcasa “diseñada para no ser abierta o perforada fácilmente”. En declaraciones a la prensa, por su parte, el secretario de Protección Civil de Hidalgo, Arturo Vilchis, dijo que “no hay peligro para la población, no es este tipo de materiales como los gases, polvos, etcétera, que en un momento se pueden dispersar, es una pieza sólida”.

No obstante, cuando hallaron el aparato (abandonado por los ladrones en Hueypoxtla, un pueblo del Estado de México cercano a Hidalgo), el 5 de diciembre, Mardonio Jiménez, de la CNSNS, admitió que el cabezal que contenía el cobalto 60 había sido extraído y abierto. La postura oficial, en cualquier caso, siguió siendo la de que esta “sustancia cancerígena” sólo presenta “riesgo para quien la manipule”, como explicó a la agencia DPA Miguel García Conde, subsecretario de Protección Civil de Hidalgo.

EJEMPLO DE LAXITUD

“Esa fuente de cobalto 60 es esencialmente lo que hubiera sido el corazón de una bomba sucia”, explica Kenneth Luongo, entrevistado en Ámsterdam durante la Cumbre de Conocimiento Nuclear (CCN), un evento científico que se desarrolló el 21 y 22 de marzo, en anticipación del encuentro gubernamental Cumbre de Seguridad Nuclear (CSN) de los días 24 y 25, en La Haya. “Si alguien pone dinamita alrededor y la hace explotar en Ciudad de México, contaminaría cuadras enteras con radiación y no sería posible habitarlas. Mataría personas, enfermaría a muchas”.

Luongo, presidente del grupo Asociación para la Seguridad Global (Parnership for Global Security), muestra el dedo pulgar y señala de la punta al primer nudillo: “Esto es todo lo hace falta hacer estallar. Ni siquiera necesitas dinamita, con explosivos plásticos es suficiente”.

El material robado en Tepojaco eran 2 kilos 300 gramos de cobalto 60, contenidos en un cilindro del tamaño de una caja de zapatos.

Lo más alarmante, sin embargo, es la facilidad con que se produjo lo que fue, en realidad, un accidente: no se trató de una compleja operación montada por un grupo terrorista o criminal, sino la mala suerte de ladronzuelos oportunistas que asaltaron ese vehiculo tan solo porque les resultaba fácil.

En Nueva York, ejemplifica Luongo, el traslado de estos materiales peligrosos se hace en medio de la noche, con una escolta armada, y un grupo se encarga de limpiar los sitios por donde pasó. En el caso mexicano, en cambio, lo que todos se apresuraron a lavar fueron las propias manos: el IMSS aseguró el 4 de diciembre que tenía el recibo donde le pasaba la custodia a la empresa Asesores en Radiación S.A., que a su vez le entregó el equipo radioactivo a la compañía Transportes Ortiz.

“Lo que ocurrió en México es un ejemplo de la laxitud en el sistema de seguridad. Tenías un camión con una fuente altamente radioactiva parado en una estación de gasolina, probablemente no por mucho tiempo, pero suficiente para que alguien saltara y se apoderara de él. Hemos visto otros incidentes en Sudamérica y en India en la que se abre una fuente radioactiva y escupe la radiación y enferma a la gente del área cercana”.

PROBLEMA DE CORRUPCIÓN

“No veo razones para creer que México es un problema especial en este aspecto, ese incidente pudo haber ocurrido en muchos países”, acota William Tobey, investigador de la Universidad de Harvard y director de Anti-proliferación Nuclear durante la presidencia de Bill Clinton, durante la CSN en La Haya. “Espero que los demás lo tomen en cuenta”. Por separado, Luongo coincide: Lo que muestra este incidente “es que no puedes decir, bueno, ya pusimos las vallas y ya está bien, tienes que mantener una vigilancia constante. Los estándares de seguridad de México pueden ser mejorados”.

El incidente mexicano ha ganado importancia, sin embargo, por el contexto en el que se produjo. Las cumbres de Seguridad Nuclear son un proyecto que propuso Barack Obama en 2009. Pese a la amplitud conceptual del nombre, atienden una parte muy concreta del problema: el control de los materiales que manejan industrias civiles, como la de la salud (para terapias como la del cáncer), la alimentaria (para esterilización) y la petrolera (para exploración). La visión original del presidente estadounidense era abrir el tema con una cumbre, que se realizó en Washington D.C. en 2010; realizar otra de evaluación, en Seúl, Corea, en 2012; y finalizar con una más en 2014, en La Haya, Países Bajos.

Los acuerdos no llegaron, sin embargo. Meses antes del evento, quedó claro que la ciudad sede no le daría su nombre a un pacto definitivo y el evento quedaba en peligro de intrascendencia. El robo de cobalto 60, sin embargo, echó luz sobre una falta en las discusiones de Washington y Seúl: el centro de la atención había estado siempre en las 1390 toneladas de uranio altamente enriquecido (UAE) y las 490 de plutonio que existen en el mundo, suficientes para elaborar 20 mil bombas como la que destruyó la ciudad japonesa de Nagasaki, o bien 80 mil como la que pulverizó la de Hiroshima, en 1945; en cambio, poco se había dicho sobre el cobalto 60 y el cesio que sirven para hacer armas mucho menos letales pero muy peligrosas.

En encuentros formales e informales con la prensa, durante la semana previa a la CSN, diplomáticos holandeses insistieron en la importancia de atender este aspecto, y para ejemplificar, recurrieron siempre al “incidente mexicano”. En un caso, de manera descuidada: en conversación off-the-record, un funcionario de la embajada neerlandesa en Washington señaló que el cobalto 60 había partido de Tijuana y pidió imaginar qué hubiera pasado “si lo hubiesen pasado de contrabando a San Diego”, como si su posible uso terrorista en México no fuera importante. Uno más, del equipo holandés que negocia los acuerdos de la CSN, usaba el ejemplo de Tepojaco como quien repite lo que le dijeron sin pensar en ello, y se puso tan nervioso ante la pregunta de cuál era el peligro real de la fuente radioactiva que pidió buscarlo en Google.

En la Cumbre de Conocimiento Nuclear, en cambio, los expertos sí entendían el alcance del problema. Deepti Choubey, del grupo Iniciativa sobre la Amenaza Nuclear, que elabora un índice sobre la seguridad de los materiales peligrosos en cada país, en el que México tiene calificaciones positivas por su adhesión a los compromisos internacionales y por haberse desecho de sus existencias de uranio altamente enriquecido, señaló a proceso que, en cambio, en donde el país tiene problemas es en la categoría “ambiente de riesgos”, que incluye dudas sobre su estabilidad política y su buena gobernanza, y especialmente, la corrupción.

XXX

“México cuenta con mecanismos para la atención de crisis naturales o intencionales”, respondió a proceso, en un cuestionario que pidió por escrito, el embajador Gómez Robledo. La pregunta pretendía averiguar de qué manera se proponía México evitar que un incidente como el de Tepojaco, que parece copia del de hace 30 años, se repita. “El OIEA”, siguió Gómez Robledo, “reconoció la actuación del país y la aplicación de sus protocolos de seguridad y de actuación coordinada”.

El “incidente mexicano” dejó muchas dudas, sin embargo, que convirtieron al país en mal ejemplo durante la Cumbre. En un evento que reunió a los líderes de Estados Unidos, China, Alemania, Francia, Gran Bretaña y muchas otras naciones, los únicos países del Grupo de los 20 que no enviaron a sus jefes de gobierno o, por lo menos, a sus ministros de exteriores, fueron Arabia Saudí y México. ¿No se podría haber esperado que el presidente Peña Nieto se presentara a dar la cara y brindar certidumbre de que el país se toma en serio lo ocurrido?, se le preguntó al diplomático.

“La prueba de la importancia que México da a este proceso está en la participación misma del país en un foro político en el que se participa de manera voluntaria”, respondió Gómez Robledo.

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