Por Témoris Grecko / Estambul (publicado en Proceso 29/dic/2013)
A Enrique Peña Nieto le tocó vivir un día histórico para Turquía, al lado, nada menos, que del presidente de ese país, Abdulá Gül. Fue una ocasión tan singular que los medios humorísticos turcos no la dejaron pasar y, tras señalar que en 85 años de relaciones binacionales era la primera ocasión en que un mandatario de México visitaba su país, le atribuyeran estas palabras a Peña Nieto: “¡Qué divertido! Tendré que venir más a menudo. En un solo día, treinta y pico arrestados, bombas, caen dos helicópteros, un reportero secuestrado, una persona se prendió fuego frente a la asamblea”. El ejecutivo mexicano, según el sitio web zaytung.com, redondeó su comentario así: “Nunca había estado tan emocionado… tal vez la última vez fue cuando Hugo Sánchez jugaba la pelota”.
El jocoso redactor podría haber mencionado lo que ocurría detrás de algunos de estos hechos, pero acaso se contuvo en el país que más encarcela periodistas (40 al día de hoy, por encima de China e Irán) por atreverse a investigar a personajes del poder o tratar asuntos delicados. Se trata de un feroz enfrentamiento entre quienes hasta hace poco eran aliados políticos tan efectivos que lograron desmontar el régimen semi-militar que había regido la república turca desde su fundación, e imponer en su lugar un sólido control sobre las instituciones políticas y económicas.
Es una pelea que, después de que el primer ministro Recep Tayip Erdogan superó el reto ciudadano de las protestas de la plaza Taksim y el parque Gezi, en junio pasado, lo ha puesto en un máscara contra cabellera contra el influyente clérigo musulmán Fetulá Gülen y su “comunidad”, una nebulosa red de personajes que ocupan puestos clave en la política, la judicatura, la policía, la educación y la iniciativa privada.
La cascada de eventos se ha precipitado incontenible, de tal forma que parece la obra de un guionista de películas de acción, a partir del martes 17, cuando Peña Nieto y su mujer aún dormían en Ankara, la capital, la policía realizó una serie de operativos simultáneos derivados de tres procesos independientes entre sí, para arrestar a 52 personas, incluidos los hijos de tres de los ministros más importantes (Interior –equivalente a Gobernación-, Economía y Medio Ambiente), al director del Halk Bank (el banco del gobierno), al dueño de una gran constructora y a un destacado alcalde del partido oficial. Todo esto bajo cargos de corrupción al más alto nivel y con el aderezo de que encontraron que el banquero escondía en el sótano de su hogar, en cajas de zapatos, 4.5 millones de dólares en efectivo, y que el vástago del ministro de Interior guardaba otro millón. Fue un golpe directo al círculo cercano del primer ministro.
Esto no afectó al presidente Gül y su esposa, cuyo papel constitucional es casi simbólico (el que manda es Erdogan) y pudieron tener la tranquilidad de invitar, esa misma noche, a sus invitados mexicanos a cenar al Palacio de Chankaya. Las dos parejas disfrutaban sus platillos mientras caía la respuesta de Erdogan, como una tromba: tras asegurar que todo se trataba de un complot internacional no contra él, sino contra Turquía, ordenó la destitución inmediata de 29 comandantes y jefes policiacos involucrados en las detenciones (una semana después, la purga había alcanzado a unos 550 agentes en todo el país), así como el reemplazo de varios fiscales.
“La única forma de explicar que el ministro de Interior despida a los jefes de policía de una investigación sobre su propia familia es que quiere obstruir la evidencia”, considera Corai Chalishcan, politólogo de la Universidad Bogazici, de Estambul. Erdogan “cree que el pueblo turco no es muy listo”.
Era el principio de días abundantes en sacudidas y sorpresas, que podrían anunciar el principio del declive de Erdogan después de casi doce años de ser el hombre fuerte de Turquía, un luchador temible ubicado en el equipo de los rudos, y que en vísperas de año de elecciones, se encuentra ahora enfrentando a uno de los suyos, a otro rudo que está tan enojado que, por primera vez en su vida –según sus seguidores— emitió públicamente una maldición: “Que dios lleve fuego a sus casas”.
“EN TODOS LADOS HAY CORRUPCIÓN”
Estambul es una ciudad dividida en dos por el estrecho del Bósforo. La mitad está en Europa, donde la plaza Taksim y el parque Gezi atrajeron la atención mundial, desde el 30 de mayo y durante junio, como el centro de un movimiento de protesta que llegó a todo el país. En el lado asiático, está la plaza de Kadiköy, donde los grupos que se oponen a grandes proyectos urbanos, que destruirán miles de hogares y áreas verdes, convocaron a un mitin el domingo 22.
Los escándalos de corrupción le dan mayor contenido a la protesta: a las personas disfrazadas de árboles se suman muchas otras con carteles alusivos a los hoy procesados.
El nuevo objeto-símbolo que muchos portan son cajas de zapatos, como las usadas por el banquero Suleyman Aslan para esconder una fortuna en dólares: las usan como cajas de resonancia para tamborilear, les sirven para construir pequeñas pirámides, las representan en dibujos que también caricaturizan al primer ministro.
Y modifican, además, su eslogan favorito, “en todos lados está Taksim, en todos lados hay resistencia”, de esta forma: “en todos lados está el AKP (el partido de Erdogan), en todos lados hay corrupción”.
“Son una banda de ladrones que no puede seguir gobernando”, afirma Pelin Demiryi, un activista de 26 años que sostiene un cartel que dice “AKP saca tus sucias manos de nuestros bolsillos”.
Llega el ataque de la policía, que ha desplegado a cientos de antimotines y varios “toma”, como se llama a los pesados camiones que golpean a los manifestantes disparándoles agua a alta presión, adicionada con productos químicos, que provoca irritación y ardor en la piel.
El gas lacrimógeno, una de las armas favoritas de Erdogan (Turquía es tal vez el país que con mayor intensidad los usa, lo cual le ha ganado al primer ministro el mote de “Gasman”), se acumula en el área y obliga a clientes y empleados de la vecina zona comercial a escapar.
ERDOGAN + GÜLEN
Uno de los recursos de la propaganda del AKP, cuyas siglas significan Partido de la Democracia y el Desarrollo, es promoverse como el AK Parti, el “partido blanco”: Erdogan ganó la primera de tres elecciones generales consecutivas en 2002 con la bandera de la lucha contra la corrupción, después de una severa crisis económica en 2001, atribuida a los manejos fraudulentos de los políticos de los años 90.
Hasta entonces, Turquía estaba dominada por una casta de generales que se creía facultada para poner en orden a las autoridades civiles electas, que veía en los sectores islamistas a un enemigo y que dio varios golpes de Estado. En el último, en 1997, destituyó a Erdogan como alcalde de Estambul y lo puso cuatro meses en la cárcel. Por su parte, el clérigo Fetulá Gülen tuvo que salir del país en 1999, para evadir una orden de arresto bajo el cargo de querer instaurar un régimen islámico. Los dos dirigentes se encontraron unidos en la desgracia.
Fue una alianza natural: Erdogan aportó un nuevo partido con amplias bases sociales y su carisma; Gülen utilizó la potente red de su comunidad de simpatizantes (creada, según el periodista turco Ahmet Sik, siguiendo el modelo del Opus Dei), que a partir de una gran red de escuelas extiende sus tentáculos por altos niveles de la iniciativa privada, los medios de comunicación y las instituciones públicas, incluidas la judicatura y la policía.
Así consiguieron superar todo tipo de obstáculos para llegar al poder, conservarlo e incluso desmontar las estructuras de control de los militares, mediante el procedimiento de meter a prisión a oficiales y civiles supuestamente involucrados en conspiraciones golpistas, con base en pruebas dudosas. Los fiscales encargados eran gülenistas que, ya de paso, encarcelaron a reporteros que investigaban los manejos de la comunidad y su líder, como el propio Ahmet Sik, quien pasó un año entre rejas en 2011 y, al ser arrestado, gritó: “Aquellos que osan tocarlos (a la gente de Gülen), ¡se queman!”
ERDOGAN VS GÜLEN
“Probablemente, las tensiones y la pelea entre ellos (Erdogan y Gülen) era inevitable”, dice Yusuf Canli, periodista político del diario Hürriyet, “pues una coalición ayuda a llegar al poder pero una vez que estás ahí, compartirlo no es fácil”. De acuerdo con Kanli, cada una de sus victorias electorales (2002, 2007 y 2011) hizo sentir a Erdogan más autosuficiente y menos necesitado del apoyo de la red de intereses gülenista, tan hambrienta de hegemonía como él mismo. Una vez que juntos consiguieron “domar a la academia, los militares y los jueces, era el momento de convertirse en el gobernante absoluto”.
De hecho, Erdogan y su gente llevaban casi una década preparándose para combatir al gülenismo, según sugiere un documento dado a conocer por el diario Taraf el 28 de noviembre: con las firmas de Erdogan y del entonces presidente Ahmet Necdet, da cuenta de una reunión del Consejo de Seguridad Nacional de agosto de 2004 y se titula “Medidas que deben tomarse contra las operaciones de Fetulá Gülen”.
Esto no fue sorpresa para la comunidad Gülen, a la que se atribuye no sólo la filtración del texto, sino la posesión de cuantiosa información comprometedora para el primer ministro y sus cercanos, que va desde más actos de corrupción, como un video donde un ministro recibe un soborno de siete cifras, hasta imágenes sexuales.
Después de una serie de escaramuzas en el último par de años, Erdogan empezó a dar golpes bajo el cinturón cuando planteó el cierre de la red de escuelas del movimiento Gülen, uno de los pilares de su poder económico y político. La respuesta coincidió con la visita de Peña Nieto y no fue improvisada: la ola de detenciones fue la consecuencia de investigaciones secretas llevadas a cabo durante 14 meses.
Las acusaciones involucran sobornos millonarios, fraude en licitaciones públicas, asignaciones directas irregulares de contratos, compra-venta de permisos de construcción en áreas protegidas, falsificación de documentos para otorgar la nacionalidad turca, colaboración para que empresarios iraníes hicieran transacciones ilegales por decenas de miles de millones de dólares, contrabando de oro y venta ilegal de objetos arqueológicos.
Erdogan reaccionó igual que cuando hizo frente a las protestas de Gezi y en general a cualquier reto: saltando a las cuerdas con actitud viril, para acusar y amenazar como buen rudo. Así lanzó a la policía contra los manifestantes de Taksim, tras asegurar que eran terroristas manipulados por intereses extranjeros, y de la misma manera ordenó ahora la amplia purga de los mismos agentes que en junio repartieron porrazos, gases y detenciones en nombre de su gobierno.
“Mi partido es del color de la leche. Les vamos a romper las manos a los que lanzan insultos contra mis ministros”, declaró el lunes 23. Pero al día siguiente, tuvo que empezar a reconocer que en su entorno algo huele efectivamente mal: “Cualquiera que se haya robado el derecho de la gente y del huérfano pobre (una forma turca de referirse a los corruptos), será llamado a cuentas por la justicia”. Aunque insistió: “Aquí hay que elegir: o el pueblo o la humillación”.
El martes 25, los tres ministros involucrados renunciaron. Uno de ellos, Erdogan Barayktar, el de Medio Ambiente, dijo a la cadena NTV que “un gran porcentaje” de los proyectos de construcción bajo sospecha fueron aprobados por el mandatario, y que “por el bien de la nación, creo que el primer ministro debe renunciar”.
Los manifestantes siguen en la calle: los enfrentamientos en Kadiköy han continuado, con decenas de detenidos, y se convocó un “mitin del millón de personas para el viernes 27 en Taksim”. Tampoco han parado los golpes en la oscuridad, incluido el supuesto suicidio, el sábado 21, del jefe de la unidad de crimen organizado de la policía de Ankara. Como encargado de las investigaciones en la capital, se cree que poseía información sobre el gobierno.
Desde su exilio en Estados Unidos (nunca confió tanto en Erdogan como para regresar a Turquía sin temor de ser encarcelado), el rudo Fetulá Gülen invocó el apoyo divino, en un video subido al sitio herkul.org ese mismo sábado, tras la muerte del policía de Ankara: “A aquéllos que no ven al ladrón pero van contra los que tratan de agarrarlo, que no ven el asesinato pero tratan de difamar a otros acusando a gente inocente, que dios lleve fuego a sus hogares, que arruine sus hogares, que rompa sus unidades”.
Erdogan también sabe involucrar a otros en sus propios problemas, en este caso a todo el país: “Este proceso es la lucha de independencia de la nueva Turquía”, dijo el miércoles 25. “Es así de importante. Los planes de quienes están contra Turquía se irán a la ruina”.
A Peña Nieto y Angélica Rivero les puede haber resultado divertido el primer asalto, como dicen los humoristas turcos. Pero se están perdiendo una pelea en la que se juega más que una máscara y una cabellera. Y que va para largo.