Una productora de radio me despertó el lunes a las 6.30 para que Ricardo Rocha me entrevistara sobre #Siria al respecto del ataque químico de #Ghouta que mató a alrededor de un millar de personas. En las dos preguntas que me hizo, sugirió que los rebeldes eran los culpables.
En la primera respuesta le expliqué que producir, almacenar y utilizar armas químicas no es juego de niños y que el régimen sirio desarrolló desde hace décadas capacidades de producción, almacenamiento y dispersión en misiles. Los rebeldes no las pueden producir; no hay ni una sola denuncia de tráfico de armas químicas hacia los rebeldes (o sea, no ha salido un ruso, un iraní ni un funcionario sirio a decir “por aquí les están pasando armas químicas” o “de esta forma imaginamos que podrían haberlas adquirido”); y, lo más importante: aunque las tuvieran, las dimensiones del ataque y de la mortandad que produjo indican medios masivos de dispersión de los químicos que grupos irregulares como los de los rebeldes no tienen.
Cuando yo estaba en Alepo, un avión soltó dos bombas sobre la Facultad de Arquitectura de la Universidad y el gobierno acusó a los “terroristas”. Sólo que la oposición, simplemente, carecía de tal armamento, no tenía ni tiene nada que pudiera causar tal destrucción.
Además de que era insensato que los rebeldes bombardearan un bastión de militancia opositora como es la unviersidad
Y aquí vuelve a coincidir con lo que me dijo Rocha: de alguna forma, se convenció o lo convencieron de que los rebeldes son culpables e insistió en ello. Días atrás, había llegado a Damasco un grupo de inspectores de la ONU a investigar, precisamente, denuncias de uso de armas químicas que habían presentado los bandos rivales. Ricardo estaba intrigado: ¿qué sentido tendría que el régimen utilizara armas químicas precisamente cuando estaba gente de la ONU ahí.
A mi colega periodista le había parecido más relevante preguntarse eso y no otro asunto de mayor peso: ¿Qué sentido tendría que los rebeldes lanzaran un ataque masivo, devastador –todo un crimen contra la humanidad– sobre la población civil que los ha cobijado y apoyado y sobre sus propios combatientes?
Es como preguntar “¿qué sentido tiene que te apuñale el matón si a la vuelta de la esquina hay unos chismosos?” en lugar de “¿qué sentido tiene que te apuñales tú mismo?”
Si es posible realizar especulaciones sobre los motivos que podrían haber llevado a algún grupo rebelde a hacer eso (a pesar de que no tienen la capacidad, o sea, no podrían hacerlo aunque quisieran), a mí me resulta más fácil elaborar hipótesis sobre por qué al gobierno podría haberlo tenido sin cuidado la presencia de los inspectores (incluido el hecho de que desde que el israelí Netanyahu ha hecho una costumbre de burlarse de Obama, en Medio Oriente ya parece moda hacerlo, como el general egipcio Sisi que realizó su propia matanza después de que Washington le pidió de muchas formas que se abstuviera, y de que los propios sirios hayan sondeado en varias ocasiones la decisión de Occidente a responder a sus provocaciones y sólo hayan visto actitudes tibias).
Las suspicacias son comprensibles. En el recuerdo está el burdo invento de Bush de que Irak tenía armas de destrucción masiva y hay una tendencia a creer que Occidente se muere de ganas por invadir y volverá a inventar cosas. Las diferencias, sin embargo, son más que obvias para quien quiera dedicarle unos minutos a revisar el asunto.
La primera es que Obama y Occidente no han querido intervenir en dos años, no tienen ganas de hacerlo, Obama es una broma porque la “línea roja” que estableció fue cruzada sin que él respondiera, y porque en sí misma tal línea roja es una estupidez, como los jòvenes sirios han señalado un montón de veces: de esa forma, prácticamente, Obama le daba permiso a Siria de masacrar a sus ciudadanos con aviones, artillería, milicianos extranjeros, lo que quisiera siempre que no utilizara armas químicas. Los opositores no dejan de burlarse de la pusilanimidad de Obama: yo me he reído con ellos.
La segunda es que en 2003 Sadam Husein no tenía armas de destrucción masiva y negaba tenerlas armas químicas, en tanto que de Assad hay conocimiento de que las produce y posee y lo único que dijo es que no las usaría contra sus ciudadanos –claro, como tampoco los bombardea diariamente…–.
El gobierno sirio y Rusia han hecho muy, muy difícil que haya inspecciones de la ONU, las bloquea burocráticamente, les pone límites a lo que pueden hacer e incluso a lo que tienen que investigar (la que está ahora en Siria sólo puede tratar de determinar si hubo o no uso de armas químicas, pero no puede decir quién las usó), en tanto que Sadam Husein se abrió a los inspectores de la ONU. Quienes creen que se repite lo de hace una década deberían buscar en Google quién es Hans Blix, el jefe de investigación que fue arriba y abajo en Irak verificando denuncias y repitió una y otra vez, para disgusto de Bush y sus halcones, que no había indicios de armas masivas. Habrá quien crea que no se puede confiar en los inspectores de la ONU. Sadam Husein les abrió las puertas y Blix expuso la verdad, lo supimos todos los que seguíamos el tema en aquellos momentos, sacamos sus informes en las manifestaciones que hicimos contra la guerra.
La tercera diferencia es que Assad tiene cosas qué ocultar, pone cuantos obstáculos puede y por eso no hay un Hans Blix combatiendo las denuncias de los extranjeros: si alguien como Blix tuviera libertad de actuar en Siria, ya sabríamos quién está masacrando al pueblo sirio. Assad no quiere que se sepa.
Medio Oriente es la región del mundo más difícil de entender. Se necesita ponerle mucha atención a su historia antigua y reciente, y pasar tiempo en sus diferentes países, conviviendo con los habitantes, para empezar a entenderlo.
Y, de entrada, para hacer las preguntas correctas.
Témoris
PD: Échenle un ojo a la entrevista que me hizo J.S. Zolliker el jueves http://dixo.com/2013/08/23/dixotv-06-libre-j-s-zolliker-2.php
Fantastico post. Gracias por compartirlo…Espero màs…
Saludos