Ventajas de ser un viajero latinoamericano
Columna Fronteras Abiertas, de Témoris Grecko
Publicado en National Geographic Traveler Latinoamérica, junio de 2013
“¡Banderas, ven acá!”, me grita la gente en algunos lugares de África cuando no conoce mi nombre. En Yangshuo, China, un joven lugareño se me acercó en un bar a pedirme que me tomara una foto con él porque creía que yo era el futbolista italiano Roberto Baggio o algún cercanísimo pariente suyo. En Siria, en medio de la guerra, un guerrillero estaba seguro que yo jugaba en el Barça. En otra ocasión, tres hermosas holandesas insistían en que yo negaba ser parte del grupo Maná porque iba de incógnito.
En el extranjero, o, digamos, en el mundo exterior a nuestras comarcas, la gente no distingue entre chilenos y tamaulipecos, paraguayos o venezolanos. Incluso, aunque no haya nada más latino que alguien de Roma, los italianos tienen que resignarse a que una cierta idea del “latino”, de la que ellos e incluso los españoles van sólo marginalmente colgados, como quien se sube sin pagar al peldaño del tranvía, se esté imponiendo culturalmente en el planeta.
Este fenómeno es uno de los mejores aliados que podemos tener en nuestros viajes. A pesar de la mala imagen que nos da la criminalidad en la región, nuestro mensaje llega con más fuerza por canales muchísimo más amables: gran literatura, deliciosa cocina, geniales músicos, fascinantes filmes e incluso las más absurdas y retrógradas telenovelas (en Uganda, las camareras del bar de mi campamento me preguntaban que si en las calles de mi país todos los hombres y las mujeres eran como los actores que veían en la tele).
Hace dos años, en un festival en Tombuctú, vi cómo Francisco Gouygou, “El Charro Francés”, ponía a cantar y bailar “Guantanamera” a miles de nómadas tuaregs, incluidas varias chicas que quisieron subir al escenario a acompañarlo.
Gracias a esto, en muchos lugares nos reciben con simpatía. Y se llega a dar que confunden a las latinas con Shakira y a mí, bueno, pues, con Banderas. Como ocurrió con varios kenianos a los que les quise explicar que no, no me parecía en nada al actor. “Lo que ocurre es que, para ustedes, la referencia de latino es Banderas y al que se encuentren, le verán cara de Banderas”, les dije, “es como si este amigo”, y puse la mano en el hombro del que estaba más cerca de mí, que por coincidencia era el único bajito, gordito y poco agraciado de ese grupo de tipos guapos y atléticos, “va a México y como la gente a quien conoce es a Denzel Washington, le va a decir ‘Denzel, Denzel’”…
Las risotadas de todos –menos del avergonzado Denzel— me hicieron notar que mi argumento resultaba, digamos… poco pulido. Tendré que trabajarlo más. Pero nos viene bien.