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Un salvamento de 3,200 años


La operación que rescató el legado de un viejo faraón y un humilde pastor

Columna Fronteras Abiertas, de Témoris Grecko

Publicado en National Geographic Traveler Latinoamérica, mayo de 2013

El rey es gigantesco: está sentado y aún así alcanza veinte metros de altura. Y se ha multiplicado por cuatro, en dos parejas separadas por el acceso al templo donde lo volvemos a encontrar ocho veces, deificado y con el aspecto de Osiris, señor del inframundo. Así ha penetrado la montaña, un sólido macizo de roca que, si lo vemos por detrás, parece una inmensa duna de diseño, con líneas rectas y ángulos precisos que dan marco a una cubierta arenosa: esta colosal conjunción de la bella brutalidad del Sáhara con el talento ingenieril y artístico de hombres de hace 3,200 años ha sido montada, en realidad, hace apenas medio siglo.

Se encuentra en el rincón más remoto de Egipto,  Nilo arriba, a pocos kilómetros de la turbulenta frontera con Sudán. Fue una muestra de poder que a los pueblos del sur les quiso dar uno de los faraones más soberbios, Ramsés II (1279-1213 a.E.C.).

El tiempo jugó una bella ironía: la gran obra del poderoso y viejo faraón no recibe su nombre sino el de un niño pobre de los nubios, una etnia sometida: Abu Simbel. En 1813, este pastorcito guió al orientalista suizo Jean-Louis Burckhardt hasta un punto cubierto de arena en el que sobresalía un friso, último resto visible de los magníficos monumentos.

La humanidad los había olvidado y el desierto, enterrado. Los arqueólogos los recuperaron, pero siglo y medio más tarde se abatía sobre ellos una amenaza más grande: el gobierno del presidente Gamal Abdel Nasser construía la presa con la que el Nilo formaría el mayor lago artificial del mundo (al que ese faraón moderno le dio, claro, su propio nombre: Lago Nasser) y el destino de Abu Simbel era volver a desaparecer, esta vez bajo las aguas que descienden desde el centro de África.

La operación de rescate, ilustrada con fotografías en el museo de sitio, es el último gran hito de la larga historia de este complejo: cientos de albañiles egipcios y un equipo multinacional de arqueólogos e ingenieros pasaron cuatro años, de 1964 a 1968, cortando los templos en bloques de 20 toneladas que izaron 65 metros y desplazaron otros 200, hasta insertarlos en montañas artificiales.

Así preservaron la gloria de Ramsés II… y el descubrimiento del pequeño Abu Simbel.

 

 

 

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