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Barack Obama y el “nuevo PRI”


Gobiernos de países con influencia regional y peso económico relevante, como México, tienen a su disposición mecanismos y resortes que, si se sabe cómo utilizarlos, pueden generar ambientes favorables a sus propósitos. Los panistas deben estar asombrados ahora de cómo los priístas parecen estar al frente de un México muy distinto al que ellos encabezaron por 12 años.

Sigue siendo el mismo México, claro está, que el que teníamos en noviembre. Pero se trata de crear efectos de percepción. México nunca ha estado cerca de convertirse en un Estado fallido. Quien sostiene eso no conoce Somalia ni el Congo. Hay retos importantes para la autoridad del Estado pero a nivel macro las cosas, pese a las 70 mil víctimas, siguieron funcionando con relativa normalidad. Sin embargo, en los medios internacionales se repitió una y otra vez durante los últimos años que México estaba precipitándose por el abismo de la desintegración nacional.

¿Cómo es que ahora, en 2013, todo lo que escuchamos de voces sumamente influyentes como el NY Times, el Financial Times, The Economist y casi todos los demás, es que México va que vuela hacia convertirse en una de las nuevas glorias de los países emergentes, justo en momentos en que otros, como Brasil, parecen desinflarse?

Es cierto que, por sus dimensiones y dinamismo, México ha venido avanzando y podría cumplirse la profecía que YA HIZO Goldman Sachs DESDE 2004, de que a mediados de siglo se convertirá en la quinta economía del mundo. En los famosos BRICS, México tenía un lugar asegurado. Esto no es sólo formulismos de grandes teóricos de la economía, hay política también. Pero ese pronóstico sobre México, que fue más o menos ignorado durante ocho años, sólo ahora se hace parte visible del bagaje colectivo de los inversionistas globales.

Los priístas están esforzándose por demostrar uno de sus grandes dichos: que por todos sus enormérrimos defectos, sus culpas históricas y su proclividad a la corrupción, ellos conocen el negocio de gobernar y pueden hacer las cosas. Esto puede o no aceptarse como parcialmente válido. Lo que cuesta más trabajo negar es que, en comparación, los panistas saltan como guisantes en aceite hirviendo para exhibirse como torpes e ineficientes, entre otras cosas en el manejo de la imagen pública.

Desde relaciones directas con los medios hasta acuerdos con organismos internacionales y, cómo no, con destacados gobiernos extranjeros: el PRI está utilizando todos sus recursos para cambiar la percepción que tiene México en el mundo. Como material de trabajo no ha ofrecido más que un llamativo pacto con otros partidos y reformas legislativas que aún son incipientes y que falta mucho para ver qué resultados dan: o sea, el gobierno alardea de lo que siguen siendo promesas. Pero se las han tomado por válidas y los observadores internacionales han llegado, incluso, al punto de darle un enorme –por silencioso– beneficio de la duda a Peña Nieto con respecto de lo que va a hacer en el plano de seguridad, donde todavía nadie tiene claro qué grandes planes hay.

El mayor ejemplo de que la estrategia de imagen de los priístas está funcionando estuvo en la visita de Obama y, de manera súperresumida en un importantísimo sound-bit, el de que “un nuevo México está emergiendo”.

Guau. ¿Esto es lo que Obama siente en el corazón o lo que el equipo de Peña Nieto negoció que dijera?

Porque prácticamente, Obama hace sentir que México está saliendo de la tenebrosa noche del panismo (en la que no dice qué pasaba pero se entiende que fue muy mala) a un amanecer cargado de futuro y de tono tricolor. No podemos ignorar la sintonía entre lo que Obama dice ver, un “nuevo México”, y lo que Peña Nieto dice representar, un “nuevo PRI”. O sea, Obama fue a México a validar el discurso oficial, apoyado en esa retórica que nos encandila desde hace una década, y ya de pasada, humilló a Fox, Calderón y los panistas al dejarlos atascados en una barranca del oscurantismo medieval.

Ni forma ni fondo es algo de lo que los panistas demuestren entender mucho. Al gobierno priísta le falta mucho para empezar a llegar al fondo, y todavía tendremos que ver si ese fondo es el que necesita el país o el que corresponde a sus viejos instintos. Pero en cuanto a forma, en el sentido de ganarse el aplauso exterior (hay que ver cómo algunos paleros no cesan de agitar la matraca, como cierto diario español líder), sí que están aplicando la máxima de su prohombre Jesús Reyes Heroles: “en política, la forma es fondo”.

Haber convertido a Obama en su súperpublirrelacionista de ocasión fue sacar la pelota del estadio. Y le van a sacar réditos, a nivel local como internacional (mientras los panistas se emberrinchan).

Después de la arrogancia maniática de Fox y su esposa, y de la intolerancia alcohólica de Calderón, dan ganas de voltear a reírse de ellos. Lo importante es lo que viene después, sin embargo. Hay que desear que estas exitosas maniobras de Peña Nieto sean para beneficio del país. Desearlo con las orejas de liebre erizadas en alerta. Porque nos sabemos nuestra historia. Y así como sentirnos mejor vistos en el exterior nos puede hacer sentir mejor internamente, y generar así la energía positiva que necesitamos para aprovechar nuestros potenciales, también puede llevar a propios y extraños a olvidar los graves problemas históricos de la nación, las disparidades, el atraso y la injusticia, así como a perder de vista las continuadas violaciones de derechos humanos y la ofensiva criminal, empresarial y política contra el periodismo independiente.

Obviamente, no se trata sólo de forma, de buena imagen. No nos hace falta casar con políticos a más actrices de telenovela, pues somos país, no agencia de encuentros. Lo que necesitamos es fondo y para eso, tenemos que presionar todos. A fondo.

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