
Un atentado en la Universidad de Siria deja 80 muertos. Foto: AP / Andoni Lubaki
En la lucha armada contra el régimen de Bashar al Assad empieza a ganar terreno Jabhat al Nusra, organización islamista radical vinculada con Al Qaeda y cuyo principal objetivo es establecer en Siria un Estado islámico. Sus tropas reciben financiamiento externo, tienen buen armamento y son eficaces en el terreno militar. Dos factores más explican su éxito: Su política de comunicación, que cautiva a la juventud opositora, y la torpeza de los países occidentales, cuya reticencia a canalizar ayuda a las organizaciones moderadas ha debilitado a éstas frente a los radicales.
ALEPO, SIRIA.- El viernes 11 la portavoz del Departamento de Estado en Washington, Victoria Nuland, celebró la toma de la base aérea militar de Taftanaz, la mayor victoria conseguida por los insurgentes sirios hasta el momento, destacó la “creciente fuerza de la oposición” armada y manifestó que la derrota gubernamental “es un golpe significativo que afecta el abastecimiento de las fuerzas del presidente Bashar al Assad en el norte”.
Sin embargo Nuland no mencionó que la ofensiva de meses contra la posición gubernamental fue dirigida, sostenida y consolidada por Jabhat al Nusra, milicia que Estados Unidos ha señalado como “organización terrorista” ligada a Al Qaeda.
Creada en noviembre de 2011, seis meses después del inicio del conflicto y activa desde febrero de 2012, esta organización ha tenido un ascenso meteórico; se convirtió en el grupo rebelde más destacado y en asociación con otras agrupaciones islamistas radicales –como Ahrar al Sham– intenta que la creación de un Estado islámico en Siria sea el objetivo primordial de la revolución.
Entre los diversos factores que contribuyen a su éxito –el financiamiento externo, su eficacia militar y la disciplina de sus tropas– hay dos que destacan, uno propio y uno ajeno: el primero es una certera política de comunicación que le permite conectar con el imaginario de la juventud opositora siria; el segundo es la torpeza de los países occidentales, cuya reticencia a canalizar ayuda a la oposición moderada debilita a ésta frente a organizaciones radicales, como Jabhat al Nusra.
Zona milenaria
Alepo es la segunda ciudad más grande del país y, desde hace seis meses, escenario de combates. Las cicatrices de la guerra pueden verse por todos lados, pero son mucho más atroces en lugares donde la línea del frente se ha estabilizado: calles y cuadras de edificios totalmente en ruinas, abandonados por sus habitantes.
El Casco Antiguo fue declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO y ha estado habitado ininterrumpidamente desde hace 6 mil años. Entre mezquitas, iglesias, baños tradicionales, palacios, jardines y fuentes, sus monumentos más recientes tienen 600 años. No son raros los de mil o dos mil años de antigüedad. Hoy son campo de tiro para la artillería gubernamental.
La Gran Mezquita Omeya, principal centro de culto erigido en el siglo VIII, sufrió un grave incendio cuando los insurgentes pelearon hasta arrebatársela a los militares que se atrincheraron en ella. Como represalia, poco después fue bombardeada.
“Tememos que ocurra lo mismo con el Castillo”, dice Fawaz al Absi, jefe de uno de los puntos de control establecidos por el opositor Ejército Sirio Libre (ESL) en los callejones del zoco (mercado) medieval.
Esa edificación está en la histórica ciudadela, conjunto arquitectónico protegido por una muralla, situado en una meseta que domina el Casco Antiguo. Con antecedentes que se remontan al tercer milenio antes de nuestra era y construido en su forma actual en 1200, se le considera uno de los castillos más grandes y viejos del mundo. “Podemos echarlos, pero será imposible no dañarlo. Y después los aviones de Assad lo harán pedazos”.
De manera que prefieren vivir bajo las miras de los francotiradores que desde las torres y puntos altos disparan contra todo lo que se mueve en un radio de dos kilómetros.
Hay que caminar poniendo toda la atención a los puntos que puedan quedar expuestos al Castillo: pegados a las paredes, a la izquierda o a la derecha, y cruzando las intersecciones a gran velocidad y en zigzag.
Bajo esa sombra ominosa conviven los milicianos de la katiba Shaheed Abedi (brigada mártir Abedi) del ESL. Es hora de comer y, haciendo gala de la afamada hospitalidad siria, invitan al corresponsal a compartir, introduciendo gordas hogazas de pan en una olla de ful, plato tradicional a base de habas.
Los milicianos están al lado de un muro de costales de arena a unos 50 metros de otro similar, tras el que se resguardan los soldados del régimen.
–¡Eh, Mohamed! –grita uno de los insurgentes de mayor edad. –¡Ven a comer ful, que Assad no te da de comer!
–¡Sí me da y no paso frío como ustedes, perros! –responden desde el otro lado.
–¡Pues no te dejaremos nada! –concluye el rebelde entre carcajadas.
Sin mediar pregunta, uno de ellos afirma, señalando a sus compañeros: “Éste es de Alepo. Éste también. Y éste. No somos de Pakistán ni de Afganistán. Somos islámicos pero no islamistas; creemos en un islam tolerante y moderado. Aquí no hay ninguno de Jabhat al Nusra”. Los demás lo apoyan. “En Alepo nadie los quiere. Ni en Siria”.
No es lo que se escucha en otras partes de la ciudad, donde incluso se han registrado manifestaciones con el lema “¡No queremos al ejército criminal! ¡Queremos al ejército islámico!”.