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Franja de Gaza: Tregua de cristal


Por Témoris Grecko / Barcelona (publicado en la revista Proceso 25-nov-2012)

Aterrorizado en su hogar de la ciudad de Gaza, el ingeniero mecánico palestino Ahmed al Arabi habló con Proceso vía telefónica, al mediodía del miércoles 21. Su barrio, Tel El Hawar, era uno de los que el ejército israelí ordenó evacuar a través de volantes arrojados por sus aviones antes de empezar una serie de bombardeos. “Esta lucha es temporal y al final ustedes volverán a sus casas”, aseguraban, sin precisar si lo que encontrarían serían escombros. “Si siguen estas órdenes, no recibirán daño alguno”.

Al Arabi se rehusó a obedecer. “Es todo lo que tenemos”, explicó. Pero fue un error. En una pausa entre ataques, clamó a este semanario por ayuda: “Tengo 8 hijos y mi mujer. ¡Sólo confiamos en que Dios permita que Hamás y (el presidente egipcio) Mohamed Morsi detengan a los israelíes”. Un año atrás, el interlocutor era un simpatizante del mandatario palestino Mahmud Abbás y del estadounidense Barack Obama. Eso cambió: “No pueden ni quieren defendernos, no son capaces de enfrentarse a (el primer ministro israelí Binyamin) Netanyahu. Sólo Hamás y Morsi pueden protegernos”.

Los hechos sobre el terreno indican una inmensa desproporción de fuerzas: el partido islamista Hamás, que controla la franja de Gaza, enfrenta con anticuados misiles y rifles automáticos a la aviación, la marina y los tanques enemigos. Sus milicianos disparan rogando a dios por que el proyectil caiga en una zona poblada de Israel, mientras que los drones israelíes sobrevuelan el pequeño territorio palestino identificando objetivos y las bombas golpean con abrumadora precisión. La cifra de víctimas mortales es más que elocuente: 160 palestinos, de los que 34 eran niños, y cinco adultos israelíes.

En la mesa, sin embargo, el balance es muy diferente. Netanyahu y su ministro de Defensa, Ehud Barak, amenazaron con que su ofensiva aérea daría paso a una devastadora invasión terrestre, a lo que la parte aparentemente más débil, Hamás, respondió presentando exigencias para aceptar un alto al fuego: que Israel suspendiera los bombardeos y su política de asesinatos marcados, así como que levantara el bloqueo terrestre, marítimo y aéreo de Gaza. Netanyahu, que demandaba que Hamás dejara de lanzar cohetes 48 horas antes de parar sus aviones, concedió lo que le pedían.

Las negociaciones, además, no se llevaron a cabo de la manera tradicional, con la mediación de Washington: la secretaria de Estado Hillary Clinton acudió para ejercer presión, pero el proceso se realizó en El Cairo y el control estuvo en manos del presidente Morsi. “Ésta fue la primera crisis en el nuevo escenario que ha creado la Primavera Árabe”, afirma el analista político egipcio Amr Madiani. “Para todos los actores, se trata de una prueba para sondear a los demás. Y si es posible que Netanyahu y sus socios obtengan los beneficios electorales que buscaban al provocar esta escalada [en octubre, el primer ministro israelí adelantó un año los comicios de su país, que tendrán lugar el 22 de enero; esta coyuntura crítica se abrió el 21 de noviembre, cuando uno de sus aviones asesinó al jefe militar de Hamás, Ahmed Jabari], han comprobado que Egipto tiene voluntad de jugar un papel bastante más comprometido, influyente, con cierta independencia de Estados Unidos. A diferencia de [el dictador derrocado Hosni Mubárak], para Morsi es vital hacer sentir a su pueblo que sus sentimientos se reflejan en su gobierno”.

Otro ganador, continúa Madiani, es la propia Hamás: su rival, preferido por Washington y los israelíes, el presidente Abbás del partido Fatah, “sale muy debilitado, mostró su incapacidad total, mientras que Hamás volvió a aparecer como campeón de los palestinos al bañar a Israel con una lluvia de cohetes, poco eficaz pero impresionante, y volvió a hacer sonar las sirenas en Tel Aviv y Jerusalén, después de 40 años. A los israelíes les llegó un inquietante mensaje con el autobús que estalló, sin dejar muertos: el de que los palestinos pueden volver a golpear en el corazón de Israel, y si lo desean, volver a matar”.

EL SHOW DE HAMÁS

Desde Gaza fueron disparados 1,506 cohetes, de los que sólo unos cuantos lograron golpear en zonas habitadas. Apenas hay imágenes de estructuras dañadas. En cambio, el ejército israelí, según su parte de guerra, destruyó 1,500 “sitios terroristas”. La infraestructura que sostiene la vida cotidiana en Gaza quedó hecha trizas: edificios de gobierno, cuarteles de Hamás, estaciones de policía, un puente vital que une el norte con el sur, los sistemas de electricidad y agua potable… Pasará mucho tiempo antes de que los habitantes vuelvan a la normalidad previa a la crisis.

Sin embargo, tras el cese al fuego, que entró en vigor a las 21.00 hora local del miércoles 21, las calles de Gaza y de las ciudades palestinas de Cisjordania se llenaron de gente con banderas de Hamás que celebraba lo que llamó “victoria”.

El partido islamista brindó un espectáculo durante los ocho días de combate: un torrente ininterrumpido de misiles por el cielo que trazaba estelas de luz en las noches y de humo blanco en el día; el aullido de sirenas en Tel Aviv y Jerusalén, por primera ocasión desde los años 70; y un temible aviso en forma de bomba en un autobús que provocó 16 heridos, el miércoles, en Tel Aviv: muchos israelíes daban por hecho que los tiempos de los atentados de terroristas suicidas desesperados se habían acabado; éste, sin embargo, no requirió ni auto-inmolación ni muertes para dejar su mensaje.

En Cisjordania, la parte más grande de las dos que conforman los territorios palestinos, controlada por el presidente Abbás y su partido Fatah, “se acabó todo atisbo de crítica contra Hamás, uno parecería traidor si la hiciera”, dice Issam Abu Rabia, un activista palestino de la ciudad de Ramallah.

“Estoy contra Hamás porque soy un demócrata y soy laico”, reflexiona desde Gaza Talal Okal, un dirigente retirado del Frente Popular para la Liberación de Palestina. “Pero hemos recibido una lección: que la resistencia frente a Israel llega más lejos que la negociación. (El presidente palestino) Mahmoud Abbás rechazó la violencia y nos comprometió con la negociación, y no ha conseguido nada. Hamás no nos ha hecho más fuertes que Israel, pero ahora quedamos en mejor posición para negociar”.

ROMPER EL AISLAMIENTO

Las encuestas tienen por delante señalar qué tal le salió la jugada al primer ministro israelí. Netanyahu sabe que una guerra que dijo haber ganado su antecesor, Ehud Olmert contra el partido Hezbollah en Líbano, en 2006, provocó que la popularidad del mandatario cayera del 86% al 3% en menos de un año y que su partido Kadima fuera batido en las elecciones.

“Esto dista mucho de ser lo que Bibi (por Binyamin Netanyahu) creyó que resultaría”, afirma Aarón Riel, politólogo del Instituto Van Leer de Jerusalén. “Él escogió provocar la crisis al ordenar la eliminación de Ahmed Jabari. Pensó que humillaría a Hamás, que el pueblo israelí cerraría filas con él y que lo premiaría con una gran victoria electoral. Su ofensiva llegó a tener un 90% de apoyo en los sondeos, pero, ¿cómo explica ahora que ha dialogado con quienes llama terroristas, que ha aceptado sus condiciones y que abrirá las fronteras de Gaza? Tiene que responder, además, por el inmenso desastre de seguridad que representa que hayan podido hacer explotar una bomba en Tel Aviv. Y por las sirenas en Jerusalén”.

Muy pronto se vio que las cosas no estaban saliendo como Netanyahu quería. En su blog Pomegranate, sobre asuntos de Medio Oriente, la revista The Economist advirtió el martes 20 que seguir adelante podría costarle demasiado caro al primer ministro y a su país. Ya la guerra de Olmert en Líbano le había hecho perder a Israel a un importante aliado regional, Turquía, y una ofensiva terrestre sobre Gaza podría provocar lo mismo con Egipto, el país que, por los tratados de Camp David de 1977, ha asegurado su frontera sur y le ha facilitado al Estado judío gozar del periodo de paz más prolongado de su historia. El semanario británico también advirtió que la resistencia de Hamás estaba provocando furor en Cisjordania y que empezaban a producirse protestas que pronto podrían salirse de control. Y señaló que los combates ya estaban sacudiendo las grandes ciudades israelíes, cuyos habitantes, a quienes no preocupa mucho lo que ocurra con Gaza, “podrían culpar a Netanyahu por echar a perder la calma”.

Hamás, por otro lado, no tardó en vanagloriarse de que los ataques israelíes habían causado el paradójico efecto de romper el aislamiento internacional de Gaza, que recibió por primera vez la visita de una serie de importantes dignatarios extranjeros: el primer ministro egipcio, Hisham Kandil; los ministros de Exteriores de Turquía, Ahmet Davotoglu, y de Túnez, Rafik Abdesleem; y una delegación de la Liga Árabe. El líder del Politburó de Hamás, Jaled Meshal, condujo las negociaciones en El Cairo y se sentó con representantes de los poderes regionales, Turquía y Egipto.

“Nunca antes Hamás había gozado de tal reconocimiento”, señala el egipcio Madiani. “Después de tantos años de sufrir rechazo y marginación, ahora fue aceptada en sociedad”.

NUEVO TABLERO

Pese a sus celebraciones, el partido islamista también está teniendo que adaptarse al nuevo escenario surgido de la primavera árabe. Sostenido tradicionalmente por Irán y Siria, el conflicto en este último país lo ha forzado a cambiar de bando para alinearse con sus correligionarios de secta suní, que están en el lado rebelde contra los alauíes-chiíes del régimen de Bashar al Assad. En cambio, Hamás depende ahora del apoyo de los Hermanos Musulmanes del presidente egipcio Morsi, de los suníes del emirato de Catar, que está empleando sus vastos recursos procedentes del petróleo para favorecer a sus aliados, y de Turquía. Aunque cada una de estas potencias regionales impulsa políticas guiadas por intereses propios, todos son aliados de Washington y, al contrario de lo que hacían Irán y Siria, presionarán a Hamás para que se flexibilice frente a Obama.

Egipto necesita a Estados Unidos, país que le otorga ayuda militar anual por mil 300 millones de dólares y del que espera asistencia para reconstruir su maltrecha economía. Al mismo tiempo, Morsi tiene que demostrarle a su base política islamista y a su pueblo que es diferente de Mubárak “y que sale en defensa de sus hermanos árabes suníes”, dice Madiani.

Era una “maniobra difícil y delicada”, continúa el analista, pero por esta ocasión, el presidente egipcio es “uno de los ganadores, porque le salieron las cosas bien: no hizo enojar a Obama y ante su gente quedó como un héroe que les habló con firmeza a los israelíes, al decirles que Egipto no aceptaría una ofensiva terrestre”, y que controló las negociaciones. “Los egipcios lo sienten como justicia histórica”, señala Madiani. “Estados Unidos siempre ha jugado como juez y parte, al ponerse abiertamente del lado de Israel y al mismo tiempo imponer su mediación, como si fuese neutral. Ahora, Egipto hizo exactamente lo mismo, pero del lado palestino”.

El conflicto continuará, por supuesto. Minutos después del cese al fuego, las partes comenzaron a discutir sobre qué fue lo que realmente acordaron. Una cláusula del pacto, difundida por AFP, dice: “Abrir los pasos fronterizos y facilitar el movimiento de personas y la transferencia de bienes, y abstenerse de restringir los movimientos de los residentes”. Los israelíes aseguran que eso no significa levantar el bloqueo sobre Gaza. Hamás dice que sí. El tablero de Medio Oriente, en todo caso, ya es otro.

 

 

 

 

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