El autobús es un buen medio para conocer el territorio. En algunas ocasiones, sin embargo, puede resultar algo excesivo.
Columna Fronteras Abiertas, de Témoris Grecko
Publicado en National Geographic Traveler Latinoamérica, julio de 2012
“No te preocupes, nosotros te vamos a proteger”, me dijo Emmanuel. Sonó genial. Se trataba de tres nigerianos de la tribu ibo, que irían en el mismo autobús que yo en un duro viaje, y a quienes sin lugar a dudas me convenía tener de mi lado y no del contrario, por si las moscas. En particular a Emmanuel, un jugador de futbol profesional alto y con bíceps bien desarrollados.
Habían dicho 12 horas de recorrido desde Dakar, la capital de Senegal, hasta Bamako, la de Malí. En África Occidental (como en casi todo el continente), sin embargo, hay que dar por hecho que las cosas serán más complicadas de lo previsto, así es que estaba preparado para una aventura más larga… tal vez mucho más larga. “Hasta 24 horas podríamos tardar”, pensé.
Las condiciones creaban, además, la posibilidad de roces entre los miembros del denso grupo humano que nos apretaríamos en un viejo vehículo que debe haber ofrecido aire acondicionado hacía unos 40 años, cuando era nuevo, pero que ahora sólo conservaba de aquello las ventanillas selladas. Sólo tendríamos cuatro entradas de aire: dos puertas y dos escotillas superiores. Pero estas últimas estaban bloqueadas por kilos de cajas, maletas, cofres, cabras y gallinas atados en el techo, y la portezuela de atrás no abría… en el fuerte calor del Sahel, los 60 o 70 pasajeros amontonados éramos como cochinillos al baño maría. Y eso incluía bebés con pañales que se ajustan muy bien a la etiqueta de reciclables… siempre que haya agua, jabón y un recipiente para lavarlos. Lujos que sólo podíamos soñar.
El drama es lo normal en esa región. La gente se entusiasma con intensidad y de esa forma ama o discute. Cosas pequeñas se convierten en asuntos de primer orden. En una de las múltiples veces en que se descompuso el autobús, una mujer entregó su botella de agua para enfriar la máquina. Después, desde el fondo del carro, empezó a gritar que la quería de vuelta o que le dieran los 500 francos CFA (80 centavos de dólar) que valía. Los conductores le ofrecieron llenar su botella con el agua aparentemente potable del tanque del que ellos bebían, pero la dama la quería nueva o pagada. Fueron horas de gritos de ida y vuelta.
Así se sucedían los conflictos de diversos tamaños. Yo me acordaba de anglosajonas que me habían dicho que les costaba navegar la densidad dramática de los latinos, y ahora sentía que por fin entendía sus sentimientos. Y el viaje se alargaba: hicimos paradas inexplicables que duraron horas, el tráfico era pesadísimo, las carreteras dolían de tanto tumbo, las nueve de la mañana se hicieron nueve de la noche, y las 12, y llegamos a la frontera a las 3 AM… cuando estaba cerrada y hubo que esperar a las 9 para que abrieran. ¡Ya 24 horas y apenas estábamos entrando en Malí!
Lo bueno era que yo contaba con la protección de Emmanuel y sus amigos… ¿o no? La gente me trataba muy bien, pero los pobres chicos la estaban pasando muy mal. Nigeria es el país más poblado de África y sus poderosas redes criminales les dan mal nombre a sus compatriotas, tal como sucede dentro de América Latina con otras nacionalidades. Los ibos son, además, cristianos y anglófonos, y cruzábamos regiones musulmanas de habla francesa.
A mis amigos los trataban a patadas. Los agentes de migración los retuvieron con pretextos y, cuando el resto de los pasajeros habíamos salido del recinto, los amenazaron con quitarles los pasaportes, los trataron de expulsar a empujones tras sus débiles protestas, y finalmente los obligaron a darles dinero … como tantos otros en el camino, desde cargadores hasta jefes de nunca se supo qué.
A falta de tren, el autobús es un buen medio para conocer el territorio. En algunas ocasiones, sin embargo, puede resultar algo excesivo. Se hicieron 30 horas, 33, 36… y el suplicio no terminaba. Al final fueron 44 horas de viaje. Me dejaron en Bamako en la madrugada del 24 de diciembre. Yo estaba muy contento de haber llegado, al menos a tiempo para pasar navidad allí. Pero cuando vi a mis fornidos protectores, me dieron ganas de llorar por ellos: tenían que seguir hasta Nigeria en el mismo vehículo… cinco países más, ni siquiera podían imaginar cuántos días faltaban… pasos de frontera, extorsiones, malos tratos… ya no tenían plata. No quisieron aceptar lo que les ofrecí para que compraran comida.
Una semana después, recibí un correo-e de Emmanuel. Aunque no daba detalles, decía que habían llegado. Completos, según parece. “Protegerte en nuestro largo viaje fue una promesa cumplida” escribió. “¡Qué bueno que estábamos allí contigo!”
RECUADRO
El Sahel es una franja de tierra de 5,400 kilómetros de largo que cruza el continente africano, separando el desierto del Sáhara de las selvas tropicales. Es sumamente árida, con temperaturas de 40 grados y más.