Por Témoris Grecko (publicado en Proceso, 19-feb-2012)
Siria no es Libia ni febrero de 2012 es marzo de 2011. Los grandes actores políticos internacionales discuten ahora qué hacer ante la constatación de esa realidad, algo que quedó más que claro cuando el veto de Rusia y China descarriló una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, por más que había sido aligerada en sus críticas al régimen de Bachar el Assad y ni siquiera pedía su renuncia.
¿Invasión extranjera sin aprobación legal? ¿Armar y entrenar un ejército rebelde? ¿Creación de zonas seguras y corredores humanitarios? ¿Insistir en el diálogo entre los opositores y el gobierno que los extermina?
Ninguna de las opciones parece capaz de detener la creciente violencia ni de producir un resultado que genere estabilidad en el corto plazo. Peor aún: mientras más pasa el tiempo, aumentan las posibilidades de que el conflicto degenere en una guerra civil entre las distintas sectas religiosas y grupos étnicos de Siria, al estilo de la que destruyó Líbano entre 1975 y 1990.
“La situación en Siria se está convirtiendo en el escenario más pesimista de todos”, dice a PROCESO Robert Grener, exagente de la CIA por 27 años (fue director de su Centro de Contraterrorismo de 2004 a 2006) convertido en analista político, “un escenario en donde nadie gana y todos pierden. Tanto en Siria como más allá”.
Así se refiere Grener a las implicaciones que tiene el conflicto para actores internacionales, ya que, por si hacía falta complicar las cosas, la vital posición estratégica de Siria la convierte en un espacio de confrontación entre potencias extranjeras rivales: Estados Unidos, Irán y sus aliados, Turquía, las monarquías del Golfo Pérsico, Israel e incluso Al Qaeda. En comparación, el conflicto de Libia parece poca cosa.
ATAÚDES INSUFICIENTES
El jueves 16, la Asamblea General de la ONU se pronunció mayoritariamente por condenar al régimen de Al Assad y de exigir su reemplazo, con base en la matanza que ha realizado de sus propios ciudadanos, que ya se eleva por encima de los 7 mil muertos en 11 meses, según cálculos del organismo mundial. La decisión es un recurso alternativo ante el bloqueo ruso-chino en el Consejo de Seguridad, que se materializó en su reunión del 4 de febrero.
Los efectos de la declaración de la Asamblea se limitan al ámbito político –evidenciar una vez más el aislamiento del gobierno sirio—, porque sólo las resoluciones del Consejo son de cumplimiento obligatorio.
Es la situación contraria a la que se tuvo con Libia el 19 de marzo de 2011, cuando rusos y chinos se abstuvieron de votar y el Consejo de Seguridad aprobó la imposición de una zona de exclusión aérea y ataques sobre las fuerzas libias de Muamar Gadafi.
Sobre el terreno, además, las cosas también eran muy distintas: Libia es un país de sólo 6 millones de habitantes y prácticamente unidimensional, con las ciudades y las acciones militares pegadas a la línea de costa y sin grandes cordilleras. Siria, en cambio, tiene una población cuatro veces superior (23 millones) distribuida irregularmente en un ancho espacio tridimensional de zonas montañosas y desiertos.
La oposición libia, además, estaba unificada en el Consejo Nacional de Transición y poseía un control consolidado de centros urbanos y territorio, en tanto que la siria está muy dividida entre dos agrupaciones paraguas (el Consejo Nacional Sirio y su rival, el Buró Nacional de Coordinación) que tienen poca autoridad frente a una multitud de comités de coordinación local, así como sobre varias milicias que tampoco se ven con buenos ojos entre sí ni aceptan integrarse al Ejército Sirio Libre.
La incapacidad de las fuerzas gubernamentales de mantener su dominio sobre el territorio les ha dado cierta libertad de movimiento a los grupos opositores, lo que se ha hecho más evidente desde principios de febrero, en que empezaron a introducir clandestinamente a periodistas para llevarlos desde la frontera de Líbano hasta la ciudad de Homs, a 40 kilómetros. Esto sigue quedando lejos, sin embargo, de una auténtica superioridad territorial y las zonas urbanas y rurales de predominancia opositora están expuestas a las incursiones punitivas de los carros blindados del ejército.
Existe, además, el riesgo de guerra de sectas. “El juego cínico de Assad ha funcionado bien”, explica Robert Grener, “la minoría alauí (10% de la población, a la que pertenece el presidente) no encuentra más alternativa que seguir apoyando al régimen, ante el temor de la venganza de una oposición dominada por los suníes (75% de los sirios)”.
La alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, declaró el lunes 13 que “el fracaso del Consejo de Seguridad para consensuar una acción firme colectiva ha envalentonado al Gobierno sirio para lanzar un asalto sin cuartel con el objetivo de aplastar a la disidencia con una fuerza sobrecogedora”. Desde el 3 de febrero (cuando se cumplió el vigésimo aniversario de la represión brutal contra un alzamiento en la ciudad de Hama, que dejó 20 mil muertos y arrasó el casco viejo de la población), el ejército sirio ha escalado la violencia hasta niveles sin precedentes, bombardeando barrios residenciales. Las cifras de víctimas, que se mantenían en un promedio de 20 al día, han crecido a más de 50 por jornada, según datos de los comités de coordinación local.
Como complemento a su ofensiva armada, el gobierno lanzó otra de carácter político: para demostrar su voluntad de reforma, redactó una constitución y llamó a un referéndum para que el pueblo la valide. Aunque no la conozca: la convocatoria a votar fue emitida el miércoles 15, y el proceso se desarrollará el domingo 26: los sirios tienen sólo 11 días para estudiar el articulado y decidir si lo aprueban.
Tampoco tuvieron oportunidad de escoger a quienes la elaboraron. En el sitio web Gulf News, el periodista sirio Sami Moubayed señaló que “de todas las constituciones que hemos tenido desde 1920, sólo la que impuso el padre de Al Assad, en 1973, y la que quieren imponer ahora, no fueron escritas por asambleas electas, sino por comités nombrados a dedo”. Los cambios, en todo caso, “son muy pocos y llegan muy tarde. En marzo de 2011, una nueva constitución hubiera podido calmar la ira popular. Pero el ánimo es muy distinto ahora”.
Y muchos están dispuestos a sufrir por ello: “No pedimos del mundo nada más que ataúdes, porque no tenemos suficientes para todos nosotros”, tuiteó el usuario opositor Browser, desde Homs, el 5 de febrero.
JUGADORES
Las razones del interés mundial son más claras en Siria que en Libia: su posición estratégica en el cruce entre tres continentes le ha otorgado históricamente un rol vital y la ha convertido en sede de grandes imperios. En nuestros días, está en el centro de una zona extremedamente compleja, que involucra el Mediterráneo Oriental, el Golfo Pérsico y el Canal de Suez; a y Irán, Turquía, Egipto e Israel. Todos estos países, por lo tanto, se juegan intereses importantes en esta crisis. Detrás de ellos, vienen las grandes potencias, Estados Unidos, Israel y la disminuida Francia.
Además de Al Qaeda, que busca maneras de recuperar relevancia después de que el carácter moderado de las revoluciones de Egipto, Libia y Túnez la marginaron políticamente, y de que los drones de Estados Unidos diezmaron a su liderazgo. Ayman al Zawahiri, sucesor de Osama bin Laden al frente del grupo terrorista, pidió a los musulmanes en general unirse a la lucha contra “el carnicero Al Assad”, pero oponiéndose también a los gobiernos árabes y a las potencias occidentales.
Para Irán, que hasta ahora se había visto beneficiado por las desastrosas intervenciones estadounidenses en Afganistán y, sobre todo, Irak, Siria es un aliado clave para sostener su influencia en el llamado arco chií, que se extiende a través de tierras iraquíes y hasta Líbano, donde opera su milicia cliente, Hezbollah. Por lo mismo, la caída del régimen sirio favorecería las intenciones estadounidenses e israelíes de presionar y –de ser posible— hacer caer la república islámica iraní o por lo menos detener su programa nuclear.
La principal base política de la familia Al Assad es la secta a la que pertenecen, la minoría alauí, formalmente adscrita a los chiíes. Frente a ellos, Turquía quisiera presentarse como campeón de la mayoría suní, al igual que los reinos del Golfo Pérsico, Qatar y Arabia Saudí. Egipto encuentra razones en su deseo de conservar su primacía histórica en el mundo árabe, frecuentemente disputada por Siria.
Por último, Siria es el único aliado que le queda a Rusia en Medio Oriente, heredado de la época en que Hafez al Assad, el difunto padre de Bachar, tomó y se consolidó en el poder con apoyo soviético, en 1970. En ese país, además, está la única base naval de Moscú fuera de territorio ruso, la de Tartus. Y los sirios son compradores de armas rusas, como 550 millones de dólares en aviones de combate que adquirió en enero.
SIN SOLUCIONES
Los enemigos del régimen de Al Assad dan por hecho que va a caer eventualmente, enfrentado a su pueblo y debilitado por las sanciones económicas (las reservas del banco central, que estaban en 20 mil millones de dólares hace un año, han caído en dos terceras partes, según estimaciones de The Economist, mientras que su moneda, la libra siria, se ha devaluado en 50%, la industria turística ha desaparecido y las exportaciones de petróleo casi se han detenido).
“El régimen de Al Assad va a pelear hasta el fin, pero la naturaleza de tal fin no estás en duda”, dice Grener. “Las últimas imágenes de Bachar serán como las de Gadafi”. Mientras esto ocurre, la violencia continuará.
Cinco expertos que participaron en el foro en línea “Syria: what can be done?”, organizado por el diario británico The Guardian el sábado 11, resumieron la impresión general: para resolver el conflicto, no hay soluciones rápidas ni claramente positivas. Tras examinar las diferentes alternativas, la conclusión fue que todas apuntan al mediano plazo sin impedir el derramamiento de sangre ni desechar una guerra sectaria.
“Una invasión de Siria sería otro desastre tipo Irak o Afganistán”, afirmó Seumas Milne, columnista del diario, “que llevará a una catastrófica pérdida de vidas, desatará una guerra de guerrillas de larga duración y atraerá grupos armados de países vecinos para combatir otra ocupación militar occidental de un estado musulmán”.
La creación de una zona segura vendría seguida por una escalada militar, según advirtieron dos de los ponentes: Abdel Bari Atwan, director del periódico panárabe Al Quds Al Arabi, explicó que “Siria lo interpretaría como una declaración de guerra y atacaría”. Shashank Josh, investigador de la Universidad de Harvard, adelantó que la zona tendría que crecer hasta convertirse en “una intervención total en áreas densamente pobladas, o no sería segura para nada”.
Los participantes señalaron que ya hay apoyo militar extranjero: Rusia le da armas al régimen, e Irán le presta asesores, mientras que Qatar y Arabia Saudí transfieren armas a los rebeldes. Coincidieron en que esto último dista de ser suficiente para que los 15 mil hombres del Ejército Sirio Libre derroten a los 200 mil soldados de Al Assad, y que se corre el riesgo de que las milicias hagan algo parecido a las de Libia, “con asesinatos, saqueos y torturas a cargo de los rebeldes que armamos y equipamos”, como sostuvo Mehdi Hasan, editor de la revista The New Stateman.
El diálogo gobierno-oposición, finalmente, pareció irreal tras un año de matanza. “Dada la naturaleza sádica del régimen, cualquier acuerdo que deje a Assad en el poder es peor que una pérdida de tiempo”, dijo Michael Weiss, director del centro de investigación Just Journalism, “es un insulto al pueblo sirio”.