La invasión de baratijas nos obliga a buscar la autenticidad
Columna Fronteras Abiertas, de Témoris Grecko
Publicado en National Geographic Traveler Latinoamérica, enero de 2012
Desde hace un tiempo, cuando hablo de mi “ex” me refiero a una Aussie (australiana) magnífica a quien un día fui a visitar a su tierra natal. Me recibió con una caja a la que le puso la etiqueta “Aussie kit”: mapas, un librito de modismos australianos, bolígrafos con forma de canguro, koalas de peluche y… ¡Oh! ¡Un búmerang! ¡Primera vez que tenía uno en mis manos!
Fue a esta novedad a la que le atribuí que, por más que lo lanzaba, no lograba hacerlo regresar. Vamos, ni siquiera llegar muy lejos. Por error, lo arrojé hacia un pájaro y me asusté por pensar que le iba a dar: sin mover ni la cola, el ave de plumaje rosa y azul observó el objeto dar un extraño giro y pasar a unos centímetros de mi ex, a quien sólo entonces se le quitó la risa.
Era mi falta de habilidad, dijo en tono un poco alto. Al rato, sin embargo, reconoció que tal vez ni un experimentado aborigen australiano podría haberlo hecho funcionar. “Ni siquiera se hubiera molestado en arrojarlo”, aseguró. La explicación estaba en la parte posterior del búmerang: “Made in China”, decía.
Era una imitación barata. Como los ositos, los bolicanguros, los planos y hasta el cuadernillo de australianismos: el típico “gud’day mate” se había convertido en “gedey mete” en su versión cantonesa.
La verdad, nunca me ha angustiado saber que a Microsoft y a Dior les piratean el software y las bolsas. Siento otra cosa cuando recorro países donde encuentro que las artesanías locales han sido reemplazadas por baratijas. Ayer pasé por el mercado de Jan el Jalili de El Cairo y me impresionó ver lo bien que los malpagados trabajadores del seudo-comunismo chino replican la caligrafía árabe y los versos del profeta Mahoma sobre papiros del río Yang Tse.
En la medina de Marrakesh, un artista me explicaba que sus pinturas eran obras propias, “no son como casi todas las que se venden por aquí, traídas de Guanzhou”. En Venecia me ofrecieron cristales “de Murano” originalmente pagados en yuanes renminbi, y góndolas de plástico marcadas con bellos ideogramas orientales. Incluso en México, una estadounidense que quiso redecorar su casa en Los Ángeles con muebles rústicos tradicionales descubrió-ya tarde- que le hubiera resultado más baratos importarlos directamente de Hong Kong.
Es cierto que vivimos en una época en la que experimentamos un proceso de homogeneización. La industria cultural de Estados Unidos ha exportado con éxito apabullante el estilo gangsta creado en callejones californianos por jóvenes negros y latinos: la moda llega a personas de prácticamente todo el planeta, desde el monte Fujiyama hasta el Kilimanyaro y el Aconcagua, y desde el Mar Muerto hasta el desierto de Atacama y el Kalajari namibio.
Lo que he podido constatar, sin embargo, es que se trata de un proceso hasta cierta medida superficial, bajo el cual subsisten con buena salud las energías y las actitudes que a lo largo de milenios crearon las identidades locales.
Me parece que a veces se subestima la fuerza de las distintas culturas. No he visto una asimilación resignada de lo que se recibe, sino una toma selectiva de influencias y una reinterpretación libre de las mismas: no nos convertimos en raperos simplones y miméticos, sino en raperos Bollywood, raperos rancheros, raperos tuaregs y raperos islámicos. O incorporamos elementos que enriquecen los ritmos locales y otras expresiones de lo que siempre hemos hecho, y que tiene que cambiar: es falso que exista pureza en la cultura, su naturaleza es mezclarse, y recrear además de crear, no debe ser estática, ni podría.
Lo que ocurre con las imitaciones baratas, sin embargo, es otra cosa: no es una representación, sino una suplantación con objetos de producción masiva, carentes de calidad y significado.
Hay una parte positiva en ello: como en otros aspectos de los viajes, si queremos autenticidad en las artesanías que adquirimos, esto nos obliga a buscar la forma de acercarnos a las personas comunes que las fabrican (y ayudar con nuestra compra a que subsistan junto con sus oficios, porque seres humanos como el pintor de Marrakesh son las principales víctimas de esta ola de baratijas) y conocer, en general, los sitios que visitamos de una manera que no permiten los viajes organizados y/o apresurados.
Como mi ex constató, regalar búmerangs “Made in China” pudo haber sido peligroso para la salud. Su salud. Por eso creo que al nuevo novio sólo le regala artesanías de verdad. (Y él debe pensar que es por pura sensibilidad cultural.)