¿VOTAR EN BLANCO O VOTAR POR QUIÉN Y POR QUÉ?
Un ciudadano mexicano de izquierda ante las elecciones de 2012
Muchos mexicanos sentimos que vivimos en una democracia que está fuera de nuestro control, que a pesar de que el propósito de este sistema es canalizar nuestra participación en la toma de decisiones, esto no ocurre así porque está secuestrado por partidos políticos corruptos que no consideran nuestra voluntad. Esto se llama crisis de representación: los políticos y sus organizaciones no nos representan.
Vienen elecciones, se definen candidaturas presidenciales y nos preguntamos, ¿qué podemos y debemos hacer? La primera cuestión es si debemos abstenernos o votar en blanco.
PARTICIPAR
Algunos militantes de los partidos nos recuerdan que eso significa renunciar a nuestro derecho a participar en las decisiones. Tienen razón. Pero, ¿qué pasa si de todos modos votar no nos permite participar en las decisiones? Nos regañan, además, porque no votar o votar en blanco significa no comprometerse, no aportar. ¿Es culpa de los ciudadanos, entonces, que no existan alternativas que nos convenzan? De quién es la tarea de motivar el voto, ¿de los que lo necesitan o de los que lo tienen que ejercer? ¿No están tratando de voltearnos la sartén, no les disparan los patos a las escopetas?
Es como si nuestra obligación fuera votar, sea lo que fuere que nos prometan. Es como en el consumismo, donde los vendedores quieren que creamos que nuestra obligación es comprar, sea lo que fuere que nos ofrezcan. Pero no es cierto. Si no hay un producto que yo necesite, lo siento pero no compro.
Admitamos, está bien, que la participación democrática es algo que necesitamos y lo mejor sería votar. Yo no deseo sumarme a la promoción de la abstención ni del voto en blanco, porque no siento que nos lleven a ningún lado. Así es que les digo, vale, estoy dispuesto a dejarme convencer si construyen una alternativa interesante
ELEGIR
Viene entonces la segunda cuestión: si decidiéramos votar, ¿por quién lo haríamos?
Entre aquellos que nos consideramos de izquierda, el desencanto con nuestra democracia se extiende imparable. Como ocurre en España, en Estados Unidos, en Chile, en Grecia y otros sitios. Los principales preocupados, naturalmente, son los partidos que dicen representar a la izquierda. El ejemplo español es muy elocuente: los llamados “indignados” no son un mosaico de toda la sociedad española, sino que pertenecen principalmente a sectores afines a la izquierda, y su deserción en los dos procesos electorales de este año provocó un desfonde histórico del Partido Socialista.
Así es que resulta natural que los primeros en demandar nuestro voto sean los simpatizantes del recientemente pactado candidato “de la izquierda”, además de algunos que no son sus simpatizantes pero señalan la importancia de apoyar a la izquierda. Si no votamos por él, dicen, se prolongará el reinado nacional de la derecha corrupta o, en el caso de la Ciudad de México, será entregada a la derecha.
Eso es tratarnos como a votantes cautivos, cuya opinión no importa, sólo su voto.
Así no van a convencer a muchos. En primer lugar, porque a la gente no le gusta sentirse chantajeada ni manipulada. Mi voto no lo tiene nadie garantizado. Si lo quieren, tendrán que hacer un esfuerzo para explicarme y convencerme. Como a tantos otros ciudadanos. En segundo lugar, porque para una mayoría de electores, los conceptos “izquierda” y “derecha” son cosas vacías, sólo se sentirán motivados por quienes presenten propuestas valiosas.
Eso es especialmente importante al considerar que ese candidato es sostenido por partidos que generan un enorme sentimiento de vergüenza. El PRD, por ejemplo, desde su primera elección interna hasta la última, de hace unos días, se ha esforzado tenazmente en demostrarnos lo corruptas, mentirosas y traicioneras que son las corrientes que lo integran. Jamás se han cansado de exhibirse, de solazarse revolcándose en el chiquero frente a todo el mundo. Por no hablar de muchas de las candidaturas que presentan, incluidas las de famosos asesinos de perredistas.
Al PT y de Convergencia, ahora oportunamente renombrada “Movimiento Ciudadano”, no podrán jamás lavarles la imagen: siempre han sido membretes de grupúsculos corruptos cuya única motivación han sido el poder y el financiamiento público.
Al presentarse como flamante candidato, con el reconocimiento que le brindaba Ebrard (ése fue uno de los escasos momentos en estos años en los que la izquierda electoral optó por el honor y el sentido común –me pregunto si hubiera ocurrido lo mismo en el caso de un resultado diferente), AMLO se presentó como candidato “del PT, PRD y Movimiento Ciudadano”: no puso al partido más grande primero, al partido del que fue presidente, sino al PT. ¿Quiere hacernos creer que el partido creado por Carlos Salinas de Gortari es de pronto limpio y digno? No lo va a conseguir. El único mérito que podría ganar el PT es desplazar al PRD y convertirse en primer partido de la izquierda, como lo sugirió la forma en que los enlistó AMLO. Y fue precisamente para eso que lo creó Salinas.
Si quieren conseguir mi voto y el de muchos mexicanos como yo, López Obrador y sus seguidores tendrán que hacer algo mucho mejor que espantarnos con el petate de la derecha o salir a regañarnos y a gritarnos. Muchos de los simpatizantes de AMLO tienen una actitud de indignados: reprochan, reclaman, exigen. Esto puede serle útil a un movimiento sin forma ni programa, enfocado en la resistencia y el rechazo, como los que ahora tienen protagonismo en el mundo.
La indignación, sin embargo, no gana votos. Los pierde, los rechaza, los asusta. Quien aspira a ganar el poder debe asumir una actitud propositiva, constructiva y creativa.
Admitamos, sin embargo, que una alternativa de izquierdas es algo que necesitamos y lo mejor sería apoyar a la que ha surgido. Si no apoyo a los partidos corruptos de izquierda, mucho menos a los de derecha, que ni siquiera pueden apelar a la identidad emocional.
PROPONER
Aquí encontramos la tercera cuestión: si AMLO puede presentar un programa bueno, detallado y claro y si lo puede llevar a cabo. Para ganar nuestros votos, el candidato deberá explicar qué quiere hacer con ellos y convencernos, además, de que lo puede hacer. Yo no sé qué clase de sexenio hubiéramos tenido si la historia hubiera sido al revés, si –digamos— en 2006 AMLO le hubiese ganado por 0.5% de la votación a Calderón. Los panistas, cuyos intereses son tan cercanos a los de los priístas, pudieron hacer muy poco ante un Congreso dividido en tres partes como el que tenemos. ¿Con quién habría pactado AMLO? ¿Con el PAN o con el PRI? Con su 35% de votos, ¿cómo habría conseguido reformar este país irreformable?
Los partidos mexicanos sólo saben gritar y arrebatar, sin que les importen las consecuencias de la falta de acuerdos. No saben negociar, ceder, colaborar. Están en una guerra perpetua de toma todo o pierde todo. Y como se han asegurado millones de pesos en financiamiento público, dietas parlamentarias y otros conceptos, no les importa si en sus posturas maximalistas el país sale perdiendo. Todos nosotros
Tan indignado como se ha mostrado AMLO en estos años, no tengo idea de cómo podría dirigir un gobierno que sobreviva frente a un Congreso tan dividido. Ya sé que los demás partidos tendrían que hacer un esfuerzo y flexibilizarse. Lo que me importa, si tengo que votar por él, es qué va a hacer AMLO para superar este obstáculo que, desde 1997, ha resultado tan difícil de salvar.
Además, debe decirnos cómo va a enfrentar la tragedia nacional de la violencia y sus consecuencias. Sí, ya sabemos que Calderón fracasó estrepitosamente, está más que visto. ¿Qué va a hacer AMLO que sea diferente y exitoso? ¿Cómo va a reformar la educación y vencer a la terrible rémora que es el SNTE? ¿Cómo va a liberarnos de la esclavitud de los monopolios, como el de quien fue su gran aliado cuando era jefe de Gobierno del DF, Carlos Slim? ¿De qué manera va a lograr cambiar el hecho de que México es la única gran economía emergente que no crece a velocidades vertiginosas como las demás, que está estancado casi como si estuviéramos en Europa –sin gozar de los niveles de vida de Europa? ¿Y cómo va a reducir la brecha entre ricos y pobres, que se sigue ensanchando?
DIVIDIR
Ante la cuarta cuestión, ahora sí, hay poco qué hacer. Es el voto dividido. Como muchos mexicanos, si llego a votar por un candidato presidencial, no veo manera de que esto me haga votar por los demás candidatos de su mismo partido o coalición. Porque entre ellos abundan los impresentables. Desde hace años, en mi delegación parece que no hay de otra, por lo menos. Líderes corporativistas, personajes corruptos, amiguetes y compadritos. ¿Votar por asociados de René Bejarano? ¿De los chuchos? ¿Petistas y convergentes convertidos en movimientociudadanistas? ¿Expriístas o expanistas que dieron el chaquetazo por oportunismo
Lamentablemente, no veo alternativa y en uno o varios casos, mi voto quedará en blanco o, podría ser, se irá a miembros de otros partidos que por alguna causa me resulten convicentes. AMLO no puede resolver el enorme problema que representa su entorno político. No se puede deshacer de él. Menos áun cuando él mismo ha llevado a dudosos personajes a compartir su escenario
DEFENDER
La quinta y última cuestión es: ¿Podrá AMLO defender su voto? ¿O volverá a echarle la culpa a todo el mundo de su derrota?
¿Que hubo campaña sucia en 2006? Lo sabemos. ¿Que es posible que hubiera alteración de votaciones? Lo sabemos. ¿Qué se negaron al voto por voto? Lo sabemos.
También sabemos, sin embargo, que AMLO y sus partidos fueron escandalosamente incapaces de demostrar su triunfo con documentos, porque no tuvieron representantes en todas las casillas, porque muchos de ellos no supieron qué hacer y porque otros, simplemente, lo traicionaron.
¿Para qué quieren mi voto si no van a saber, ya no defenderlo, sino demostrar que lo di? Y eso es responsabilidad directa de su comité de campaña, así como de las alianzas que ha hecho.
Porque buena parte de su estrategia para hacerse de representantes descansa en los grupos corporativos que controlan sus simpatizantes. Mi experiencia directa, de los días en que di capacitación electoral, es que muchas de estas personas carecen de motivación, de compromiso y hasta de fidelidad. Están ahí porque los obligan, no porque quieran. Y así es que son los más flojos en los cursos, son los que simplemente faltan el día de la votación y son también los que acaban colaborando con otros partidos, por interés o soborno.
RECEPTIVIDAD
La responsabilidad del ciudadano es informarse. Pero eso no releva a los candidatos y a sus simpatizantes de la obligación y necesidad de llegar hasta el ciudadano para presentarle la información que lo pueda convencer. Echarles la culpa a los ciudadanos, chantajearlos o confrontarlos no son actitudes que sirvan para ganar votos, los pierden.
En conclusión, como ciudadano consciente, me declaro abierto y receptivo a la información que provenga del candidato de la llamada izquierda porque:
-Es probable que vote por un candidato. O en blanco.
-Incluso es probable que vote por AMLO. O no.
-Me interesará saber qué quiere hacer y si lo puede hacer.
-Sin duda, mi voto será dividido.
-Y sólo votaré por AMLO si me parece que su estructura electoral está en condiciones de garantizar que mi voto se va a contar y se va a contar bien.
Témoris Grecko